La alumna que todo maestro quisiera tener se presenta en el despacho de un sesudo profesor de universidad. Ha concertado una cita porque ha descubierto, con gran pesar, que tiene un 5 como nota en su asignatura (algo así como 4 puntos menos de lo que suele ser habitual), y quiere saber las razones.
La conversación discurre de la siguiente manera:
-Buenos días, dígame su nombre y curso.
-Respuesta de la alumna, con nombre y curso.
-Umm, ¿querría tener un 7?.
-Hombre, pues claro.
-De acuerdo, pues un 7. Que pase la siguiente.
La alumna no sale de su asombro, pero sí del despacho, confundida, pero con un 7 y con la sensación de que no ha entendido nada y de que podría haber conseguido más. Aunque su prudencia le hace pensar que si hubiese replicado, teniendo en cuenta lo arbitrario de la situación vivida, podía haberse quedado con un 5 (o menos).
Evidentemente, queremos más, pero mucha más educación pública y de calidad, como ésta. Claro que, gratuita, por supuesto.
De la profesora que rompe trabajos en el pasillo sin leerlos y diciendo que son «una mierda» sin haberlos ni abierto siquiera, mejor no hablamos, ¿no?