Categoría: Cavando trincheras

Repaso rápido al voto en Madrid

Que acabamos de tener elecciones en Madrid es de todos conocido. Y que ha ganado el PP, también. Incluso hasta el más desconectado de la política de todos los ciudadanos españoles, sabe que un tal Iglesias, que estaba llamado a hacernos la revolución (otra vez), ha dejado todo y se ha largado.

El reparto de voto ha sido desigual, como siempre, pero esta vez no ha ganado el partido de la abstención. Entiendo que haya habido, no obstante, un número no desdeñable de madrileños que no haya acudido a votar. Entiendo que tengan motivos, entre otros la pereza (nunca bien tenida en cuenta), el hastío de tanta campaña o el no creer en la democracia (que no deja de ser solamente lo que es).

También entiendo que muchos de los habitantes de esa comunidad que está en el centro de la península hayan votado al PP. Comprendo que hayan querido premiar a la señora que ha defendido sus intereses en un año más que convulso, con fieras a su izquierda que se la querían merendar para depredar a los ciudadanos que se dejan la piel diariamente en sus trabajos, a una señora que ha mostrado una valentía nada frecuente en el resto de líderes de su partido y que ha tenido, además, que lidiar con traidores entre sus socios de gobierno.

Entiendo, como no, a los que han depositado el voto para Vox, cansados de ver cómo la “derecha” no pone firme a los totalitarios que quieren imponer su moral, su violencia, sus insultos y su ruina. Comprendo que busquen gente afín, gente sencilla que se comprometa con todo en lo que creen y que no se achanten, que demuestren que se puede hablar alto ante los comunistas y que se debe decir no a todas las categorías que estos se inventan.

Puedo entender a los que han votado a Más Madrid, pues aún nos quedan muchos comunistas convencidos. O engañados. Comprendo que las mentes poco reflexivas, esas que se dejan embaucar por cualquier pintamonas que les dice una tontería sobre hombres, mujeres, pobreza, redistribución de la riqueza y todas esas cosas, caigan rendidos ante una médico y madre.

Ya se sabe que uno de los males de nuestra sociedad posmoderna es la infantilización, o la adolescenciación, de la sociedad, y hay mucho “chavaluco” suelto que sigue creyendo que, esta vez sí, la utopía está a punto de llegar.

Puedo incluso, aunque ya me cuesta algo más, entender a los que han votado a Podemos. Si algo caracteriza al rematadamente tonto es su lealtad al líder. Pensar que has estado equivocado durante mucho tiempo, que has picado el anzuelo y has sido el tonto útil para que alguno se haga rico a tu costa, es difícil de asumir, así que nada mejor que insistir en el error y echar la culpa a otros (seguramente fascistas o algo parecido).

A los cuatro que han votado a Ciudadanos no les entiendo. No los he entendido nunca.

Pero a los que no comprendo nada es a todos esos que han votado al PSOE. De veras que no. A no ser que sea gente tan insensible, tan ciega, tan llena de odio, que valore tan poco su dignidad personal, que les de igual que les pongan a un espantapájaros de candidato o a una lavadora, que les den igual las mentiras mientras las digan los suyos, que estén ciegos a lo que ha pasado en su país desde marzo del 20, que prefieran que ganen los suyos a costa de lo que sea (aunque sea a costa de ruina y muerte), que les importe poco que quien gobierne (si es de su partido) les llame imbéciles a la cara y se vaya de vacaciones a la playa.

De todas formas, votar no suele resolver los problemas, y en ocasiones hasta los agrava, así que más vale que no bajemos la guardia, porque el enemigo está lejos de ser derrotado.

Y si no me creen, observen cómo evolucionan nuestras libertades en los próximos meses, cómo evolucionan las depravadas ideologías que nos quieren imponer, o si ven al Estado empequeñecer.

Artículo original publicado en Tradición Viva.

Las dos Españas

Las dos Españas.

En tiempos de tribulaciones, como los de ahora, me viene a la cabeza el viejo cuento de las dos Españas.

Desde pequeño he oído hablar de las dos Españas, aunque siempre me he resistido a pensar que existieran.

No puede ser, me decía para mí, que un país como el nuestro, tan viejo, haya sobrevivido tanto tiempo dividido en dos. No puede ser, pensaba, que tantos millones de personas pensaran una cosa o la contraria sin más matices, siendo, como somos, cada uno de nuestro padre y de nuestra madre (como se solía decir).

Ahora están los tiempos revueltos en lo político y en lo “pandémico” (que viene a ser lo mismo) y he pensado en el tema de nuevo. Concretamente, me ha venido a la cabeza la división en dos bandos justo en medio del día de la madre, en un aparentemente, día de celebración inocente.

Tal y como están las cosas, pensé, lo lógico es creer que no solamente hay dos Españas, sino 17 o alguna más, viendo el ansia de los caciques autonómicos por hacer de sus posesiones feudos diferentes al resto, aunque con la coincidencia, unánime, de imponer absurdas restricciones locales a cual más carcelera y con la coincidencia, unánime también, de no dejar vivir en paz a sus sufridos siervos.

Pero no, no hay 17 o más Españas, no. Hay dos y solamente dos.

Está la España que el domingo celebró el día de la madre con la suya y con los suyos, aún en medio de restricciones dignas de distopía televisiva, entre mascarillas e infracciones más o menos públicas, y está la España que tuvo que pasar el día separada de su madre y de los suyos porque vive al otro lado de una línea imaginaria que divide el territorio en 17 o más cárceles. Porque cometió el pecado, mortal, de trasladarse a otra ciudad a ganarse la vida, porque cometió el pecado de salir de los límites que controla el cacique local.

