Iba a comenzar diciendo aquello de “os lo dije”, pero me he dado cuenta de que, además de poco elegante, lo cierto es que, ni siquiera hoy, confío nada en la justicia española. Y en el tribunal constitucional, menos, porque no olvidemos que es un tribunal político y no jurisdiccional, un tribunal que no es, ni en el nombre, un poder independiente, un tribunal tan falso e infestado de intereses oscuros que lleva una década sin fallar sobre el asesinato diario y consentido de cientos de miles de criaturas en el vientre de sus madres.
No obstante, hoy es un día para abrir una cerveza y paladearla bien fría y bien despacito. Todos no, no se arremolinen, no se vengan arriba. Solamente los que llevamos mucho tiempo (más de un año ya), sosteniendo allá donde fuere que lo que nos hicieron el 15 de marzo fue un secuestro. Sin eufemismos, nos secuestraron en nuestras casas de forma claramente ilegal.
Soy consciente en que puede que la de hoy sea la última buena noticia en mucho tiempo, y que se haya agotado el crédito de ilegalidades que se les van a reconocer a nuestro gobierno central (el gobierno secuestrador), a los gobiernos autonómicos (los caciques secuestradores) y a casi todos los políticos de eso que llaman el arco parlamentario.
Pero el caso es que, señores, nos secuestraron.
Hoy es un día para, antes de que se enfríe la cerveza y haya que abrir otra, enviar un mensajito a esos colegas que aún chatean con uno en las redes y que seguro que compartirán esa alegría contenida, para acordarse de todos los que defienden la libertad en cualquier situación. Sí, también en una pandemia, también.
Es un día para acordarse de más gente. Iré despacio, calma.
Me acuerdo de nuestro gobierno, al que no le voy a dedicar más palabras, al menos desde aquí. Otra cosa sería si pudiese hablar cara a cara con ellos, otra cosa sería.
Me acuerdo de todos los políticos que, no solo apoyaron con sus votos el secuestro, si no que pedían más y más y más. No son ustedes dignos de volver a dirigirse a su escaño, ni de decirle a su pueblo nada y menos aún de presentarse a unas hipotéticas próximas elecciones. No son dignos.
Me acuerdo del “principal líder de la oposición”, que, henchido de codicia por llegar a ser el jefe de todos, pide una ley de pandemias para secuestrar sin cortapisas legales. No se puede ser más ruin.
Me acuerdo de los medios de comunicación (de casi todos), que replicaban una y otra vez el mantra de quédate en casa, periodistas corruptos que escriben y hablan con las manos y la lengua manchada con la tinta del dinero que se le arranca a los trabajadores para pagar su vileza, mientras se les secuestra y arruina.
Me acuerdo también de todos los “juristas de reconocido prestigio” que han hecho declaraciones diciendo que no veían lo que cualquier humilde ciudadano veía.
Por supuesto que me acuerdo de mis queridos amigos policías que, enrabietados y presas del pánico, persiguieron a la gente que simplemente quería vivir. Y no me vengan con el cuento ese de la obediencia debida, porque (y algunos lectores saben por qué lo sé) una cosa es obedecer órdenes y otra es ensañarse con el ciudadano cuando comete una simple infracción administrativa de dudosa legalidad, cuando menos. ¿O nunca han tenido en cuenta el contexto y la situación a la hora de decidir si redactaban finalmente la denuncia? ¿O es que nunca han valorado las circunstancias y, ante una duda razonable, han optado por la vía menos gravosa para el ciudadano? ¿O es que siempre han llevado todo al extremo?
En este apartado, me acuerdo de aquellos esbirros vestidos de uniforme de un lugar de Alicante que habían redactado una lista de cosas que la gente podía comprar (como si tuvieran esa competencia), de todos los que denunciaban a gente por realizar compras imprescindibles, pero en el supermercado que al esbirro no le hacía gracia (está lejos de su casa, decían), de los que perseguían a la gente cuando se dirigía a la iglesia y de tantos otros.
Lleváis uniforme, pero sois tan poco dignos como los que he citado antes.
Me acuerdo de todos los vecinos que espiaban a los demás, que denunciaban a los que querían vivir, de los que gritaban por las ventanas, perros de presa delatores y linchadores encerrados. De los que aplaudían a las ocho y de los que llamaban (en público y en privado) irresponsables a los que salían a la calle, a menos, claro está que se hayan arrepentido de ello y reconozcan su enorme y cruel error en privado y en público cuando sean requeridos para ello.
Sobre sus conciencias (si las tienen) caerá todo.
Me acuerdo, cómo no, de todos los que han sostenido la idea de la ilegalidad del confinamiento contra viento y marea, en las redes y cara a cara, en el trabajo, en casa y en las conversaciones en familia y con amigos (si aún les quedan).
Y cómo no acordarme de la chica esa que detenían cuando solamente hacía footing por la calle y de tantos otros que dieron con sus huesos en el calabozo por algo parecido, aunque no salieran en las redes. Y de todos los que se enfrentaron a multas salvajes, las pagaran o no, justo cuando no entraba un céntimo en casa.
Y de los niños que veían como, si hubieran sido perros, habrían tenido derecho a un paseo.
Va por ustedes, valientes.