Es Navidad

Se engalanan las casas, repletas de árboles, cintas, bolas, belenes, adornos, luces. Los niños alborotan, vestidos de fiesta, sudando entre jerséis de lana y leotardos. Los mayores se visten con sus mejores galas, brindan con vino, charlan y cuentan historias de tiempos pasados que puede fueran mejores. El horno y los fogones a todo trapo calientan el hogar y dejan escapar los olores de siempre, los que nos llevan a la infancia más tierna. Algunos recorren muchos kilómetros para llegar a la cita, otros salen de trabajar corriendo, antes de tiempo, entre despedidas siempre repetidas. Otros se levantarán antes de la mesa y acudirán a sus trabajos, después de un brindis,  rapidito que me voy. Las familias se reúnen, las que pueden, y las que no, hablarán a…

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Los lobos

Pocas cosas reconfortan más que un gesto de asentimiento, que un saludo, que una leve sonrisa o una familia reunida, que un silencio. De un vistazo sabemos por qué éste es el lugar elegido. Escondido en un rincón al oeste de casi todo, bien asentado en el granito gris, alumbrado por el sol desde que despunta hasta que se pone allá por la lusitania y casi rozado en las noches claras, por una enorme y blanca luna. Desde aquí se divisa al norte la dehesa charra, vieja y dura donde encontraste, y al sur la enorme llanura extremeña, que llega hasta la sierra plagada de olivares donde todo comenzó. Solitario y protegido por el manto de Nuestra Señora, a salvo de las hienas que amenazan hoy nuestro mundo.…

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El grupo rayano.

Hay que salir cuando el sol está todavía bien arriba, hacia el sur dejando atrás la hoya y siguiendo el río Gallego hasta que reposa en el Ebro. Allí, el camino tuerce hacía el oeste, cruza los montes que nos separan de la meseta, serpentea por la planicie de la cabeza de extremadura, casi desierta, se deleita con los viñedos que crecen junto al Duero, roza la moderna capital de una comunidad que nunca lo fue y prosigue entre rastrojos hasta la ciudad de las paredes doradas, donde se ha olvidado que viejos maestros nos enseñaron casi todo lo que la humanidad necesitó para prosperar en paz con sus raíces. Un alto en el ya largo viaje permite que disfrutemos de los campos adehesados, amarillos abajo, suaves verdes…

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Por la senda

http://open.spotify.com/user/pacobernal33/playlist/1BML6kwwk4m0fTwBagKka6 No hace falta que caminéis por la Senda de los Poetas, entre palmeras, en una mañana de primavera, bajo el tamizado sol propio de esas tierras. Sólo necesitáis escuchar con la calma necesaria y seguro que veréis, en vuestro interior, algunos detalles, siempre y nunca olvidados del todo. Veréis un 124 azul marino, rebosante de infantes, atravesando entre viñas la mancha, camino del invierno y un bocadillo de lomo empanado entre pinos al mediodía, melancólico, de septiembre. Veréis un café calentarse en un puchero a las cinco y media de cualquier tarde de invierno. Y a Santiago Gambín hablando de un equipo segundón por un transistor Sanyo encima de la mesa, siempre estorbando. Veréis la sombra de los robles, el fresco de su espesura mientras subís hacia…

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Fuego de campamento

Ella se adelantó. Tenía que hacer una señal bien visible para que los demás supiéramos dónde estaba. E hizo un fuego de campamento bien alto, protegido del viento por los montes pirineos, y tan alto que se ve desde más allá de la sierra de Guadarrama, en la meseta, bien al oeste. Para allá nos dirigimos, hacia allí hemos emprendido el camino. Sin billete de vuelta.

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Adiós al oeste

Son ya muchos años por aquí, y siempre le he tenido un cariño especial a estas tierras. De niño, eran como mi hogar, ese que no encontraba junto al mar. De joven, la tierra prometida que nunca  cumplió su palabra y de adulto, el hogar de mi familia. Pero el oeste se va, poco a poco. Quedará, previsiblemente, donde estaba, en la lejanía, en el anhelo. Quedará otra vez como la tierra que llama, la que hace que el camino, siempre hacia donde se pone el sol, sea el camino de vuelta a casa.

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El verano

Aunque uno haya cambiado algo desde la infancia, en esta tierra el verano es calor, cielo azul, hierba amarilla y seca y sombra de encinas. Mañanas frescas y tardes interminables, paseos de atardecida con el polvo del camino y chapuzones efímeros en la helada piscina entre el griterío de los chiquillos. Encuentros y despedidas, preguntas por la fecha de partida justo al llegar, sillas a la fresca y pan y chorizo. Entre todo este barullo, que se repite hasta perder la cuenta del día, la hora y los años que lo hemos vivido, y mientras esperamos la vuelta a las costumbres invernales, tan queridas, tan odiadas, añoramos algo: un buen concierto de Baleo que nos diga, en viejo verso, en qué tierra estamos.

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Lecciones

¿Así que no sabéis la diferencia entre un charro verdadero y un charro golpeao?. Pues aquí os voy a decir cómo descubrirla. Solamente id hacia el oeste una tarde de verano, allí donde el sol se pone entre los amarillos campos, mientras las peñas dejan paso al Yeltes. Serpenteando, entrad en una villa vieja, hecha de piedra y sentaos en la plaza, en los cómodos maderos que os esperan. Y escuchad. Aprenderéis el camino entre Peralejos de Abajo y Sobradillo, pasando por Villavieja, siempre entre charros. Observaréis que acarrear leña en un carro, además de trabajo duro, se puede hacer con mimo, a dos o tres voces. Que un tío que no es de este planeta puede tocar las castañuelas, o una sartén mientras te enseña portugués, ruso…

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Elogio del concierto de Baleo en Peñaparda

Se lo había prometido al chico. Y quién iba a pensar que ese sábado iba a haber semejante concentración de estrellas en concierto. Coincidían Baleo y Mark Knopfler, separados apenas por 200 kilómetros. Así que fuimos a ver a Mark (también actuaba un tal Fito, pero solamente era el telonero). Y la cosa empezó, la plaza estaba abarrotada, los músicos tardaron en aparecer, porque ya se sabe que son muy pesaditos para con sus cosas. El saludo fue un lacónico “hola” y luego algunas palabras en un idioma que sin duda era inglés, porque ninguno de los que estábamos allí entendía. Nada que ver con esos chascarrillos tan charros que cuenta Nino. El tipo de la guitarra, algo mayor que nuestro Toño, no tocaba mal, pero no era…

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Carta abierta a Alcandora

Por una esquina del patio se ve un pedacito de cielo. Azul todavía. Fuera, más allá de las enredaderas y de las viejas paredes de piedra, sobre mi mundo acechan los falsos mesías salvadores de ingenuos y los discípulos del  profeta, de ropajes negros y afiladas espadas. Dentro, solo cuatro voces, un piano y una pintoresca, familiar y coqueta percusión. Cantan historias de pueblos cercanos y de pueblos del sur, historias de valiente e insensata muerte, de amores imposibles, de reencuentros familiares, de nanas, de bailes y fiesta. Cantan y cuentan. Sencillo, sin artificios, sin ayudas, con gusto, con mucho gusto. Artistas de verdad, cantando canciones de verdad, en un lugar de verdad. Me paro a pensar si en algún otro sitio puedo tener semejante lujo a mi…

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