Está la España que lleva un año largo imponiendo restricciones ilegales, absurdas, liberticidas y criminales a sus semejantes con la excusa de que hay una enfermedad, o que lleva un año largo aplaudiendo esas restricciones y pidiendo que no dejen de imponerlas a sus convecinos, y está la España que solamente quiere seguir viviendo, aún con enfermedades, que solamente quiere seguir trabajando y que no anima a encarcelar a nadie.

Está la España que ha seguido trabajando, parapetada en sus privilegiados puestos de funcionario o en sus tecnológicos trabajos hechos online, y está la España que se arruina porque no le dejan abrir sus negocios o se le imponen trabas para trabajar en sus ocupaciones, por lo visto indignas por ser actividades que se realizan junto con otras personas.

Está la España que sostiene a la otra España con el esfuerzo diario y está la España que no produce nada más que privilegios y que sostiene con sus votos a dictadores confesos, redactores de leyes que expolian a sus semejantes.

Está la España que se alegra de serlo, aunque sean duras las circunstancias, aunque estemos ahogados por las deudas, aunque tengamos más pasado que presente y está la España que odia a España y que le da asco usar su nombre, sus símbolos, su idioma, que no tolera a sus vecinos (aunque no lo suficiente para salir corriendo lejos).

Está la España que solamente quiere vivir en paz, no imponer nada a nadie y está la España que quiere imponer ideas heredadas de asesinos de masas, que quiere adoctrinar a los hijos de los demás, que quiere imponer una historia inventada, falsa, que quiere ganar ahora lo que perdió repetidas veces, que detesta las urnas y la opinión del pueblo.

Está la España de siempre y la que miente, manipula, manda callar, agrede y mata por la espalda, de un tiro en la nuca o con una bomba lapa.

Está la España que quiere quedarse con un trozo de lo de todos, sin preguntar, para convertirse en reyezuelos de un pedazo, en caciques por la gloria de sus apellidos, en dominadores de sus pueblos y está la España que siempre estuvo, que calla pero que no otorga, que hablará.

Está España y la antiEspaña.

Yo sé dónde estoy. Yo sé dónde están los que me rodean.

Artículo original publicado en InfoHispania.

Dignidad

Un cierto tipo de políticos, de cuyo nombre no quiero acordarme, ha introducido en la campaña electoral de Madrid el asunto de la amenazas, con el ánimo de hacerse las víctimas.

No abundaré en el tema, trillado ya por todos los medios con, generalmente, desafortunado análisis. Tampoco abundaré en el tema de que esos mismos políticos cuentan como aliados con los herederos del terrorismo vasco, pues es público, notorio y objeto de ostentación por su parte.

Sin embargo, les contaré, si tienen la amabilidad de leerme, una historia que me ha venido al recuerdo al hilo de lo anterior.

Hace un par de años, se celebraba en una pequeña capital de provincia española el día de la patrona de la Guardia Civil. Además del desfile consiguiente, se organizó una exposición sobre la benemérita institución, a la que acudí acompañando a un viejo amigo y su familia.

Mi amigo, suboficial que contempla y asume ya la última etapa de su vida profesional, me invitó a pasar un rato junto con su mujer y sus dos hijos, ya en edad casadera, contemplando objetos y fotografías sobre la historia de un cuerpo veterano y, normalmente, bien considerado por la población a la que dice servir.

Con cierto orgullo no muy bien disimulado, me explicaba todo lo que nos íbamos encontrando en nuestro recorrido. Muebles, enseres variados, útiles de trabajo, banderas, insignias, todas ellas de tiempos pasados, se disponían en lo que era una recreación por la historia del último siglo y medio de nuestra historia.

También fotografías, que abundaban, con las explicaciones oportunas. Y así nos detuvimos en las historias de guardias que habían derrochado sus valores y sus convicciones luchando, y muriendo en muchas ocasiones, frente a los bandoleros, frente a los revolucionarios y en el mismo frente durante la guerra.

Historias que daban sentido a los versos del himno, que se canta en todas las ocasiones señaladas: “viva el orden y la Ley, viva honrada la Guardia Civil”.

Crecido por las historias de valor, de tenacidad, de honestidad, de valentía, de coraje y de disciplina que se nos mostraban, mi amigo nos llevó delante de un mural hecho con los rostros de los que habían caído frente al terrorismo vasco, allá por las últimas cuatro décadas del desolador siglo XX. Se situó frente a ellas y buscó, mientras explicaba en voz alta, a varios de aquellos de quienes conocía a familiares, caídos en atentado.

Fue entonces, cuando un anciano le oyó y comprendió que estaba ante un compañero y blandiendo en alto su bastón comenzó a señalarnos las caras de aquellos que habían sido asesinados y que habían servido junto a él. Nos dijo, con los ojos rojos y llenos de lágrimas que se afanaba en no dejar escapar, nombres y sitios, lugares donde habían estallado las bombas y dónde habían sido colocadas, nombrando también a los supervivientes, cuando los hubo.

Y señaló, al final, a los dos jóvenes que habían caído fulminados por un explosivo en una localidad pequeña y fronteriza en la provincia en la que nos encontrábamos, mientras pugnaba por dominar una rabia contenida entonces y desde entonces.

Una rabia que no era odio sino dolor, que no era odio sino impotencia.

Y dignidad, toda dignidad.

Mi amigo, el pobre, enmudeció. Aunque reconozco que aguantó el tipo de forma más o menos decorosa, pues permaneció junto al anciano compañero, y pudo, antes de marcharse, dedicarle algunas palabras de consuelo, de asentimiento, de comprensión y un sencillo saludo en el hombro.

Allí quedó el hombre, en pie, viejo, orgulloso, firme y aún mirando las fotografías.

