El enemigo de la planificación central es la realidad

El enemigo de la planificación central es la realidad

Estamos acostumbrados a que se nos vendan las bondades de la planificación central en la economía. Ya sabemos, esas cosas como la intervención estatal, la redistribución de la riqueza, el control de precios…

Los argumentos son siempre los mismos, huelga extenderse, esos de que el estado tiene que corregir los fallos del mercado. Porque, como repiten una y otra vez, el mercado tiene fallos que perjudican siempre a los más débiles, a los pobres, a los asalariados. Como el mercado se identifica con los malvados empresarios, los poderes financieros, la bolsa, todas ellas malignas instituciones y el estado corrige sus fallos, éste se identifica con el bien.

Los que no nos tragamos el cuento de que una sola persona o un grupo de personas vayan a poder ejecutar mejor la compleja tarea que realizan espontáneamente millones de personas comerciando libremente, esgrimimos el argumento ese tan conocido (en nuestros reducidos círculos) de la imposibilidad del cálculo económico en el socialismo.

Todas estas discusiones quedan en la teoría y en el ámbito de la economía, normalmente. Y ahora llega una pandemia y el gobierno echa mano de un instrumento legal que le permite la máxima centralización en la toma de decisiones. A todos los niveles.

Y es entonces cuando este humilde observador de lo que ocurre empieza a divertirse (sin olvidar, por supuesto, la enorme tragedia que nos envuelve, entiéndaseme). Porque en la orgía regulatoria, los próceres nos deleitan con cosas como que no podemos salir de casa salvo a trabajar en las actividades esenciales, que no podemos pasear con nuestra familia, ni montarnos en el coche aunque estemos juntos todo el día, que no podemos ir a los actos religiosos pero estos no están prohibidos, que en una fase determinada no podemos salir de la provincia, pero sí ir a un hotel y toda esta enorme cantidad de normas.

Cada vez que regulan algo se encuentran con los casos particulares. Sirva de ejemplo el caso de la imposibilidad de cruzar los límites de una provincia, una delimitación estatal, artificial, impuesta. Enseguida salieron a la luz casos particulares por doquier; que si en tal pueblo una calle delimita el paso de una provincia a otra, por lo que la gente se mueve para hacer las compras indistintamente por el territorio de dos de ellas, sin que tenga otro remedio. Que si hay un territorio compuesto por más de un municipio que está enteramente rodeado de la provincia a la que pertenece por territorio de otra provincia, por lo que los habitantes de esa zona estarían, de hecho, aislados de la provincia por la que legalmente podrían circular.

Otro ejemplo es el de las familias. Los padres pueden salir a pasear con sus retoños, pero solamente en proporción de uno por cada tres infantes. Espere, ¿qué hacemos con las familias que tienen más de seis hijos?…que alguna hay.

Y solamente pueden salir a jugar los niños entre el mediodía y las siete de la tarde. Nadie ha pensado que en pleno mes de mayo las temperaturas en las “horas centrales” del día no son casi soportables según en qué zona de nuestro país nos encontremos.

O el caso de los vehículos de empresas de las que sí podían realizar su actividad. Máximo dos ocupantes, uno en cada fila de asientos y en posición diagonal. Señores, que hay vehículos comerciales que solamente tienen una fila de asientos.

Los paseos de los adultos por las vías públicas, así que excluidas las playas. En mi municipio considero las playas como “espacio natural”, porque hay leyes sobre estos temas que así lo recogen, incluso existen figuras de protección al efecto.

Así que a toda prisa hay que volver a regular, modificar decretos, sacar comunicados, añadir excepciones, recalcular horarios, vincular las decisiones a las particularidades de los municipios, comunidades, pueblos, territorios, familias, vehículos, actividades.

Tremendo lío. La flamante planificación central ahogada por los casos particulares, por la realidad compleja de la vida. Y se suponía que estas eran cuestiones más o menos sencillas. Unas cuantas actividades esenciales, territorios amplios a los que aplicar criterios “objetivos” de sanidad, pequeños paseos por las calles y cosas sin más importancia.

Imagínense los estatistas de todos los partidos el resultado de esta “certera y clarividente” planificación central en algo tan complejo como el mercado y las relaciones económicas.

Otra catástrofe.

Artículo publicado originalmente en El Club de los Viernes

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