Autor: El Brigada Acorazado

El último examen

Le dio la vuelta al examen cuando el profesor lo indicó. Echó un vistazo rápido a las preguntas para comprobar que no tendría demasiadas dificultades en la próxima hora y se dijo que aquél no sería su peor examen, pero tampoco el mejor.

Desde que había entrado en el instituto se había enfrentado a muchas pruebas como aquella. Muchas veces, bolígrafo en mano, había tratado de encontrar las palabras, las frases adecuadas para contar la historia que había sucedido siglos atrás, o los cálculos necesarios para resolver alguna ecuación que seguramente significaba algo aunque no atisbase, con su mente de adolescente, a imaginarse mínimamente qué.

Pensándolo bien, no le había ido tan mal.

Cierto era que no había acabado de colmar las expectativas de sus padres, rehenes todavía de la caduca cultura del esfuerzo, quienes viendo su agudeza mental (sobre todo a la hora de encontrar novedosos argumentos para contraponerlos a los suyos cuando discutían) y pensando que había heredado algo de su capacidad de sacrificio, habían soñado con que llegaría a tener las notas suficientes para ingresar en una carrera de las de postín.

Pero también era cierto que no había pasado por aquellas aulas con más pena que gloria.

Desde luego, sonrió mirando hacia el frente, no había sido como aquel muchacho que ahora buceaba afanoso en las hojas, sentado en la primera fila al lado de la puerta, todo tesón y todo perfección. O como aquella otra espigada, también de la primera fila (¿por qué siempre se han sentado delante?) que no había día que no supiera exactamente las respuestas a todo lo imaginable y a la que, no sabía bien por qué, no parecía importarle demostrar que allí perdía el tiempo, pues todo lo sabía ya.

Desde luego que no.

Pero tampoco había sido un fracaso andante. Lo suyo no había sido dejar los exámenes en blanco, venir sin los deberes hechos (no siempre al menos), quedarse dormido en plena clase o acumular partes como cromos por mirar el móvil o decir improperios.

Eso tampoco.

Había estado, ahora lo veía con claridad, como agazapado en la última fila, siempre bien alejado del lugar preferente del aula, ese que orbita alrededor de la pizarra, la mesa del profe y la primera fila.

Siempre al fondo y siempre cerca de una ventana, hacia la cual desviaba con frecuencia la mirada, buscando un punto de fuga allá arriba, entre los edificios. Por allí había visto pasar una sucesión interminable de cielos, desde el negro oscuro de la primera hora del invierno, antes del amanecer, hasta el azul rutilante de los mediodías del mes de junio, pasando por los grises y húmedos cielos invernales.

Y desde su lejanía había asistido a una sucesión casi interminable de seres que entraban rutinaria y metódicamente, contaban sus cosas, hacían sus chascarrillos, exhibían sus manías, discutían con sus compañeros, mandaban deberes, ejercicios, exámenes y, también rutinaria y metódicamente, salían a la hora establecida, a golpe de timbre.

Hasta ahora no se había parado a pensar en lo que le contaban. Sacudiendo la cabeza, observó como no todo había sido anodino, aburrido o sin interés. Mucho le había gustado aquella parte de la historia en la que romanos y cartagineses se perseguían desde los Pirineos hasta las puertas de la misma Roma.

O aquella sucesión de fórmulas, apenas esbozadas, que mostraban cómo las moléculas de carbono eran construidas y destruidas, transformadas y aprovechadas en el interior de las células eucariotas. Incluso se había maravillado al descubrir la simple pero genial agudeza de aquellos antiguos griegos que habían dado respuesta a casi todo.

Claro que no pudo dejar de pensar en la cara de asombro (seguro estaba) que pondrían los que le habían contado todo aquello, si alguien se atreviera a decirles lo que estaba pensando, pues su expresión no había variado mientras todo eso le habían contado.

Ninguna muestra de interés había demostrado.

Empezaba a suponer que era debido a que se encontraba en la edad de las contradicciones y la apatía, y tal vez por eso, ahora que estaba próxima su salida de allí, veía con cariño el tiempo pasado. Y le entraba un cierto gusanillo al pensar en lo que haría después, aunque no tenía ni la más remota idea de lo que sería, por más que sus angustiados padres le preguntaran a diario.

Verdaderamente sorprendido de estar pensando lo que estaba pensando, se hizo hacia delante y se dispuso, cogiendo el bolígrafo y dibujando un rictus de concentración máxima, a volcarse de lleno en aquel que sería su último examen. Tienes que hacerlo bien y rápido, que esto ya se acaba, pensó. Bien no siempre te sale, pero rápido, casi siempre, así que…

Entonces escuchó claramente una voz que se elevaba desde la parte delantera del aula.

El tiempo ha terminado. Dejad de escribir y entregad los exámenes.

 

Análisis rápido de las elecciones castellanas

Acaba de terminar el recuento de los votos depositados en la región española que ahora llaman Castilla y León y no dejo de darle vueltas a un dato que me parece estremecedor: aproximadamente el 70% de los votantes han elegido votar a partidos que llevan casi dos años vulnerando sus derechos fundamentales, quitándoles la libertad que tienen por ser personas y por ser ciudadanos españoles.