Días después, mi amigo me comentó que se alegraba de que sus hijos hubieran presenciado la escena, pues él no hubiera podido acercarse siquiera a transmitir lo que aquel hombre había vivido. Y que esperaba que no lo olvidaran nunca, por más que se toparan en la vida con indeseables como los políticos que ahora mienten siempre que hablan.

Y que rezaba para que Nuestra Señora ayudara a aquel compañero, del que nunca más hemos sabido, a doblar las rodillas cuando llegase su hora, intercediese por él ante su Hijo y la infinita misericordia del Padre hiciese el resto.

Artículo original publicado en Tradición Viva

Nos recuperaremos, nos resilienciaremos

Al escuchar en las noticias que el gobierno había aprobado el llamado plan de recuperación, transformación y resiliencia, decidí dedicar un tiempo a descubrir de qué iba el asunto.

Mi manía de ir a la fuente y no conformarme con leer lo que me cuenten en los medios de comunicación me hace pasar unos ratos verdaderamente alucinantes, aunque tengo que reconocer que no es el tipo de diversión que recomendaría a nadie que quisiera pasar una agradable tarde y mantener sus nervios y su estómago a salvo.

En la página del ministerio de (para abreviar) economía, se puede consultar el plan en cuestión, que tiene por título: Plan de recuperación, transformación y resiliencia.

Lo primero que me llama la atención es su título, que viene a ser, como todo él, redundante y sin sentido. Más o menos, resiliencia quiere decir adaptación y recuperación ante una situación adversa o ante una perturbación, por lo que el título se podría haber recortado. O bien haberse llamado Plan de recuperación, o Plan de transformación o Plan de resiliencia. Pero claro, si los que lo redactan son amantes del desdoblamiento de los sustantivos, no les vamos a pedir ahora que vayan al grano.

La intención del plan se resume en este párrafo: “El Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia es un proyecto de País que traza la hoja de ruta para la modernización de la economía española, la recuperación del crecimiento económico y la creación de empleo, para la reconstrucción económica sólida, inclusiva y resiliente tras la crisis de la COVID, y para responder a los retos de la próxima década.”

Convendrán conmigo en que es una declaración de intenciones. Habiéndolo redactado los herederos ideológicos de aquellos que redactaban los planes quinquenales, y siendo estos unos analfabetos funcionales de experiencia demostrada, el hecho de que incluyan como objetivo hacer un proyecto de país da, cuando menos, terror.

Pero el papel lo aguanta todo, así que, a partir de estas palabras, el plan se convierte en una verborrea incesante que va regando de lugares comunes de la progresía actual y del nuevo orden mundial que nos invade, todas sus páginas. Abundan los vocablos y expresiones tales como inclusivo, género, políticas palanca, sostenibilidad, desigualdad, jóvenes, cuidados, verde, digital…

No analizaré lo que he podido leer, porque reconozco que soy incapaz de ello, de lo cual me alegro. Lo contrario significaría que he caído en la estulticia propia de estas épocas tan posmodernas.

Al final de todo, cuando el empacho de agenda 2030 está garantizado, viene lo mollar. Y esto es, ni más ni menos, que la pasta. Pero la de la gente, claro.

Así, tenemos como décima y última “política palanca” la modernización del sistema fiscal para un crecimiento inclusivo y sostenible. Casi nada. Para los más expertos, la modernización de un sistema fiscal significa que un buen pellizco del dinero del contribuyente va a parar a las arcas públicas, pero comprendo que haya gente a la que le cueste creerlo, toda vez que va envuelto en tan bonitas palabras. Así que, desmenuzémoslo juntos.

Se apunta primeramente a que está creciendo mucho, muchísimo, la deuda pública y el déficit público, aunque es debido principalmente a que el Estado nos ayuda mucho, también muchísimo.

Para remediarlo, se van a poner en marcha varias reformas. La primera, y para que nadie escape, la aprobación de una ley contra el fraude fiscal, para aflorar la economía sumergida y aumentar la capacidad de la recaudación.

La segunda, la adaptación del sistema impositivo al siglo XXI, que es una forma bonita de llamar a la creación de nuevos impuestos, que son a los servicios digitales, a las transacciones financieras, imposición medioambiental, y ajustes a los impuestos que ya pagamos, para recaudar más.

La tercera, la mejora de la eficacia del gasto público, que significa que se van a ocupar en gastar en lo que a ellos les interese, ni más ni menos.

La cuarta, para que tiemblen todos, la sostenibilidad del sistema público de pensiones. La medida estrella es el incremento de la edad de jubilación (hasta igualarla con la de la muerte, supongo) y el incremento del esfuerzo de las empresas (otro hachazo sin piedad). También se habla del pacto de Toledo, que significa que las bajadas de las pensiones serán constantes, además de contantes y sonantes.

Y esto es lo que podemos esperar de aquellos a los que aupamos al poder por medio de nuestros votos, de nuestra soberanía. Pagaremos mucho más, estaremos mucho más perseguidos y recibiremos mucho menos, aunque será todo en un ambiente inclusivo, sostenible y verde, pleno de felicidad.

Un atraco envuelto en buenas palabras, en buenas intenciones, pero un atraco.

Con todo, el robo sistemático de nuestro dinero y de nuestra capacidad de producción no es nada comparable con el robo, también sistemático, de nuestra libertad y la sumisión absoluta a un leviatán que, por supuesto, no nos reconoce más que como esclavos sin derechos.

Artículo publicado originalmente en Tradición Viva.

De bruces con el cartelito

Hay que reconocer que las elecciones autonómicas madrileñas están resultando divertidas.

Comenzaron con gran sorpresa, pues se convocaron de manera rápida, frustrando los planes de la ultraizquierda que había trazado un plan para hacerse en el poder en todos los lugares donde le era posible, utilizando para ello a los traidores confesos del partido ese que se deja llamar centroderecha sin serlo.

