Aniversario

Aniversario

Hace un año que a el que esto escribe se le ocurrió comenzar a comentar diariamente la actualidad en este humilde blog. No era difícil imaginar que nos adentrábamos en un terreno desconocido para todos.

Un año ha pasado desde aquello, aunque la mayoría recordará como aniversario el día de mañana, aquel en que entró en vigor el llamado confinamiento, aunque esto se produjo rozando ya la medianoche, o sea, rozando el día 15.

Desde entonces, hemos vivido el año más alucinante de nuestras vidas, al menos de las vidas de la mayoría de nosotros. Han pasado muchas cosas, casi todas ellas impensables solamente unos pocos años o meses atrás.

Empezó la cosa con el anuncio de un secuestro general en nuestras casas. Fue el anuncio, el mero anuncio, lo que precipitó las cosas, por más que se viera venir desde hacía algún tiempo. Al día siguiente, se materializó la cosa con la comparecencia de quien es el presidente del gobierno, inaugurando una serie casi interminable de comparecencias tan largas como insufribles.

El mensaje que se quiso transmitir era, aunque a muchos se les haya olvidado, que había una epidemia que se extendía rápidamente y que había que tomar medidas urgentes para garantizar que los servicios sanitarios no se vieran desbordados y pudieran atender a todos los enfermos en las debidas condiciones. Lo que la pedante progresía dio en llamar “doblegar la curva”.

Visto de esta manera, hasta los más reacios a tolerar la suspensión de derechos fundamentales, entre los que me encuentro, entendían que podía estar justificado tomar medidas que en otro caso no se tolerarían. Además de ser medidas que pretendían salvar vidas, unos días de poderes especiales para el gobierno podían ayudar a que se pusiesen en marcha acciones sanitarias y logísticas que pudieran ayudar a enfrentar la crisis en mejor disposición.

La realidad fue otra, desgraciadamente.

Lo primero que ocurrió es que se quebró el estado de derecho de una forma absoluta. El decreto que se aprobó era y sigue siendo (aun con el atronador silencio del mal llamado tribunal constitucional) totalmente contrario a nuestro ordenamiento jurídico. Independientemente de que a uno le gusten más o menos las leyes que tenemos, si éstas no se cumplen por los mismos que las dictan, estamos apañados.

Además, las medidas que contenía el famoso decreto de estado de alarma eran, ante todo, medidas policiales, encaminadas a impedir la libre circulación de las personas, a impedir o dificultar en gran medida que se realizara cualquier actividad productiva y a la represión y sanción de todo tipo de conductas de los ciudadanos.

En segundo lugar, las medidas contemplaban la posibilidad de la nacionalización, la requisa, el robo de cualquier producto o actividad que se considerara esencial para el estado, aunque ésta no tuviera nada que ver con la enfermedad.

Poco, o muy vagamente, se trataban otras cuestiones como la organización del sistema sanitario para hacer frente a la enfermedad.

Así que, después de la sorpresa, vino el estupor. Bien mirado, no debería haber sido contemplado como raro que un gobierno compuesto por socialistas y comunistas se saltase la legalidad de una forma manifiesta y aprobase medidas represivas, nacionalizadoras y confiscadoras.

Bien mirado, lo raro es que no lo hiciera, pues como todo el mundo sabe, a menos que tenga la cabeza llena de ideas absurdas sobre la bondad del socialismo, eso es, exactamente, lo que llevan haciendo desde que alguien inventara esa criminal ideología.

Poca sorpresa, pues debería haber sido que un gobierno de este jaez, y encabezado por personajes de la talla de los que lo encabezan, tomara medidas lesivas para su población y que la condujeran rápidamente a la privación de la libertad y de la riqueza básica para subsistir.

Pero los humanos somos así de cándidos. Se nos viene una desgracia encima y pensamos, esperamos, que el gobierno tome medidas que nos protejan y nos salven. No aprendemos. Y como nos asustamos con facilidad, en gran medida porque seguimos asumiendo que los que nos informan lo hacen desinteresadamente y buscando incansablemente la verdad, pues nos dejamos hacer cualquier cosa.

Así que nos vimos, en cuestión de un suspiro, rehenes en casa.

Entonces comenzaron a hacer de las suyas. Los comunistas, expertos en aprovechar las crisis para hacerse con el poder, maniobraron se hicieron hueco en el CNI, entre otros sitios estratégicos. Además, pasaron a controlar (más) la TV.

Esparciendo el miedo por doquier, se comenzaron a tomar medidas económicas que harían de España un país quebrado del todo y desprovisto de cualquier pulso productivo. Famosas son, por su tremenda eficacia destructiva, que es para lo que fueron diseñadas, el paquete de estímulo de la economía que solamente contemplaba avales y préstamos o aquella otra que prohibía a las empresas el despido.

Una vez asaltado el estado de derecho, quedaba la cuestión de convencer a la “oposición” para que colaborase. No hizo falta mucho, la verdad, pues, apoyada en una población en pánico, toda ella aprobó la primera prórroga del estado de alarma sin cuestionar en absoluto su más que evidente ilegalidad. Un error mayúsculo que significaba dejar el país en manos de quien quería destruirlo.

Atenazados por el miedo, ni siquiera se dieron cuenta de lo que pasaba. Ni siquiera se pararon a pensar que si en 15 días no habían hecho nada para salvar las vidas de sus ciudadanos, sino que solamente pensaban en el poder, nada les haría cambiar.