Alguno de esos partidos lo han hecho estando en el gobierno nacional, caso de los de izquierda, otros lo han hecho apoyando a ese gobierno, dándole los votos necesarios para llevar a cabo sus ilegalidades durante meses o perpetrando similares atropellos dictatoriales desde sus gobiernos regionales y apoyando también al gobierno central en sus delirios tiránicos.

El caso es que antes estas cosas las decíamos “cuatro gatos” que no estábamos asustados detrás del sofá porque viniera un bicho malo malísimo, que seguíamos teniendo la cabeza útil para hacer lo que se debe hacer con ella, que es pensar.

Pero ahora lo dicen también los tribunales, que aunque no son fiables ni tienen que ser la fuente de la verdad, de vez en cuando fallan con algo de sentido común. Lo dijo el constitucional varias veces, declarando ilegales los dos estados de alarma, verdaderas orgías totalitarias sin sentido alguno para proteger a una población de una enfermedad.

Y lo ha dicho recientemente el supremo, declarando ilegales las medidas de limitación de aforo que el revalidado hoy como presidente de la región castellana perpetró contra los templos católicos de su región.

En resumen, casi dos años de vulneración de la legalidad vigente, de ilegalidades cometidas repetidamente, sin conseguir además resultados apreciables en lo sanitario (y puede que contraproducentes, ya veremos), sin consecuencias en las urnas.

Sospecho que casi todos los que han votado a esos partidos que han cometido las más graves ilegalidades contra ellos son lo que se conoce como “constitucionalistas”. Es decir, que consideran a la sacrosanta carta magna como el hito máximo de la cultura democrática y la ley que les confiere libertades y derechos y les protege de tiranos.

Pues bien, con lo de esta jornada comprobamos como, en realidad, les importa un bledo la constitución y sus derechos y libertades, pues entregan su voto, tozudamente, a sus carceleros. Los mismos que les han encerrado ilegalmente en casa, que les han privado de libertad de reunión, de circulación, de residencia, de culto, que les han impedido procurar el sustento de su familia, que les prohibían visitar a sus familiares o amigos, que les obligan a pincharse para hacer una vida medio normal, imponiendo el pasaporte nazi de los pinchazos y hacen que sus hijos sean cobayas humanas de un vil experimento, además de someterlos a la ignominia de llevar un bozal en el rostro a diario, han obtenido su aval para seguir gobernando.

Para seguir pastoreándoles, pienso yo, pues no he visto nunca rebaño más entregado que éste.

Poco nos pasa, poco.

Artículo original publicado en Tradición Viva.

El voto del diputado

Hace pocos días asistimos a un espectáculo bochornoso en el Congreso de los Diputados. Me refiero en concreto al disputado voto de un parlamentario en el asunto de la ley de la reforma laboral, y lo aclaro porque los espectáculos bochornosos son tantos y tan bochornosos, que hay que aclarar de cuál voy a hablar esta vez.

Ríos de tinta, discusiones acaloradas sobre si fue pucherazo, incompetencia, soborno, estupidez o compadreo, prevaricación o ignorancia, a los que no añadiré nada. En el fondo, da igual qué haya sido. Porque lo verdaderamente grave no sucedió esa tarde, sino en los días posteriores.

Esa tarde, junto al “despistado” diputado del partido que siempre se equivoca cuando beneficia a la izquierda (casualidad, no vayan a pensar mal), otros dos diputados votaron y están teniendo consecuencias por ello. Y no las tienen por votar en un sentido o en otro, sino por votar en el sentido contrario a lo que obligaba su partido a que votaran. Es lo que llaman “romper la disciplina de voto”. Por ello, han sido, además de insultados, suspendidos de militancia. De nada han servido sus explicaciones, coherentes por otra parte, con las que muestran que era más que previsible su voto en el sentido en el que lo hicieron y que es el partido el que cambió de opinión en el último momento.

De nada sirven, porque al partido al que pertenecen eso le da igual. Lo importante aquí es la disciplina de voto.

Estamos acostumbrados a que ocurra esto, pues en otras ocasiones ya hemos visto a otros díscolos haciendo lo mismo, obteniendo idénticos resultados y siendo cadáveres políticos desde entonces. Y todas esas veces se ha discutido mucho, pero siempre poniendo el foco en el díscolo.

Y el foco está en la disciplina de partido.

Si la soberanía nacional reside en el pueblo español, si las Cortes Generales representan al pueblo español, si los parlamentarios son libres, inviolables y no están ligados por mandato imperativo, ¿por qué tienen consecuencias disciplinarias por votar? ¿A quién representan, entonces?

No hay que ser muy avispado para darse cuenta de que, efectivamente, los diputados no pueden tener mandato imperativo, pero solamente de aquellos a los que se supone que representan, porque al pueblo no hay que escucharlo y mucho menos hacer lo que realmente éste quiere hacer. A quien hay que escuchar, digo obedecer, es al partido político, verdadero órgano en el que reside la soberanía.