Después bajó a la arena el caudillo de las huestes comunistas, lo que las hizo entrar en otra dimensión, casi divina.

Y ahora, la atención la ocupa un cartelito que ha colocado un partido político y que pone entre los temas del debate el de la inmigración.

Así que empieza lo bueno. No me dirán que no tiene su punto.

Porque la izquierda no está acostumbrada a que le digan cuándo hay que ir a votar (en realidad prefiere que no haya que votar) y mucho menos a que le digan de qué temas hay que hablar. Es lo que tiene creer que eres quien tiene legitimidad moral para todo, es lo que tiene creer que estás por encima de los demás, pobres humanos.

Y este tema, el de la inmigración, no es un asunto que les guste tratar. Es uno de esos temas, son tantos, que consideran que están cerrados, de esos a los que se ha llegado a un consenso (el suyo) y que nadie se puede salir de ahí. Lo que significa que ellos han decidido lo que todos tienen que pensar, hacer y decir sobre el particular, y como está todo claro, no se habla de ello.

Y si se habla, es para repetir los mantras ya decididos (por ellos) y siempre para reforzar la idea de que los únicos que defienden todo lo bueno son ellos.

Maravillosa la izquierda, no me digan.

Total, que la polvareda producida por el cartelito de marras está siendo de órdago, ayudada por todas las terminales agitadoras de odios de que disponen, que son la inmensa mayoría de medios de comunicación y que son muchos. También contribuyen, todo hay que decirlo, los políticos del “tradicional partido de la derecha”, prestos a rasgarse las vestiduras cuando alguien pone en duda las ideas establecidas por la izquierda (vivir para ver) y se enfadan con el que osa contrariar a los dueños legítimos de la moral.

Y ayudan muchos melífluos equidistantes de la corrección política que, curiosamente, siempre están más cerca de unos que de otros y que no se mojan ni debajo del agua, por temor a la cancelación, al anatema que decrete la izquierda sobre ellos y que buscan la pulcritud en los datos, la tendenciosidad en el mensaje, la educación en la exposición e incluso la estética, pero siempre con el lado estrecho del embudo puesto en el mismo sentido.

Bien, pues con todo esto dicho, y antes de entrar en el fondo de la cuestión, les diré a todos esos estatistas que entienden que las leyes positivas del Estado son las que marcan lo que está bien o mal moralmente, que me digan mirándome a la cara, si las leyes de inmigración y de nacionalidad y residencia son las únicas que no se deben cumplir.

A los buenistas que defienden que la gente tiene derecho a ir donde quiera, a migrar libremente, a los que dicen que no deben existir las fronteras, que me digan frente a frente si no han defendido la política que me impide a mí moverme libremente por mi país, visitar a mi familia o ir a la casa que me he ganado con el trabajo y el ahorro diario, si no han tenido tentación de denunciar a los vecinos esos que han venido a pasar el fin de semana al pueblo, si no les parece mal cuando la piscina de su pueblo está llena porque han venido muchos veraneantes.

A los que apelan a los sentimientos continuamente, a los del discurso de lágrima fácil, que me digan en serio que ahora eso no sirve, que ahora tenemos que dejar de lado nuestros sentimientos y centrarnos en filosofía profunda.

A los conservadores, que me digan sin pestañear si lo que están dispuestos a conservar es la moral y los logros que la izquierda impone y que cada vez están más cerca de la histeria y la irrealidad, mientras gestionan la ruina cuando les dejan.

A los liberalios de cuello blanco y académicos títulos, que me digan sin dudar que mis ideas no sirven para conseguir que nadie ose atentar contra mi vida, libertad y propiedad, por enfangadas que les parezcan, que solamente sirven sus asépticos razonamientos y sus cuentas exactamente calculadas.

A la izquierda, a toda la izquierda, les diré que es hora, ya es hora chavales, de que vayan sacando sus ensangrentadas manos de todos los sitios donde las han metido y las metan en los temas que otros digan, porque su discurso dista mucho de ser hegemónico. Que ya es hora de que escuchen lo que no quieren escuchar, que ya es hora de que alguien plante cara.

Y si alguien se siente olvidado porque no lo he citado, que no dude en reprochármelo, porque en un momento me vuelvo a sentar frente a esta pantalla y le dedico uno de mis punzantes comentarios, le haga gracia o no.

¿El fondo de la cuestión? Pues eso lo dejo para otro rato.

Tu casa, la última frontera

Desde que comenzó lo que se viene llamando la emergencia sanitaria del COVID9, han sido muchos los derechos fundamentales que nos han sido arrebatados. Los primeros cayeron inmediatamente por el decreto que imponía el estado de alarma y lo hicieron de modo estrepitoso, pero casi sin hacer ruido.

Me refiero, como no, a la libertad de circulación o al derecho de reunión. Otros, como el derecho a libertad religiosa y muchos más, fundamentales o no, fueron cayendo poco a poco, entre la normativa impuesta, los hechos consumados, el silencio de los jueces, la traición del tribunal constitucional y la persecución cruel de las policías.

El último ataque a un derecho fundamental lo hemos sufrido coincidiendo con las durísimas restricciones impuestas para impedir a toda costa que los ciudadanos, los empresarios, los trabajadores y los cristianos aprovecharan la Semana Santa del año 2021. El ataque al derecho a la inviolabilidad del domicilio.

Desde casi el comienzo de todo este espectáculo orquestado con la excusa del coronavirus, se pudo comprobar como nuestra casa era prácticamente el único ámbito en el que el Estado no podía imponer su poder. Ganas no le faltaba, y así se esforzaba, por medio de sus secuaces preferidos, por recomendar cómo debíamos comportarnos en el trato con nuestros familiares, estando sanos y habiendo ya enfermado.

