Cuando se reúnen los prebostes de los países que dicen controlar el mundo, hay que echarse a temblar, y más en estos oscuros tiempos.
Hace poco le ha tocado el turno en lo que se viene a llamar el G7, esto es, los siete países más ricos, más industrializados, los más. Aunque no siempre son siete, pero que un invitado más o menos, no nos vaya a arruinar un nombre redondo.
Este simpático grupito de políticos, cada uno elegido por sus ciudadanos (o no) para dirigir los destinos de su país, se arrogan la capacidad de dirigir también el mundo. Claro que no lo hacen en solitario, porque hay otros grupos de simpáticos muchachos que también lo quieren hacer, como los del G20, los de la ONU, el Foro de Davos y qué sé yo cuántos más.
Me interesa esta vez resaltar uno de los anuncios, el anuncio estrella, que han hecho al finalizar la reunión en cuestión. Se ha decidido poner un impuesto de sociedades en todo el mundo, como mínimo del 15%.
Ea, pues ya está, lo deciden 7 y para todos, es lo que hay.
Voy a dejar a un lado la legitimidad de las decisiones que toman los gobernantes de países, votados en el marco de una soberanía nacional, sobre asuntos que conciernen a ámbitos supranacionales, sin haber consultado a sus electores.
Me voy a centrar en la cuestión de poner un impuesto, digamos único o mínimo, por parte del poder político sobre los que crean la riqueza. Poner un impuesto de una manera concertada, o sea, los más fuertes lo deciden, se ponen de acuerdo y lo “imponen” o lo intentan imponer a los demás.
Lo de menos son las excusas elegidas para ponerlo. Que si es para evitar que las empresas se vayan a paraísos fiscales, que si es para que todas contribuyan equitativamente con las cargas que les corresponden en los países en los que operan, que si es para que los estados tengan suficientes recursos para los servicios que deben proporcionar a los ciudadanos…
Lo de más es observar el método empleado, que seguro que nos suena de algo. Veamos: un grupo con poder decide algo bueno para ellos, lo impone por la fuerza o bajo amenaza y el resto no se puede sustraer de pagar. Usted produce, pero yo le quito algo a cambio de una protección (vía servicios) que no me ha pedido, pero que es obligatoria. Si paga, está protegido, por mí y de mí.
A mí me suena a cualquier película de mafiosos, cuando le dicen al tendero de la esquina que pague por protección. Y no es que me suene, es que es literalmente lo mismo. Porque el hecho de que se diga que va dirigido contra las grandes empresas no significa que no vaya dirigido a todas las empresas, claro que no.
Y el hecho de que haya sido decidido entre todos, entre los que tienen poder para hacerlo cumplir por la fuerza, el hecho de que nadie pueda negarse, el hecho de que cada uno se quede con la mordida que corresponde a su territorio, es lo que le da el carácter de cártel mafioso. Bandas que controlan un territorio, se llevan el botín que ellos mismos deciden y hacen un bonito pacto de no agresión, de no invasión de sus límites.
Pues qué quieren que les diga. Si anda como un pato, nada como un pato y grazna como un pato, es que es un pato.
Si los estados son bandas de saqueadores que esquilman a sus súbditos, los estados concertándose para hacer un mundo único sometido férreamente a su control, son auténticos tiranos capaces de cualquier cosa.
¿Exagero? Echen la vista un año atrás, intenten ver por dónde van los tiros, no solo en impuestos, sino en dinero digital, certificados de vacunación y otras cosas y luego me cuentan.
Advertidos estamos.
Artículo original publicado en InfoHispania.