La tan cacareada por (casi) todos como sacrosanta constitución española no es más que un infame texto lleno de trampas, de circunloquios y de engañifas para que el pueblo crea que decide algo, que en él reside algo y que vive en democracia. No es más que un documento lleno de palabras biensonantes que deja todo atado y bien atado para que unas élites puedan pastorearnos sin piedad, mientras hacen todo tipo de tejemanejes con los que nos despojan de todo derecho que tengamos, de toda nuestra propiedad, de toda nuestra libertad, mientras creemos que vivimos en el mejor de los sistemas.

Porque, claro, esto es una democracia y la democracia es lo más, en ella todo lo que se decida por ley está bien.

Pues no.

Ni vivimos en una democracia, ni la voluntad del pueblo tiene por qué estar en lo correcto, ni las leyes nos dicen lo que está bien, ni lo que decidan los partidos “en nuestro nombre” hay que respetarlo.

Los diputados sancionados han hecho lo que yo hubiera hecho, y se lo agradezco, independientemente de mi opinión en el tema.

Las leyes (y las disciplinas de partido) no siempre están para cumplirlas. Primero debemos evaluar si son justas y si son legítimas. Y si el resultado de esta evaluación es negativo, no solamente debemos criticarlas y no cumplirlas hasta donde podamos, sino que tenemos el deber moral de hacerlo.

¿Qué podemos hacer, más que meter una papeleta en una urna cada cierto tiempo?, me pregunta un buen amigo cuando reflexiono con él sobre esto.

Se me ocurre, amigo, que lo primero que tenemos que hacer es darnos cuenta de que meter la papeleta en la urna puede que sea el primero de nuestros errores.

Artículo original publicado en InfoHispania.

Nadal como referente

No quería yo entrar en el asunto de Nadal que tanta cola ha traído en las redes sociales, en los noticieros y en las charlas de bar (que todavía las hay), entre otras cosas porque me importan entre nada y menos todos los asuntos relacionados con los famosos y deportistas. Pero en días anteriores, unos y otros me han bombardeado con mensajes de admiración de tal calibre, que se diría que rayan la veneración al Nadal como referente.

Así que aquí estoy, para echar algo de leña al fuego.

Es evidente que como deportista, tenista en particular, el chico es un auténtico fuera de serie. Esforzado, sufridor, ganador, con espíritu de superación, elegante en el trato con el público, periodistas, árbitros y compañeros. Hasta ha tenido bonitos detalles con los recogepelotas. También hemos tenido alguna noticia de contribuciones meritorias a la comunidad, como alguna fundación y ayudas en casos concretos de catástrofes.

Ningún pero, pues, a su faceta tenística y pública.

Sin embargo, acertar a poner una pelotita en el lugar adecuado para que su contrincante no llegue a tiempo de darle no tiene especial mérito para hacer que alguien se convierta en un referente. Al fin y al cabo, otros deportistas hacen cosas iguales o parecidas, son también ídolos de masas y por eso no los tengo en los altares.

Algunos me dicen que no es solamente por lo del tenis, sino que el chico tiene bien amueblada la cabeza, tiene ideas que hacen que sea diferente a otros, que tiene sentido común (inaudito hoy en general), que no va por la vida de estrella, que es un tipo humilde y algunas cosas más.

Puede ser todo lo anterior cierto, es posible. Pero eso no lo hace diferente de muchos miles de personas que no conocemos. Así que me pregunto qué puede haber en él para que se me presente machaconamente como modélico.

Casualmente, hace no muchos días ha tenido la ocasión de demostrar que no es una copia exacta de muchos otros, que tiene criterio propio. Sabemos que uno de sus compañeros ha sido vilmente tratado como un apestado sin motivo alguno por unas autoridades tiránicas en el fondo y en las formas, e insultado, acosado, calumniado e injuriado por la antes llamada prensa.

Así que he consultado lo que el bueno de Nadal ha dicho y hecho sobre el asunto y el resultado es que su comportamiento y sus declaraciones distan mucho de ser un ejemplo moral. Porque decir que las normas están para cumplirlas, sin más añadido con lo que estamos viviendo y sabiendo, lo dice cualquier humano ovinoide que se informa exclusivamente por la Sexta o similares. Decir lo políticamente correcto en los tiempos en los que dudar, desmarcarte o hacer ver que piensas es exponerte a la cancelación, al escarnio, lo hace cualquiera que no quiere poner en riesgo su fama, su dinero, sus posibilidades de futuro. No tener palabras de consuelo para el débil y el que sufre lo hace cualquiera que no tenga compasión. Seguir jugando el torneo como si nada, aprovechando la ventaja evidente de que el favorito no juegue y sin que le importe el destino de sus compañeros, lo hace cualquiera al que le interesa no perder ninguna oportunidad.

Así que el hasta ahora correcto Nadal se ha convertido, a mis ojos, en alguien no solamente no digno de veneración, sino en peón, tal vez alfil, de los oscuros personajes que nos llevan por derroteros de los que no sacaremos nada bueno.