Como el leviatán es insaciable, pronto se empezaron a contemplar términos que iban preparando el terreno para asaltos futuros al domicilio. Se empezó a leer en la normativa que los miniestados que configuran nuestro país redactan sin desfallecer, términos como “convivientes”, “espacios privados”, términos que se replicaron por la prensa y los tertulianos, con la nada inocente mezcla y confusión con el ámbito domiciliario.

Sin llegar a escribir hogar o domicilio, en la legislación autonómica se regularon las reuniones en ámbito privado hasta llegar a la prohibición total de las reuniones que implicaran a personas no residentes en un mismo domicilio, tanto dentro como fuera de él.

Aún así, de las puertas de las casas de los sufridos ciudadanos, el estado seguía sin poder pasar. Para ayudar en la ofensiva, se comenzó a hablar de fiestas ilegales en los domicilios, señalándolas como las culpables de que la situación sanitaria se volviera insostenible a pesar de los esfuerzos denodados del gobierno para cuidarnos.

Muchos picaron el anzuelo, entrenados duramente en el terror, en el pánico a una enfermedad devastadora que veían nítidamente en las televisiones, pero bastante más borrosa en la vida real, y se hicieron delatores sin demasiado cargo de conciencia.

Y así se pudo organizar la feroz ofensiva contra el domicilio de finales de marzo, con la policía como ariete (no figurado). Ésta, sin conciencia de ser usada como arma del Estado contra sus ciudadanos (entre los que se incluyen ellos mismos aunque no quieran darse cuenta), se apresuró, no solo a asaltar casas, sino a colgar las imágenes para presumir de trofeo.

Nuestros gobernantes estaban frotándose las manos, babeando saliva de satisfacción al contemplar cómo los ciudadanos discutían sobre la legalidad de las entradas, sobre la conveniencia de las mismas, sobre la irresponsabilidad de los que participaban en las fiestas. Divide, haz que discutan sobre algo que está absolutamente claro en el ordenamiento jurídico español, arrima opiniones interesadas a tus tesis, mezcla derechos o dale primacía a derechos no fundamentales sobre los fundamentales, moldea sutilmente las conciencias a través del miedo y tendrás justificación más que de sobra para acabar con nuestras casas.

Si algo le interesa al estado es nuestra libertad, y el sitio en el que somos más libres es nuestra casa. Nuestros negocios, nuestras empresas, nuestro dinero, nuestros colegios, nuestros hospitales y nuestros médicos, ya los tienen.

Nuestras calles las han conquistado definitivamente con la “pandemia”.

Les faltan nuestras casas y, aunque aún no las han conseguido, han dejado nuestras puertas tan maltrechas que puede que no aguanten otra embestida.

Artículo original publicado en InfoHispania.

Quieren a nuestros hijos

Hace solamente unos pocos días, el congreso de los diputados ha enviado, debidamente aprobado, el proyecto de la ley de protección de la infancia, así que, como suele pasar, éste volverá con apenas unos cambios mínimos y será aprobada la ley casi tal y como está redactada en la actualidad.

A alguien mínimamente despierto, el título de la ley ya le debe hacer preguntarse ciertas cosas. Proteger a la infancia, pero ¿de qué y de quién? Y ¿cómo? Porque una ley que se afana por redactar y por presentar la izquierda más radical que nos ha gobernado últimamente, comparable a la republicana, debe hacer que se desconfíe de cualquier texto.

Aún a riesgo de que tener efectos adversos comparables a los que produce eso que llaman vacuna contra el coronavirus, he hecho una lectura del proyecto citado. Y aunque no he sufrido ningún colapso, confieso haber necesitado un par de cervezas para volver a ser una persona medianamente razonable, al menos a mi nivel.

Porque el proyectito de marras se las trae. Además del neolenguaje ese que se lleva ahora, con “desdoblamiento de género” de los sustantivos que a ellos les da la gana, es farragosa, ambigua, llena de buenismo, de sensiblería y de promesas de crear una arcadia feliz, todo para esconder las verdaderas intenciones. Vamos, que no defrauda.

Intervencionismo al más puro estilo globalista, este que nos asola, y que no deja ningún aspecto de la vida pública y privada que no monitorice, que no vigile, que no intente cambiar, que no intente destruir.

Aunque, como siempre, el preámbulo es importante, porque es donde se detalla todo lo que el legislador (ese ser tan amoroso que te da todo a cambio de tu vida) pretende hacer, me detengo un momento en el artículo primero, el objeto de la ley:

La ley tiene por objeto garantizar los derechos fundamentales de los niños, niñas y adolescentes

a su integridad física, psíquica, psicológica y moral frente a cualquier forma de violencia.”

Así que, sin más, acaban de establecer que los menores son sujetos de unos derechos fundamentales por el hecho de serlo. Acaban de ser convertidos en otro de esos grupitos, en otro de esos colectivos que tanto les gusta crear. Colectivos por aquí y por allá, con derechos a la carta para esgrimir ante quien haga falta.

Volviendo al preámbulo, encontramos escalofriantes sentencias como estas (y pido perdón al lector por la extensión):

El capítulo III, dedicado al ámbito familiar, parte de la idea de la familia, en sus múltiples formas, como unidad básica de la sociedad y medio natural para el desarrollo de los niños, niñas y adolescentes, debe ser objetivo prioritario de todas las Administraciones Públicas, al ser el primer escalón de la prevención de la violencia sobre la infancia, debiendo favorecer la cultura del buen trato, incluso desde el momento de la gestación. Para ello, la ley refuerza los recursos de asistencia, asesoramiento y atención a las familias para evitar los factores de riesgo y aumentar los factores de prevención, lo que exige un análisis de riesgos en las familias, que permita definir los objetivos y las medidas a aplicar.

