El que está en peligro es usted (y yo).
Y aunque la respuesta a la pregunta en el título pueda parecer evidente, o mejor aún, a muchos les pueda parecer evidente hoy y solamente desde hace unos días, diré que no está en peligro.
Y me explicaré antes de que deje usted de leer este breve texto. España no está en peligro porque ya no está. Hace tiempo que dejó de tener hálito vital, entró en parada y solamente resiste cual cascarón vacío.
España, magnífica construcción, ha tenido una larga y fructífera historia. Hace tiempo, sin embargo, que lleva recibiendo ataques, embites que la han puesto en riesgo. Recuerdo una guerra civil, la más reciente, precedida de varias revoluciones comunistas, una dictadura (blanda), varias huidas de sus reyes, ataques anarquistas en nuestras calles, gobiernos infames que se repartían prebendas y privilegios, tres guerras civiles en el siglo XIX, varios cambios de régimen con estallidos separatistas variados y pintorescos, una invasión francesa y muchas otras que seguramente usted sepa mejor que yo.
La nación fue sujetada in extremis, por la fuerza, con enormes y dolorosas bajas personales y materiales, en un último intento de poner orden al caos y a la fragmentación e impidiendo que cayera presa de la peor pesadilla que podemos imaginar en este nuestro mundo.
Pero esa cirugía no logró extirpar todos los tumores.
Los males que nos aquejan resurgieron con fuerza allá al final de la época franquista, sólo que disfrazados, camuflados, revestidos de bien. Algunos se dieron cuenta de que la llamada constitución del 78 no era sino la herramienta que permitiría llegar a la situación actual de una forma diferida en el tiempo, décadas después, y que lo haría sometiendo a la nación de una forma plácida, adormecente, sin que muchos se dieran cuenta de lo que estaba pasando realmente.
Y así ha sucedido.
Ahora los que estamos en peligro somos nosotros, puesto que nuestra forma de vida va a desaparecer en breve. Porque de toda esta voladura de la realidad que se llama España no vamos a salir indemnes. Toda disgregación de un estado tiene consecuencias y no son deseables.
Cuando hablamos de balcanización no nos referimos solamente a que de un país salgan cuatro o cinco países más pequeños. Hablamos de que se producirán conflictos por multitud de cuestiones y de necesidades, recursos, poblaciones. Y esos conflictos se resuelven siempre con violencia, que puede ser guerra o no.
Y también se resuelven siempre con pobreza, con retroceso material. Y con aprovechamiento de otros estados y de élites para sacar oportunidades de ventaja a nuestra costa. Duele pensarlo, pero es así.
Y si encima tenemos sobre nosotros a unos gobernantes y partidos que pretenden imponernos (que nos han impuesto ya) una dictadura socialista del siglo XXI, el sufrimiento está garantizado.
Así que, finalmente los que estamos en peligro somos nosotros.
Es posible que usted piense que aún se puede hacer algo como cuando se aplican las descargas eléctricas de un desfibrilador y se puede sacar a la nación de esta atonía.
Entonces piense en quién le va a dar las necesarias descargas. Tal vez sean esos millones de compatriotas que votan obstinadamente al PSOE a sabiendas de que les trae ruina y miseria, aun reconociendo que les miente descaradamente una y otra vez, y que además les trocea el país vendiéndolo a trozos a sus enemigos.
Tal vez sean esos millones de conciudadanos que lo único que tienen en su cabecita es cómo pillar una subvencioncita que les permita trabajar cada vez menos y les satisfaga todo aquello de lo que se tendrían que ocupar personalmente con esfuerzo y dedicación. Y que desean, con evidente envidia, despojar a los ricos para tener ellos cuanto más mejor.
Aunque bien pensado, también pueden ser los millones de vecinos peperos que, mojigatamente aceptan ser solamente los arregladores de la pobreza cuando ésta ya amenaza ruina, pero que sumisamente asumen todo lo que las izquierdas (comunistas, socialistas, woke…) les imponen a ellos y a sus hijos, llamándote facha o fascita (según su ánimo ese día) cuando les ponen delante del espejo de su cobardía. Y que están bovinamente de acuerdo con todo lo que ahora les parece mal, siempre que lo haga uno vestido de azul, en su pueblo, ciudad, autónoma comunidad o gobierno central.
O puede que nos salve toda esa patulea de intelectuales y artistas, periodistas, comunicadores y docentes de todos los pelajes que, o bien son activistas convencidos o a sueldo, o bien se tragan cual ovejas todo lo que el progresismo eleva a la categoría de dogmas de fe.
O las nutridas filas de funcionarios autonómicos incapaces de reconocer que son la herramienta última pero necesaria para trocear la nación duplicándola, a los que les importa (por supuesto) más su sueldo seguro a fin de mes que el futuro de sus hijos (si los tienen).
También pueden contribuir a la necesaria resucitación el nutrido grupo de los que solamente quieren poder irse de cañas con la peña todos los fines de semana, o al fútbol, los que piensan que la política no va con ellos y que creen que en España es el sitio en el que mejor se vive y que será así por los siglos de los siglos.
Incluso puede que hagan despertar al país de su último coma esos compatriotas que se dejaron encerrar acríticamente cuando el recién estrenado gobierno social-comunista declaró un ilegal y humillante estado de alarma, que se dejaron humillar por unos inexistentes expertos, que aplaudieron encantados a sus carceleros a las ocho, que denunciaron a sus pocos vecinos despiertos, y que, peor todavía, aún hoy te dicen una y otra vez que todo eso era lo único que el gobierno podía hacer para salvarles.
Si estos son los que nos pueden ayudar, que Dios nos coja confesados.