Para que alguien sea un referente para mí hace falta algo más que un clon sumiso al poder, temeroso de las consecuencias de sus palabras e insolidario con los compañeros.

A estas alturas alguno habrá pensado que cada uno puede pensar lo que quiera sobre las vacunas y…, pero esto no va de vacunas, pues otros compañeros han tenido que sufrir persecuciones injustas (aunque mucho menos mediáticas) en esas mismas tierras y en ese mismo momento, teniendo dosis completas en sus brazos.

Puestos a tener referentes, se me ocurren así, a vuela pluma, los cristianos perseguidos en Irak y olvidados por la cristiandad, el gallego arrestado por ir a misa durante el ilegal confinamiento de 2020, los padres que caen rendidos todas las noches después de trabajar duro y cuidar de su prole, los jóvenes que rezan a diario en la puerta de los abortorios intentando salvar vidas y almas o las viejecitas que tozudamente rezan el rosario a diario en mi parroquia y este año lloran mi ausencia.

Hasta el pobre Novak tiene un set más que Rafa.

Artículo original publicado en Tradición Viva.

 

Pasaporte COVID y tribunales

Estos días hemos conocido la noticia de que varias comunidades autónomas han prorrogado la exigencia legal de poseer el llamado pasaporte covid para el acceso a determinados lugares, con el correspondiente visto bueno de los tribunales superiores de justicia. Y es precisamente en este visto bueno judicial donde está lo verdaderamente reseñable, lo que me hace escribir estas líneas.

A estas alturas de la “pandemia”, cualquier persona que no sea un político, un periodista lacayo de los políticos o un covidiano abducido por el relato oficial, sabe que el llamado pasaporte covid no es más que una imposición totalitaria que no tiene otro objetivo que el forzar a la población a vacunarse totalmente (entendiendo totalmente como el número de dosis que el político de turno considere obligatorias). Y que es una exigencia injusta puesto que todavía hoy la vacunación es voluntaria. Y que, además, es un escándalo que debería haber conducido a una revuelta social, pues escandaloso es que se discrimine a gente por hacer o no hacer lo que es voluntario.

A estas alturas de la “pandemia”, cualquier ciudadano que haya querido informarse mínimamente sobre el asunto sanitario, sabe perfectamente varias cosas sobre el virus, las vacunas y el dichoso pasaporte ese. Una es que las vacunas han sido un absoluto fracaso, un fracaso de proporciones mayúsculas, al menos en cuanto a su supuesta misión de conseguir la inmunidad de grupo y acabar con la transmisión de las infecciones. Otra es que las personas inyectadas y las no inyectadas, si contraen la enfermedad, pueden contagiar por igual (o al menos en proporciones parecidas).

Una cosa más que saben, a poco que su cerebro no esté hecho fosfatina, es que las personas sanas no infectan a nadie de nada, y que esta circunstancia (estar sano) no tiene nada que ver con haber recibido una, dos, tres o más dosis de la banderilla de ARN. También sabe, aunque esto cuesta reconocerlo, que las medidas recurrente y pesadamente impuestas por los políticos, además de absurdas, son ineficaces como muestran tozudamente los hechos cada vez que los prebostes hacen gala de su totalitarismo y arremeten contra nuestra libertad.

Presupongo a los jueces de esos tribunales superiores de justicia personas que no pertenecen a los grupos de los políticos o de los periodistas lacayos de estos. Presupongo que son ciudadanos corrientes. Y presupongo que conocen que para permitir que cualquier dictadorzuelo limite los derechos fundamentales de sus ciudadanos, deben pedir que demuestre que las medidas que ansía tomar son necesarias, eficaces y que no dispone de otras menos lesivas para los derechos fundamentales. Que son imprescindibles, vaya.

Me pregunto entonces que si esto es así, cómo es posible que no solo se hayan autorizado semejantes medidas como la exigencia de un documento discriminatorio o la humillante aplicación de toques de queda, sino que se hayan prorrogado en diferentes sitios.

Me pregunto si han solicitado y estudiado a fondo los informes, estudios o razones que les llevan a tomar esas decisiones. Y si han contrastado estos no solo con la ley, sino también con la realidad. Porque no me vale con que soliciten (y den por bueno) un informe elaborado por cualquier técnico de tres al cuarto, funcionario de la administración autonómica de turno.

Las cifras oficiales de todo esto (y las llamo oficiales, no reales) indican que no hay diferencias significativas entre las regiones que llevan a cabo limitaciones dictatoriales de derechos fundamentales y las que no, y que en todo caso, las diferencias son favorables a las regiones que menos han cercenado la libertad. Las cifras oficiales de todo esto indican que esas cuestiones son igualmente apreciables entre países y que, para más coña, los países que menos intervienen en este asunto, son los que más benignamente están soportando esta “pandemia”.