Todos los progenitores requieren apoyos para desarrollar adecuadamente sus responsabilidades parentales, siendo una de sus implicaciones la necesidad de procurarse dichos apoyos para ejercer adecuadamente su rol. Por ello, antes que los apoyos con finalidad reparadora o terapéutica, deben prestarse aquellos que tengan una finalidad preventiva y de promoción del desarrollo de la familia.

Todas las políticas en el ámbito familiar deben adoptar un enfoque positivo de la intervención familiar para reforzar la autonomía y capacidad de las familias y desterrar la idea de considerar a las familias más vulnerables como las únicas que necesitan apoyos cuando no funcionan adecuadamente.

Destaca en la ley la referencia al ejercicio positivo de la responsabilidad parental, como un concepto integrador que permite reflexionar sobre el papel de la familia en la sociedad actual y al mismo tiempo desarrollar orientaciones y recomendaciones prácticas sobre cómo articular sus apoyos desde el ámbito de las políticas públicas de familia.

Por ello, la ley establece medidas destinadas a favorecer y adquirir tales habilidades, siempre desde el punto de vista de la individualización de las necesidades de cada familia y dedicando una especial atención a la protección del interés superior de la persona menor de edad en los casos de ruptura familiar.”

Lo que viene a decir que el Estado, o sea ellos, tienen en su punto de mira las familias, para intervenir lo máximo posible, porque los padres no saben cuidar a sus hijos y lo hacen rematadamente mal, criando jovencitos que no tienen bien grabados los valores correctos en sus cabecitas.

Y que, además, las familias son el lugar donde se concentra la mayoría de las situaciones de violencia contra el menor, porque ya se sabe que los padres, en especial los hombres (también sus dóciles mujeres) blancos, cristianos, que transmiten los mismos valores que sus padres y abuelos les enseñaron, los que llaman al pan pan y al vino vino, son muy peligrosos.

Para terminar este repaso, expondré lo que se recoge en el artículo 28 como principios para el ámbito educativo, otro con el que están obsesionados:

Los niños, niñas y adolescentes en todas las etapas educativas recibirán, de forma transversal, una educación que incluya el respeto a los demás, la igualdad de género, la diversidad familiar, la adquisición de habilidades para la elección de estilos de vida saludables, incluyendo educación alimentaria y nutricional, y una educación afectivo sexual, adaptada a su nivel madurativo y, en su caso, discapacidad, orientada al aprendizaje de la prevención y evitación de toda forma de violencia, con el fin de ayudarles a reconocerla y reaccionar frente a la misma.

Poco hay que añadir a la explicitada intención de enseñar la sexualidad que ellos quieren, la igualdad que ellos quieren, la nutrición que ellos quieren, todo eso que no hace falta que exponga yo en qué consiste.

Nadie podrá negar ya que es evidente que se pretende imponer la conquista total del ámbito familiar y del ámbito educativo por esos que nos dirigen.

Pues bien, conozco a muchos que están ya roncos de tanto criticar al actual gobierno y sus compinches y que, sin embargo, no han alzado la voz ante el ataque a sus hijos que acabamos de exponer.

Unos porque consideran que lo importante es lo económico y ya vendrán “los suyos” a arreglarlo. Otros porque están de acuerdo en una intervención del estado, siempre que sea de “los suyos”, que son los que lo hacen bien. Y otros porque siguen creyendo, a pesar de la realidad, que “los suyos” derogarán la ley en cuanto gobiernen, como NO derogaron las anteriores.

Y a todos estos va dedicado este artículo. A los que no se dan cuenta que el Estado es algo tan malvado y tan insaciable, que no dejará resquicio sin ocupar ni libertad sin quitarte si se lo permites, incluso si son “los tuyos” los que gobiernan. A los que le dan importancia preponderante a tener el bolsillo relativamente lleno. A los que no quieren problemas, a los quieren vivir tranquilos, sin quebraderos de cabeza. A los acomplejados ante la moral de la izquierda.

Pero sobre todo, a los que creen que “los suyos” son diferentes a los que están ahora mismo en el poder, a los que no se quieren dar cuenta que “los suyos” han votado, entusiastamente, a favor del engendro que hoy nos ocupa, que “los suyos” fueron los primeros que aprobaron una ley de ideología de género (nada menos que en Madrid), que “los suyos” reproducen, aplaudiendo fervorosamente, todas las políticas de corrupción de menores, todas las políticas de desmantelamiento de la familia, que a “los suyos” les parece bien que se siga promocionando el asesinato de miles de niños en el vientre de sus madres.

A los que no se dan cuenta que “los suyos” tienen los mismos objetivos, que son lo mismo que la izquierda, pero que se disfrazan vilmente de otra cosa.

Pondré como infame ejemplo a una tal Cayetana, diputada otrora látigo de la izquierda, que osa reírse de la ministro de igualdad por hablar en neolengua, justo después de haber votado a favor de esta ley.

A todos esos que votan a “los suyos”, engañados o no, los considero, como mínimo, cómplices.

Artículo original publicado en Tradición Viva.

Alcanzar el poder, aferrarse al poder

La noticia de que varios miles de jueces españoles han acudido a una instancia europea para denunciar que en España no tenemos ya un estado de derecho ha tenido cierta acogida, pero no la que debería tener algo tan relevante.

No había que ser un genio para darse cuenta de que los personajes que tenemos ahora mismo gobernado no nos podían traer nada bueno. Y no me refiero solamente al asunto económico, no solamente, por más que en esos temas va de suyo que la izquierda (y más aún la ultraizquierda) trae aparejada a su gestión la ruina más absoluta, se tarde más o se tarde menos en alcanzar el estado de pobreza total.

