Y lo que tenía que llegar a suceder, sucedió.
Transcurría más o menos plácidamente el segundo verano de la era covidiana, esa era que amenaza con no acabar pronto, y el remate final era una reunión de viejos amigos en una casa rural en un remoto lugar de las montañas del centro de la península esta de nuestros desvelos.
Sin avisos previos, a alguien se le ocurre la idea de solicitar un test previo para los asistentes al evento.
Sucedió.
De modo que uno, que ha sobrellevado como ha podido (nada bien) un criminal secuestro de varios meses, que ha estado trabajando todo el tiempo sin “protecciones”, que ha sido indignamente obligado a taparse la cara con un ridículo trapo aun estando más solo que la una, que ha tenido que rellenar autonómicos papeles para viajar en Navidad, que ha tenido que escuchar a diario mentiras y más mentiras sobre el dichosito virus, que resiste como puede la presión de las mal llamadas vacunas, ese experimento en el que nosotros somos las cobayas, que ha tranquilizado a su familia cuando ha cundido el desencanto, la tristeza, la desesperación o incluso el miedo, que ha puesto la calma necesaria en algún brote de histeria en el trabajo, que ha visto cómo la pandemia no existe desde hace tiempo más que en las noticias televisivas, que ha cruzado el país escudriñando en cada curva para ver si la policía le acechaba, que ha sido recluido ilegalmente en su ciudad, en la taifa de turno, que no ha dejado de besar, abrazar a los suyos, de reír y llorar con ellos, que ha sido recibido con los brazos abiertos por su familia, por jóvenes y viejos, que ha tenido que sufrir la cancelación, el silencio y el desprecio por decir lo que piensa, que ha perdido a manos del criminal Estado casi todos sus derechos y que, a pesar de todo sigue en pie, es llamado a demostrar que está sano y que no supone ningún peligro de muerte para tomarse un chuletón y unos vinos con unos amigos.
¡Amos, anda! (léase esto con el acento que ponen en el campo charro cuando no dan crédito a lo que oyen y además no se lo creen en absoluto, si puede ser con el volumen muy, pero que muy alto, y acompañado con aspavientos).
No explicaré aquí mis motivos, que por otra parte llevo explicando en este humilde blog desde el odioso 14 de marzo del 2020, pero sí que deslizaré unas palabras, unos tags, pistas para entender por dónde van los tiros: confianza, libertad y circo.
¡Amos, anda!