Así que señores de los tribunales superiores de justicia, o han leído unos sesudos e irrefutables informes que demuestran lo que nadie ha podido demostrar hasta ahora (y entonces les pido que los difundan por todo el orbe para que los demás puedan contemplar semejantes maravillas), o son unos vagos que se conforman con cualquier papelillo que lleve membrete oficial y que los derechos fundamentales de la población (incluidos los suyos) les importan un bledo, o son covidianos abducidos por el relato oficial. También puede ser que prevariquen, pero eso lo dejaré para otro día.

Ahora es cuando me acuerdo de la gente que piensa que la justicia es nuestra última línea de defensa y entonces me vuelvo a mi trinchera, a seguir preparándome para lo que viene.

Artículo original publicado en InfoHispania.

No quiero que mi pasaporte nazi caduque, señor

Me ha dado cierta ternurita un tuitero español famosillo cuando he leído su trino, desesperado ante la casi certeza de que se va a ver obligado a ponerse la tercera dosis de las mal llamadas vacunas para que no le caduque el pasaporte nazi, al que le dan por nombre pasaporte covid.

Ciertamente ha sido solamente un minuto, pero ha sido un minuto de ternurita.

Se me pasó rápidamente, claro, cuando pude comprobar como el interfecto había alardeado repetidamente de sus datos y conocimientos mientras llamaba negacionistas a esos otros que no querían ponerse las mal llamadas vacunas e incluso bromeaba con la posibilidad de que la sola implantación del pasaporte nazi para tomar una caña haría olvidar a éstos las reticencias para dejarse pinchar.

Alude el susodicho que esta dosis no la necesita porque ya tiene dos, porque se ha contagiado y porque tal y tal. Y cree que estas razones son suficientes, y sobre todo son legítimas, para que no le obliguen a pincharse de nuevo y continuar con el siniestro carrusel de dosis.

Así que ahora, señor mío, ¿implora clemencia al gobierno para que no le obligue? ¿Exige que se le respeten los derechos individuales, exige que los de arriba tengan la suficiente cabeza y el suficiente respeto para tratarle como a una persona responsable y no como ganado?

Pues señor mío, le diré que sus razones para no querer su correspondiente dosis de ARN preparado con cariño son tan válidas y tan legítimas como las de cualquier otro para no ponerse la primera de esas dosis de caldito de genes. Da igual que usted sea ingeniero y maneje datos e información a mogollón y otros se informen en las entrañas de Telegram, leyendo a premios Nobel supuestamente gagás.

Da igual porque lo que no deberíamos permitir, para nadie y bajo ningún concepto, es que el Estado nos obligue a pincharnos o nos obligue a cualquier otra cosa que no queramos. Y no lo deberíamos permitir, y tampoco refugiarnos en sus fríos brazos aceptando imposiciones como el puñetero pasaporte dejando a otros indefensos ante el leviatán.

Porque, por si no se ha dado cuenta, el Estado no vela por nuestro bien, sino por el suyo. Y además, éste no parará cuando uno de nosotros se lo exijamos. Parará cuando quiera, sin atenerse a sus razones, a sus gustos, a su bien, a sus datos, señor mío. ¿Por qué habría de hacerlo si no ha parado ateniéndose a las razones de los negacionistas?

¿Acaso se cree usted superior a los otros y cree que el Estado le va a reconocer esa superioridad, esos elevados conocimientos y ese fuera de lo común sentido común? Para el monstruo que pretende dominarnos totalmente, usted no es más que otro código QR que precisa su actualización semestral (o cuatrimestral o mensual o diaria, según se decida). Y pasará a la clandestinidad, a ser mal, pero que muy mal ciudadano en el momento en el que se resista (o simplemente proteste un poquitín) a hacer lo que le exigen que haga.

No seguiré porque pasada la ternurita puedo rápidamente calentarme y escribir algo inadecuado para un medio serio como éste.

Sin embargo le doy la bienvenida, señor mío, al bando de los negacionistas, pues así se conoce a los que dudamos, a los que no tragamos con lo que nos cuentan los voceros convenientemente untados de los medios habituales de comunicación, ni lo que nos aseguran los políticos, parásitos que se alimentan de nuestro dinero, de nuestro poder (que gratuitamente les dejamos), de nuestro miedo y hasta de nuestra sangre.

En este bando cabemos todos, pero que sepa que no tendrá rango alguno aquí, pues por delante estamos los que nunca hemos deseado, alentado, consentido o participado en que a nuestros semejantes se les prive de la libertad de elección y se les coaccione por ninguna circunstancia.

Algunos estábamos ya en este bando cuando los demás aplaudían borreguilmente a las ocho.

Disfrute de los últimos días de su pasaporte o de su tercera dosis.

Artículo original publicado en InfoHispania.

El médico es usted

Una de las últimas ocurrencias en esta pandemia que dicen que tenemos encima es la de que uno se autodeclare enfermito en su casa.

Después de la moda de las navidades, que ha consistido en que la peña se haga test de forma masiva fabricando una superola de casos y más casos, han llegado nuestros queridos políticos para poner orden en la situación y han decidido que esas pruebas caseras valgan como diagnóstico médico de una enfermedad e incluso den derecho a la baja laboral sin más ni más, bien a través de un sms recibido o bien por una declaración responsable que el enfermito rellene en el sitio web adecuado.

