Desde que yo recuerdo, todos los años hay que cambiar la hora dos veces al año. Cuando era niño, solamente me importaba cuando era el cambio al “horario de invierno”, porque se hacía de noche enseguida y las noches son oscuras y no te dejaban estar en la calle jugando.
El cambio al “horario de verano”, en cambio, era muy agradable. Los días se hacía largos, muy largos, el verano estaba cerca y con él, el fin del colegio, las tardes de piscina y bicicleta…
Ahora que ya voy teniendo una edad, ninguno de los cambios me hacen la más mínima gracia y no es solamente porque me “quiten una hora de dormir un domingo” o anochezca temprano.
Tampoco es solamente porque te tengas que levantar antes de que amanezca justo cuando el paso natural de las estaciones ha conseguido levantar al sol antes de que llegues al trabajo. Ni solamente porque, en el cálido verano de esta piel de toro, haya que esperar horas y horas a que el calor afloje para salir a la calle, haciendo que se retrasen todos los horarios menos el de madrugar.
La razón fundamental por la que no me gusta el dichoso cambio horario es por la absoluta estupidez colectiva que supone.
Estúpido es el argumento del ahorro de energía (o era, porque ya no lo defiende casi nadie): ni se ahorraba energía, ni tan siquiera alguien ha probado con suficiencia nunca que ahorrar energía sea bueno, excepto para el bolsillo de quien paga esa energía.
Estúpida es la creencia generalizada de que tenemos más horas de luz con el cambio de hora en verano. Tenemos las mismas horas que ayer (más un poquito hasta finales de junio y menos un poquito desde finales de junio).
Estúpida es la última ocurrencia comunitaria de “dar libertad a cada país para que elija si se queda en el horario de invierno o en el de verano”. No hay horario de invierno o verano, señores. Dejamos el reloj sincronizado con un huso horario o con otro, nada más.
Y estúpida es la idea de admitir sin demasiadas protestas que los políticos puedan cambiar hasta la hora. Ahora te dicen que son las dos, y son las dos. Ahora te dicen que son las siete, y son las siete. Pero, por más que te digan, el sol sale a la misma hora y se pone a la misma, más o menos.
Nuestra posición en el globo terráqueo es la que es y no podemos elegir si nos ponemos más al este o más al oeste. Tozudamente, Italia seguirá estando por donde sale el sol y Finisterre por donde se pone. Igual que nuestra latitud, siempre la misma, oye, imperturbable a las modas o a los decretos de Bruselas o como diantres se llamen las normas que no cesan de aprobar.
Y tus ritmos, los ritmos naturales, son los que son, independientemente de lo que diga un político, mi reloj o la vieja del visillo. Pero todo esto del rollo natural, por lo visto solamente sirve para la alimentación (natural), el senderismo (por la naturaleza), la cosmética (natural), las bolsas (de materiales naturales, no de malvado plástico), para el transporte (mejor la bici) y otras minucias.
Porque, si tan bueno es el cambio de hora, o mantenernos en un huso horario que no es el nuestro para la conciliación, si tanto ayuda a tener una vida de lo más agradable porque se acompasa el tiempo de ocio con la luz diurna, ¿porque no adelantamos el reloj como para hacer que justo se haga de día al salir de trabajar? Tendríamos, literalmente, todo el día por delante.
Nadie se ha planteado qué tal le sentaría si, en lugar de decir que se adelanta una hora el reloj, se le dijera que tenía que entrar una hora antes a trabajar. Sí, dejar el reloj como está, pero entrar o salir una hora antes o después del trabajo. El efecto sería el mismo, pero el cabreo no: no es lo mismo entrar a la oficina a las ocho que a las siete, ¿a que no? Pues justo por eso, lo que nos hacen es adelantar el reloj, y no el horario.
Avanzamos hacia la peor de las distopías. La hora ya no es la que es, sino la que ponemos, las personas ya no son lo que son, sino lo que se perciben, las cosas ya no responden a su nombre, sino al que un colectivo les da, los agresores son los ofendidos, los que no producen nada son los que gobiernan.
En fin, me voy a la cama. El sol está en todo lo alto, pero yo percibo que es medianoche.
Publicado originalmente en El Club de los Viernes