Hay que reconocer que las elecciones autonómicas madrileñas están resultando divertidas.
Comenzaron con gran sorpresa, pues se convocaron de manera rápida, frustrando los planes de la ultraizquierda que había trazado un plan para hacerse en el poder en todos los lugares donde le era posible, utilizando para ello a los traidores confesos del partido ese que se deja llamar centroderecha sin serlo.
Después bajó a la arena el caudillo de las huestes comunistas, lo que las hizo entrar en otra dimensión, casi divina.
Y ahora, la atención la ocupa un cartelito que ha colocado un partido político y que pone entre los temas del debate el de la inmigración.
Así que empieza lo bueno. No me dirán que no tiene su punto.
Porque la izquierda no está acostumbrada a que le digan cuándo hay que ir a votar (en realidad prefiere que no haya que votar) y mucho menos a que le digan de qué temas hay que hablar. Es lo que tiene creer que eres quien tiene legitimidad moral para todo, es lo que tiene creer que estás por encima de los demás, pobres humanos.
Y este tema, el de la inmigración, no es un asunto que les guste tratar. Es uno de esos temas, son tantos, que consideran que están cerrados, de esos a los que se ha llegado a un consenso (el suyo) y que nadie se puede salir de ahí. Lo que significa que ellos han decidido lo que todos tienen que pensar, hacer y decir sobre el particular, y como está todo claro, no se habla de ello.
Y si se habla, es para repetir los mantras ya decididos (por ellos) y siempre para reforzar la idea de que los únicos que defienden todo lo bueno son ellos.
Maravillosa la izquierda, no me digan.
Total, que la polvareda producida por el cartelito de marras está siendo de órdago, ayudada por todas las terminales agitadoras de odios de que disponen, que son la inmensa mayoría de medios de comunicación y que son muchos. También contribuyen, todo hay que decirlo, los políticos del “tradicional partido de la derecha”, prestos a rasgarse las vestiduras cuando alguien pone en duda las ideas establecidas por la izquierda (vivir para ver) y se enfadan con el que osa contrariar a los dueños legítimos de la moral.
Y ayudan muchos melífluos equidistantes de la corrección política que, curiosamente, siempre están más cerca de unos que de otros y que no se mojan ni debajo del agua, por temor a la cancelación, al anatema que decrete la izquierda sobre ellos y que buscan la pulcritud en los datos, la tendenciosidad en el mensaje, la educación en la exposición e incluso la estética, pero siempre con el lado estrecho del embudo puesto en el mismo sentido.
Bien, pues con todo esto dicho, y antes de entrar en el fondo de la cuestión, les diré a todos esos estatistas que entienden que las leyes positivas del Estado son las que marcan lo que está bien o mal moralmente, que me digan mirándome a la cara, si las leyes de inmigración y de nacionalidad y residencia son las únicas que no se deben cumplir.
A los buenistas que defienden que la gente tiene derecho a ir donde quiera, a migrar libremente, a los que dicen que no deben existir las fronteras, que me digan frente a frente si no han defendido la política que me impide a mí moverme libremente por mi país, visitar a mi familia o ir a la casa que me he ganado con el trabajo y el ahorro diario, si no han tenido tentación de denunciar a los vecinos esos que han venido a pasar el fin de semana al pueblo, si no les parece mal cuando la piscina de su pueblo está llena porque han venido muchos veraneantes.
A los que apelan a los sentimientos continuamente, a los del discurso de lágrima fácil, que me digan en serio que ahora eso no sirve, que ahora tenemos que dejar de lado nuestros sentimientos y centrarnos en filosofía profunda.
A los conservadores, que me digan sin pestañear si lo que están dispuestos a conservar es la moral y los logros que la izquierda impone y que cada vez están más cerca de la histeria y la irrealidad, mientras gestionan la ruina cuando les dejan.
A los liberalios de cuello blanco y académicos títulos, que me digan sin dudar que mis ideas no sirven para conseguir que nadie ose atentar contra mi vida, libertad y propiedad, por enfangadas que les parezcan, que solamente sirven sus asépticos razonamientos y sus cuentas exactamente calculadas.
A la izquierda, a toda la izquierda, les diré que es hora, ya es hora chavales, de que vayan sacando sus ensangrentadas manos de todos los sitios donde las han metido y las metan en los temas que otros digan, porque su discurso dista mucho de ser hegemónico. Que ya es hora de que escuchen lo que no quieren escuchar, que ya es hora de que alguien plante cara.
Y si alguien se siente olvidado porque no lo he citado, que no dude en reprochármelo, porque en un momento me vuelvo a sentar frente a esta pantalla y le dedico uno de mis punzantes comentarios, le haga gracia o no.
¿El fondo de la cuestión? Pues eso lo dejo para otro rato.