Si uno no tuviera ya menos capacidad de asombro que un mejillón en una batea, me hubiera causado perplejidad después de llevar, como llevo, décadas oyendo que uno no debe querer jugar a médicos, que debe siempre acudir a uno antes de decidir si padece una enfermedad, confiar en su acertado criterio y nunca, nunca, nunca automedicarse o informarse en internet (pecado mortal).

Así que nuestro sistema sanitario, el mejor del mundo según siempre he leído y escuchado, ha pasado en esta crisis del virus chino por las siguientes fases: esconderse y cerrar las puertas a los enfermos como primera medida de choque, sedar a todos los ancianos en residencias al menor síntoma como medida de gran impacto, aceptar aplausos a las ocho como medida profiláctica ejemplar, permanecer encerrados en los centros de salud llamando por teléfono a los pacientes, a la vez que repartir broncas a los que querían consultas “presenciales” como medida disuasoria, grabar tik-toks vergonzantes como medida curativa, ordenar a los enfermos que se curen solamente con agua y paracetamol hasta que no puedan ya respirar como medida clínicamente testada, pinchar algo ligeramente parecido a las vacunas sin preguntar ni la hora como medida erradicadora y dejar en manos de la población general el diagnóstico y la baja médica como medida ganadora definitiva, todo ello sin dejar de salir en la tele asustando viejas sin parar como medida pastoreadora sin igual.

Seguramente nuestra sanidad pase por más fases porque esto está lejos de haber pasado, que serán en consonancia con las anteriores, desde luego, así que permaneceremos atentos a nuestras pantallas.

En otros tiempos, hubiera esperado que un portavoz de ese colectivo de seres que trabajan con bata y fonendo al cuello dedicara unas palabras, con cara de cabreo morrocotudo, a los políticos por lanzar a la población consignas tan desacertadas, por ningunear de manera tan vil a una profesión tan importante, por poner en riesgo a la población animándola al autodiagnóstico, por no dedicarse a lo suyo, que sería proveerles de recursos necesarios para hacer frente a las enfermedades, y entrometerse en la labor médica real.

En otros tiempos.

Durante un segundo de lucidez, me pregunto si, como para esto del virus chino nos hemos convertido todos en médicos (perdón, en sanitarios) de la noche a la mañana, los médicos que actualmente están contratados se dedicarán ya en exclusiva a otras enfermedades (que seguro que las hay) y a tratar solamente los casos graves de la covid, dejando la lucha diaria contra la pandemia a los pobres contagiados, dejando a un lado definitivamente los puñeteros teléfonos.

Sé la respuesta, desgraciadamente, así que el segundo no me ha servido para nada.

Alguno que me lea pensará que toda esta palabrería se me pasará cuando realmente caiga enfermo, de este virus o de otra cosa, y suplique arrepentido que me administren los tratamientos que decidan, cuando decidan y como decidan, dócil como un corderito y suplicando perdón por tanta ofensa inmerecida.

Pues digo que yo no me dedico gratuitamente a denigrar a la profesión médica, sino solamente a narrar lo que veo, lo que ocurre a mi alrededor porque me niego a cerrar los ojos ante tanto disparate.

Y que si alguien está haciendo de menos a su profesión, son ellos, los antes médicos y ahora sanitarios. Ya pasó, por ejemplo con los maestros y profesores, y así están ahora. Y está pasando también con las policías, que acabarán como los anteriores.

Si caigo enfermo, que cada uno cumpla con su deber, nada más. Y seguiré siendo una persona; no un borrego, ni un delincuente, ni culpable de nada.

Mientras tanto, voy a hacerme el trigésimo test de esta semana, que estaban de oferta en los chinos.

Artículo original publicado en InfoHispania.

La policía amordazada

Hace poco he visto salir a muchos policías a las calles para protestar por el proyecto de reforma de la ley de seguridad ciudadana. Han salido, según ellos, para que todos nos enteremos de que van a dejarles sin herramientas suficientes para mantener el orden público en nuestras ciudades, para que nos enteremos de que van a ser incapaces de proteger las libertades públicas. Y de que esto va a suceder porque los políticos que ahora gobiernan tienen interés en que esto suceda, tienen interés en hacer leyes que nos lleven a una determinada situación.

En redes sociales también han mostrado su disconformidad con el proyecto de ley los sindicatos policiales y asociaciones profesionales de la Guardia Civil y muchos a título personal, con el ánimo de que los ciudadanos se solidaricen con su causa y se forme el suficiente debate sobre la cuestión.

A primera vista parece que la gente de bien, los ciudadanos que acatan (acatamos) y respetan (respetamos) la ley y el orden tendrían (tendríamos) que estar de acuerdo con esos planteamientos y deberíamos apoyarles en sus reinvidicaciones si queremos una sociedad en paz, con respeto a la ley, a nuestros derechos fundamentales.

A primera vista.