Me refiero, fundamentalmente, a que esta ralea de gente, ellos y los que les asesoran y les dan soporte desde el exterior, son auténticos depredadores del poder. Solamente necesitan llegar una vez para, una vez instalados ahí, desplegar toda clase de maniobras para tenerlo entero y en exclusiva.

Las tácticas y las maniobras que usan para llegar hasta lo más alto son conocidas y han podido ser observadas por todos, aunque muchos aún no han sido capaces de darse cuenta de lo que ha pasado. Las tácticas para mantenerse en el poder, para perpetuarse en él, las estamos viendo durante estos largos meses, ya más de un año.

Y si bien están algo camufladas en la caótica gestión de una pandemia orquestada a nivel internacional con las intenciones que cualquiera con un mínimo de sentido común y de capacidad de reflexión puede notar, siguen respondiendo a lo que se esperaba de ellos.

Ciertamente tienen el campo más que abonado en una sociedad que está ya madurita para caer en una dictadura comunista sin darse cuenta y sin que la cosa le parezca siquiera un poco molesta. Han sido muchas décadas de adoctrinamiento, de propaganda, de complejos, de deserción de la defensa de las ideas y valores tradicionales que el pueblo aún conservaba, de cobardía (cuando no de traición) de los líderes que decían enfrentarse a ese enemigo que se cernía de nuevo en el horizonte.

Pero se están empleando a fondo para conseguir sus objetivos. Tan a fondo que ya no se repara en las formas. Ya no importa mentir descaradamente a diario, difamar al adversario, convocar, apoyar y jalear disturbios desde el gobierno, ya no importa insultar abiertamente, saltarse la ley un día y otro, presionar al resto de poderes del estado, practicar las más mafiosas de las tácticas con los adversarios políticos, con empresarios, con críticos, con disidentes, con la gente en general.

Ya no importa aliarse a plena luz del día y sin caretas con los herederos de los terroristas, con los amiguitos de la marxista banda terrorista vascongada, ya no importa aliarse con los separatistas herederos de los torturadores y homicidas republicanos de la región catalana, ya no importa hacer tratos con los antisistema, no importa entregarles las instituciones aún teniendo como objetivo declarado acabar con ellas.

Ni siquiera importa o se camufla la compra y la ocupación de la prensa, de la televisión y de la radio para convertirlas en meros progadadores de mentiras y odio.

El objetivo es el poder absoluto y tiene que ser alcanzado rápidamente, por si a alguien le da por despertar. El objetivo, querido lector, somos nosotros y nuestra patria.

Por eso, la noticia de que los jueces piden auxilio fuera de nuestro país, la reconozco como una de las declaraciones más explícitas de que hemos caído casi definitivamente en sus redes. Un poder del estado reclamando ayuda al exterior contra otro poder del estado, nada menos.

Estamos cerca de la desgracia total, pero las prisas son muchas porque hay un par de cosas que se les escapan de las manos, que crecen a toda velocidad y que necesitan neutralizar lo antes posible.

Una es un partido político que planta cara abiertamente y que, aún a pesar de muchos puristas, está regando las calles, las plazas y las redes, de mensajes ciertos en defensa de la nación, de los valores tradicionales, de la vida, de la familia, de la persona y de Dios. Y que permite, alienta y ayuda a la difusión de esos mismos valores por grupos más minoritarios que, aunque siempre han estado ahí, no han logrado tener repercusión pública relevante.

Otra es la juventud, verdadero semillero de las ideas y valores que se oponen a toda esta gangrena que supone el comunismo, el progresismo, el globalismo. Porque solamente hay que echar un vistazo a las redes sociales o a los actos en la calle y los templos, para darse cuenta de que los jóvenes, los muy jóvenes, son la auténtica esperanza y el verdadero peligro a que se enfrentan los totalitarios.

También tenemos algo que se escapa del control y de la comprensión de los que quieren convertirse en nuestros amos. Pero eso, amigos, aunque ellos no lo quieran creer, no es de este mundo y su victoria está asegurada.

Artículo original publicado en Tradición Viva.

La economía en la escuela

La economía en la escuela

En el proceloso mundo, y casi siempre desnortado, politizado, depauperado, de la enseñanza en España, uno se puede encontrar todo tipo de aberrantes materias y contenidos, la mayoría de ellos influidos por las ideologías de consenso de forma tal, que se desvirtúan completamente, no solo el conocimiento, sino también la futura forma de pensar de los chavales.

Hace poco tiempo que se imparte una materia antaño relegada al olvido absoluto: economía.

Así que veamos, tomando como referencia el libro de 4º de ESO de una conocida editorial escolar, qué es lo que los chicos aprenderán.

La asignatura de economía

Lo más llamativo se encuentra en los primeros temas, que describen y comparan lo que llaman sistemas económicos que existen en el mundo, y que son: capitalismo, planificación centralizada y sistema mixto.

En la siguiente tabla se desgranan las ventajas e inconvenientes de cada uno.

CAPITALISMO

VENTAJAS

Libertad, sistema de precios que elimina la escasez y excedentes.

Incentivos por los beneficios.

Gran disponibilidad y variedad de bienes y servicios.

Sistema eficiente: más producción con menos recursos.

INCONVENIENTES

Desigual distribución de renta.

Inestabilidad.

Publicidad utilizada para crear necesidades artificiales.

Excesivo poder de empresas.

Escasez de bienes no rentables.

Degradación medioambiental.

PLANIFICACIÓN CENTRALIZADA

VENTAJAS

Altos niveles de empleo.

Necesidades básicas cubiertas.

Distribución de renta igualitaria.

INCONVENIENTES

Dificultad para valorar las necesidades reales.

Burocracia.

Escasa disponibilidad de bienes y servicios.

Degradación medioambiental.

SISTEMA MIXTO

VENTAJAS

Más libertad que en la planificada.