Y así fue.

En la cuestión sanitaria, el panorama era desolador. Aun admitiendo muchos, por aquellas épocas, que los confinamientos podían ayudar, era ya un sordo rumor que la gente se la estaba dejando morir sin atención.

El famoso “quédate en casa” era para los sanos, pero especialmente para los enfermos, a los que se les negaba una simple visita médica. La atención primaria cerró en bloque, escondiéndose aterrados los médicos ante una enfermedad. Ver para creer.

Para evitar un colapso hospitalario que nunca llegó (salvo en sitios y fechas concretas y muy localizadas), la consigna era que se evitase a toda costa que la gente acudiera a los hospitales, especialmente a los ancianos, teóricamente con pocas posibilidades de supervivencia, aunque éstas fueran de más del 98%.

Se blindaron además, las residencias de mayores, pero para atraparlos dentro y dejarlos morir (o ayudarles) sin tratamientos, sin médicos, sin familia, solos. Se prohibió todo contacto con sus seres queridos, aceptando entre todos la más brutal de las deshumanizaciones.

En los medios de comunicación se bombardeaba constantemente a la población con imágenes próximas a un apocalipsis humano. El ejército tomó las calles, mayormente para pasear y limpiar con lejía las aceras, ataviados con espectaculares trajes de protección para que pareciera que la situación era más que preocupante.

Todas las decisiones en cuanto a compras de material de prevención y material médico fueron absolutamente vergonzosas, entre el ridículo internacional y el surrealismo, o ambos a la vez.

Las policías se lanzaron, espoleados por las constantes soflamas contra la irresponsable población que se vertían en las ruedas de prensa y tertulias plagadas de izquierdistas a sueldo, a una orgía de multa y detención de ciudadanos, a una infamante cacería que debería hacer que se escondieran de por vida. La espiral de pánico se alimentaba con los gritos histéricos de los vecinos ante cualquier caminante, verdaderos linchamientos propios de sociedades animalizadas.

Y a los borregos asustados los pastoreaban los mismos que les habían encerrado y sus mamporreros bien pagados, llevándoles de las recetas para hornear bizcochos a los aplausos de las ocho, dedicados, sorprendentemente, a quienes les negaban atención médica.

El sueño de todo dictador que se precie. La población asustada y suplicando protección, y los críticos aislados, dispersos, odiados y linchados.

Cuando empezaron a aparecer, aún con todo, las primeras voces críticas y cuando se hizo patente que el secuestro iba a durar mucho tiempo, se comenzó a trazar el plan de la apertura, con estricto control, pequeñas válvulas de escape para suavizar tensiones.

El daño estaba hecho. El espectáculo había colado, las horas y horas de televisión habían rendido a muchos y el lenguaje se retorció para hablar de fases de desescalada, restricciones y nueva normalidad, este estadio donde nos situaríamos para siempre.

Con la llegada del buen tiempo se empezó, pues, a respirar cierta apertura, aunque ya se pudo ver que, una vez probado el veneno, sería difícil quitárselo de las manos. Y empezó a hacer de las suyas el vil caciquismo que llevamos tiempo soportando. Un país que se ha troceado en más de 17 parcelas cedidas a otros tantos caciques es el escenario adecuado para que estos se emborrachen de poder.

Yo soy más cacique, más dictador de mis vecinos y mis súbditos me van a sufrir más, si quieren que les cuide. Así que, fueron tomando cada vez medidas más restrictivas, como la famosa obligación de llevar una mascarilla hasta cuando estás en soledad, los cierres perimetrales o la regulación de las reuniones privadas.

Y en cada pueblo, el cacique local, que de esos también tenemos muchos, ponía la guinda, dándose situaciones curiosas como que la gente tuviera que ir a las piscinas del pueblo de al lado, porque las del suyo estaban cerradas.

Cumpliendo un calendario desvelado desde el principio, el otoño trajo un recrudecimiento de las medidas de control de la población, con los caciques pidiendo que el gobierno tomara las riendas. Insistieron tanto que llegamos a otro estado de alarma, esta vez de 6 meses, nada menos, algo inaudito y apoyado por casi toda la oposición. Y es que, ni a Felipe II se las ponían tan fáciles.

Pasamos una segunda ola, encerrados en nuestras ciudades, pueblos, provincias, comunidades autónomas y hasta zonas básicas de salud, sin poder quitarnos la mascarilla en ningún momento, pasamos unas navidades con libertad condicional para adentrarnos sin freno en una tercera ola responsabilidad nuestra, cómo no.

Esta vez los encierros y las prohibiciones no eran para doblegar la maldita curva, sino para que no se llenasen los hospitales. Y si estaban vacíos, para que no se llenasen en el futuro. Prohibiciones con motivos cambiantes, siempre al gusto de nuestros dictadores.

El bombardeo mediático ha continuado hasta ahora, la dificultad para tener una vida normal sigue, la represión aumenta y la censura es algo que se da ya por normal. La arbitrariedad, el cambio de opinión, las maniobras políticas y los simples datos no han conseguido sacar de su atontamiento a la mayoría.

La destrucción, la ruina y la desintegración del país continúa.

Para sobrellevarlo, y en homenaje a los tristes primeros días del confinamiento, en homenaje a aquellos que padecieron las tribulaciones conmigo, analizaré en los próximos, diferentes aspectos de la distopía que nunca creímos que llegaríamos a vivir.

Seguimos en pie.

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