Pero hace bien poco que han ocurrido los mayores ataques a nuestros derechos fundamentales que en tiempo de paz se recuerdan y la policía no dijo nada al respecto.

No he sido justo. Sí dijo algo.

Las cúpulas policiales salían en las televisiones a diario apoyando explícitamente las medidas claramente ilegales tomadas por los mismos políticos que ahora pretenden cambiar una ley. Apoyando las medidas ilegales y sermoneando a los ciudadanos. Salían presumiendo, además, de su efectividad para reprimir a la población que no acataba las medidas ilegales, que pretendía vivir conforme a sus derechos fundamentales.

Los mismos sindicatos y asociaciones profesionales que ahora se manifiestan decían que la labor de la policía era, simplemente, hacer cumplir las leyes que estaban en vigor, y que no era su misión plantearse cuestiones tales como la ilegalidad de las mismas o su inconstitucionalidad.

Abiertos muchos debates en redes sociales sobre estos temas, muchos policías a título personal también defendían estos planteamientos. Nosotros solamente cumplimos con nuestro deber, nosotros solamente obedecemos las órdenes y hacemos cumplir la ley. ¿Que estamos pisoteando sus derechos, caballero? No, nosotros no entramos en eso, caballero, nosotros multamos y detenemos a los infractores, reclame usted a los políticos, a mi plin.

Cientos de miles de denuncias, miles de detenidos, incontables dramas que luego resultaron todos de una ilegalidad tan meridianamente clara como parecía.

Ni una disculpa después, ni un reconocimiento de que, como mínimo, tendrían que haber pensado algo en el asunto y tendrían que haber hecho saber, públicamente alguna sospecha de que lo que se les estaba pidiendo no estaba del todo ajustado al ordenamiento jurídico vigente.

Ni un reconocimiento de que tal vez deberían haber hecho cumplir esas normas con la misma flexibilidad que otras, con cierta comprensión. ¿Acaso son multados todos los peatones cuando cruzan un semáforo en rojo, por ejemplo?

Es más, sí he leído declaraciones insistiendo en lo dicho durante los ilegales confinamientos, los indecentes secuestros de la población. Y asegurando que, en cuestiones políticas, ellos no pueden ni deben entrar.

Y sigo viendo persecuciones indecentes a ciudadanos que lo único que hacen es tomar algo en un bar de copas, operativos policiales pensados para amedrentar a gente que no es delincuente. Otra vez sin medida, sin reflexión, sin avisos, otra vez como obedientes dóbermans.

Y ahora salen a protestar por una ley que ni siquiera lo es aún. Porque ahora que afecta a algo que ellos consideran importante, las condiciones de su trabajo, ahora sí entran en política.

Durante un milisegundo me plantee si debían darme pena, si debería solidarizarme con ellos.

Pero no.

No cuela, chavales. Quien obedece de una manera tan servil a un amo, pisoteando a esos a quienes dice defender, no puede ahora reclamar ayuda de los pisoteados. Por si no se han dado cuenta, el amo sigue siendo el mismo. Obedezcan pues el ordenamiento jurídico que ese amo tenga a bien promulgar y cállense.

O pidan perdón y hablaremos entonces.

Artículo original publicado en Tradición Viva.

La trampa de la negociación colectiva

Hace poco mi vástago pequeño se preguntaba si un trabajador podía negociar condiciones por debajo de su convenio colectivo a la hora de firmar un contrato de trabajo.

Todos podemos adivinar las respuestas habituales a esta sencilla, pero importante pregunta: No, no puede ir contra el convenio colectivo por la jerarquía normativa recogida en la legislación española.

No, no puede, porque nadie puede renunciar a derechos que ya se le han otorgado. Sí puede, en cambio, negociar condiciones más beneficiosas.

No, no puede, porque si se lo permitieran, se produciría una cadena que arrastraría a otros a hacer lo mismo y todos acabaríamos en la más penosa de las esclavitudes, sin derechos.

Pero yo, una vez dadas las respuestas “normales” le conté lo que es el asunto mollar de todo esto. No puede porque hay muchos intereses para que las cosas se hagan de forma colectiva. Lo que no puede hacer, o de una forma muy restringida, es negociar individualmente.

Por eso se ponen las cortapisas “legales” de la norma mínima, la condición más favorable, la irrenunciabilidad de derechos, etc. Porque se puede renunciar a derechos y se pueden negociar condiciones menos favorables, por supuesto, pero de forma colectiva.

No duden que los más interesados en que esto suceda así son los sindicatos. Esas organizaciones, y me refiero solamente al caso español, viven de las cuantiosas subvenciones que, a la puñetera fuerza los trabajadores les tienen que abonar de sus bolsillos, parapetados en que aparecen en la “sacrosanta constitución” como organizaciones indispensables para la vida en democracia (disparate no tenido debidamente en cuenta).

Y además de la pasta, quieren poder.

Para empezar, llaman derechos conquistados a cosas que no lo son. Si a los empresarios se les arranca, vía negociación colectiva, pagar un día más de vacaciones, el derecho conquistado no es el día adicional de vacaciones. El derecho conquistado es el “derecho a que otro te pague un día de vacaciones”.