El Estado evita desequilibrios e intenta producir bienes y servicios no rentables.

Intenta redistribuir la riqueza a través de servicios públicos (educación, sanidad) y ayudas y prestaciones a jubilados, parados…

INCONVENIENTES

Desigualdad de rentas.

Intestabilidad cíclica.

Desempleo.

Algunas empresas se imponen en algunos sectores.

Degradación medioambiental.

La socialdemocracia y la desigualdad

Dejando a un lado la llamativa desventaja que afecta a todos por igual (degradación medioambiental), se van deslizando todos los conceptos que interesa moldear a gusto del consenso socialdemócrata.

La desigualdad aparece como evidente desventaja en el sistema capitalista y como ventaja en el sistema de planificación centralizada.

O sea, que la desigualdad es mala y la igualdad es buena, en términos absolutos.

Nada de analizar las causas de la misma.

La redistribución de la riqueza

Una vez introducido el anterior, pasamos a la redistribución de la riqueza.

Como la desigualdad es mala, es un inconveniente, la redistribución es una ventaja.

Además, aparece asociada a la prestación de servicios públicos y prestaciones a personas vulnerables, como son los pensionistas, los parados.

Establecido ya que es bueno redistribuir la riqueza, es decir que está bien quitarle a unos para darle a otros, el que se encarga de ello es el Estado benefactor.

Corrige desequilibrios, intenta producir y servicios, reparte riquezas y protege a los más desamparados.

El estado y la planificación centralizada

Es curioso cómo no se explica quién planifica en el sistema de planificación centralizada.

El Estado no tiene connotaciones negativas.

No van en su debe las desventajas del sistema planificado ni las desventajas del mixto, que coinciden con las del capitalismo.

Queda claro, pues, cómo explicar en el futuro que, si no se han corregido todos los desequilibrios, si no todo es perfecto, es porque el Estado no ha podido hacer lo suficiente.

Tenemos las bases para reclamar más Estado, que solamente hace cosas buenas.

El capitalismo y las empresas

Y la empresa, ¡ay, la empresa!, está ligada solo a inconvenientes o abusos.

Manipula la mente de los consumidores con la abominable publicidad, acumula poder en algunos sectores, impone condiciones, no quiere ocuparse de producir algunos bienes porque no son rentables…, normal que haya que ponerle severos límites.

Con estos mimbres, podemos intuir cómo nos va a quedar el cesto.

Artículo original publicado en El Club de los Viernes.

Hombre lobo, el nombre de tu hijo

Este verano he asistido, desde la barrera, a una nueva polémica en los medios de comunicación: resulta que unos padres no podían satisfacer su deseo de poner a su hijo recién nacido como nombre. Un juez no lo permitía, aduciendo que era ofensivo, y ellos reclamaban su derecho a ponerle el considerasen oportuno a su vástago.

En realidad no me detuve demasiado en los argumentos que los padres esgrimían, pues no me importa, realmente, el nombre que alguien elija para sus hijos. Aunque a veces parezca mentira, los nombres de actores, jugadores de fútbol o ídolos de cualquier clase proliferan por nuestra geografía cuando éstos se hacen famosos, y todos conocemos a gente con nombres ya anticuados y, cuando menos, curiosos.

Sí me detuve, en cambio, en los comentarios que pude leer y escuchar a propósito del tema. Mucha gente argumentaba que los padres deberían tener derecho a poner el nombre que quieran a sus hijos, y que son capaces, con seguridad, de educar al pequeño de manera tal que se sienta bien con él y que sea capaz de hacer frente a cualquier circunstancia que llevarlo le pueda acarrear. Y que ningún juez, ni ningún funcionario es quién para decidir por ellos, de entrometerse en sus vidas, de juzgar dónde están los límites para un nombre. Unos pocos, un tanto apocados, se decantaban por pensar que todo tiene un límite y que alguien tenía que velar por el pobre niño.

Recogida de firmas, entrevistas en las televisiones, radios, periódicos y gran campaña a favor de los padres.

¡Albricias!, pensé, ya lo hemos conseguido. Hemos sido capaces, poco a poco como gota malaya, de hacer ver a (casi) todos la importancia de la libertad individual, de la asunción de responsabilidades por los actos que uno lleva a cabo, de zafarse del poder cada vez mayor de un Estado que te impone casi todo.

Y ya hemos conseguido poder llevar a nuestros hijos al colegio que queramos, o no llevarlos, y enseñarles lo que consideremos más apropiado para ellos y sus vidas, de educarles en los valores que nos son propios y no en los que nos impongan desde lobbies bien pegaditos al poder.

Que podamos hacer con nuestro dinero y bienes lo que consideremos apropiado, pues nadie mejor que nosotros para decidir qué nos conviene. Qué empresa abrir, dónde y cuándo, a quién contratar y a cambio de cuánto, con quién trabajar y cómo, dónde construir. A qué edad jubilarnos y cuánto de nuestro dinero dedicar a ese fin, además de cuánto queremos destinar a nuestra salud y con quién contratar esos servicios, entre otras cosas.

Pero no, aún no, porque casi todos con quienes me atreví a compartir mi alegría, me dijeron que de ninguna manera, que mejor que yo sabe el gobierno las materias, contenidos y valores que se le deben inculcar a mis retoños en el colegio y, sobre todo, que la educación debe ser pública. Y que me fuera olvidando de cosas tan peregrinas como decidir la edad de jubilación o si deseaba formar parte del sistema público de pensiones o de sanidad. Faltaría más, una persona decidiendo qué le conviene o qué le interesa en la vida. Menos mal que, para protegerme de mi mismo, estaban los demás.

Espejismo veraniego, pensé entonces. Anécdota en los medios. Tendremos que seguir en las trincheras.

Artículo original publicado en El Club de los Viernes.