desde el redil: LA BANDERITA NARANJA

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desde el redil: LA BANDERITA NARANJA

Sacamos poco a poco las cabecitas de casa, miedosos aún por el contagio que está por llegar, ese que nos anuncian a diario: mantenga las distancias con sus congéneres si no quiere perecer, aléjese de todos, de los suyos también, sea responsable y póngase la mascarilla.

Nos cuentan en la televisión las ingeniosas ideas de nuestros gobernantes “para encarar con seguridad la nueva normalidad”. Una llamativa, pero no la única, es la de una banderita naranja en las playas de las vascongadas. Una banderita que nos indicará “que la playa está bastante llena”.

Estupendo invento, se nota que los vascos son una raza superior, sin duda. El ciudadano normal y corriente, usted y yo, es absolutamente incapaz de ver, cuando llega hasta esa playa que tanto le gusta, si hay poca o mucha gente. Es incapaz de pensar si va a ser capaz de guardar las distancias, de decidir si le merece la pena pasar el día allí metido, arriesgándose al contagio, o si le merece más esperar a que el personal se tueste y acuda raudo y veloz a comer la paellita de las tres, bien arremolinado en las terrazas (que ahí el virus no ataca, como todos sabemos). O volverse a su casa, a leer un buen libro mientras degusta una rubia fresca (cerveza, entiéndanme).

A las banderitas ya estamos más que acostumbrados, las tenemos de varios colorines. La verde dice que te puedes bañar sin miedo, la amarilla que te metas hasta los tobillos por si te revuelca una ola y la roja dice que hay peligro, que es lo que siempre indica ese color.

Las banderas de colores sustituyen a las madres que les decían a sus niños que tuvieran cuidado y no se metieran donde no hacían pie, que no avanzaran más porque el mar estaba picado, que les esperaban fuera con la mano presta a zurrar si habían sido más intrépidos de la cuenta.

Las banderas sustituyen a tu mirada, a tu percepción de las cosas, a tu reflexión. Quieren impedir que tomes decisiones por tu cuenta, que tomes riesgos. Ya no eres desobediente (a tu madre, a tu mujer…), ya no eres impulsivo, arriesgado, miedica. Ahora eres infractor o buen ciudadano.

De ahí a ser un delincuente hay un paso muy pequeño. Que se lo pregunten a los «represaliados»por el confinamiento del virus.

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