Y para continuar los sindicatos se arrogan la capacidad de negociar por ti. Es para que salgas beneficiado, tonto, te suelen decir. Y la verdad de la frase anterior es la palabra tonto. Porque tonto es el que cree, a estas alturas, que negocian solamente para beneficiarte. Negocian para beneficiarse a ellos mismos, y lo que ocurra contigo les da igual.

¿Y pueden negociar condiciones menos favorables que las que tenemos? Pues claro que sí, a pesar de todo lo dicho al principio. Si se negocia un convenio colectivo y se renuncia a algo que estaba en el convenio anterior, eso es lo que sucede.

La trampa es que se dan siempre algunas explicaciones: es que si no renunciamos a eso, la empresa quiebra y será peor para todos, es que teníamos que conseguir esto otro que era más importante y para eso teníamos que perder aquello, es que nos han prometido recuperarlo cuando todo vaya mejor…

Vamos, las mismas explicaciones que un trabajador, negociando en solitario, podría dar para aceptar según qué condiciones. Pero, ¿quién es un trabajador solitario para negociar nada? ¿Acaso se cree digno de saber qué es lo que le conviene o no? ¿Acaso sabe más lo que le conviene que un señor que está sentado en una mesa de negociación (y que no trabaja hace años, viviendo a costa de los trabajadores) y que después se irá de comilona pagada por todos?

¿Cómo se atreve a hacer algo por sí mismo?

En este tiempo en el que el Estado es casi ya omnipotente (y no olvidemos que los sindicatos son Estado), las personas son seres inferiores, tirinenes que han de aceptar sin rechistar y expresando gratitud, lo que sus amos les digan.

Por evitar la esclavitud, somos esclavos.

Artículo original publicado en InfoHispania.

Herejes

Cuando se avanza en la defensa de las ideas de la libertad, uno se va encontrando cada vez más con oposiciones de todo tipo.

De todas partes salen acérrimos enemigos cuando se defiende la libertad individual frente a la colectiva o frente a la coacción estatal, cuando se dice abiertamente que contra la vida, la propiedad y la libertad de uno, nadie puede ir.

En una trinchera te ves cuando empiezas siquiera a dejar caer que nadie te debe obligar a ceder nada de lo tuyo a otros, que nadie es más que tú para obligarte a nada con lo tuyo. Y que da igual que eso lo haga una persona armada (ladrón), un Estado o un colectivo. Y que da igual si eso lo decide uno sólo o un grupo en democrática votación.

Y que es lo mismo si esto es sobre tus propiedades o sobre tu libertad.

Así que si cuestionas el orden establecido, el consenso progre, eres un apestado, exponiéndote a la “cancelación”, a la censura o al insulto de casi todos de los que te rodeas, por muy amigos tuyos que se hayan declarado en el pasado.

Los ataques de los progres son previsibles, se dan por descontado. Los que sorprenden, al principio, son los ataques de los que dicen defender lo mismo (vida, propiedad y libertad), pero que lo que pretenden en realidad es imponer su propia visión de las cosas. Una especie de progres camuflados.

Otro tanto pasa cuando se avanza en la defensa de la Fe.

Al principio a uno se le trata con recelo por los alejados de ella, por los que no creen. Todo vale para ir contra los cristianos, sabido es, así que, por más que a uno le miren como a un bicho raro, como a un alucinado, como a un tipo que vuelve voluntariamente a oscuros tiempos pasados, con la ayuda de Dios se sigue adelante sin más contratiempos que los habituales.

Total, la cancelación, la censura o insulto son cosas que ya se han vivido y se dan por hechos.

Y cuando se defienden a la vez la Fe y la libertad, la cosa se complica.

Porque entonces, los ataques son furibundos de algunos que dicen ser creyentes.

Herejes, subersivos a la fe y al orden cristiano, promovedores del pecado, son algunas de las lindezas que tenemos que leer o escuchar de gente.

Un instante de flaqueza lo tiene cualquiera, pero enseguida se da uno cuenta de que es lógico que así sea. Porque muchos no entienden sino lo que ellos piensan.

Muchos juzgan, aunque no deban.

Muchos creen que saben, pero no saben.

No seré yo quien me ponga a citar en este medio algún pasaje del Evangelio, algún otro del magisterio ordinario y mucho menos nociones sobre la libertad, la coacción, el pecado, la ira, la envidia, los errores o nociones de economía para auténticos torpes.

Pero sí seré yo quien diga que no me arredro. Ningún “exclamador”, ningún “repartidor de excomuniones”, ningún “guardián de la fe autoproclamado” me va a dar carnet de nada ni permiso para profesar mi Fe, como tampoco me va a dar lecciones sobre qué libertad o ideas defender, ni tampoco va a “declararme hereje” gratuitamente.

Solamente pediré a Aquél que puede dármela, Fe y humildad para continuar tras sus pasos.

Hasta que Él quiera.

Y pediré por los airados, así como por los progres.

Artículo original publicado en Tradición Viva.