¿Extrema derecha?

¿Extrema derecha?

En tiempos en los que todo se vuelve convulso, blanco o negro, bueno o malo, hablar de política se puede convertir en algo peligroso, al menos para la convivencia de los pequeños grupos en los que nos movemos.

En las familias, entre los amigos, en el trabajo, siempre hay alguien dispuesto a sacar el tema, y no siempre con el ánimo de intercambiar ideas, de conocer nuevos puntos de vista. En demasiadas ocasiones, el fin que se busca es imponer o, peor aún, encontrar y marcar, desacreditar a los disidentes, reforzar el grupo apartando o declarando malos y tóxicos a estos.

Centrando el tiro en la situación española actual, el disidente, el apestado es invariablemente el de “extrema derecha”. Esas dos palabritas, en ese orden o en el inverso, están en todo buen artículo que se precie de cualquiera de los diarios de papel o digitales, en todos los telediarios que pueblan las ondas de televisión y en todos los programas que dicen criticar la situación actual y a los políticos, pero que, casualmente, apuntan siempre hacia el mismo lado.

Y claro, tan de moda se pone la expresión, que la usan también las personas con quienes convivimos, con más o menos saña, con más o menos conocimiento del término, con más o menos acierto.

Pero la usan.

Y, ¿qué es la extrema derecha?, pregunta que debería hacerse todo el mundo, aunque, tampoco por casualidad, no todos lo hacen. Utilizaré para ponernos en situación y no ser acusado de ir a fuentes de “extrema derecha”, un par de párrafos de uno de los periódicos que más usan la terminología citada, El País:

https://elpais.com/elpais/2019/02/25/opinion/1551110597_968867.html

La extrema derecha es algo muy serio. Representa un proyecto político autoritario que ataca la idea de ciudadanía al generar ciudadanos de primera y de segunda. Además, confronta con la idea de cosmopolitismo y defiende un repliegue sobre nuestras propias fronteras, cuestionando cualquier mezcla con el exterior. Estamos, por lo tanto, ante un proyecto xenófobo, machista y homófobo con pulsiones autoritarias. La extrema derecha no solo es un retroceso en un modelo de sociedad que nos ha costado mucho construir, sino que además es un ataque directo a valores como la tolerancia, la igualdad y la libertad.”

Hannah Arendt, en Eichmann en Jerusalén, se hace la misma pregunta que muchos analistas se hacen estos días: ¿por qué personas de nuestra vida cotidiana pueden acabar apoyando una opción heredera del fascismo? La respuesta de Arendt se resume en un concepto: la banalidad del mal. Eichmann, quien fue condenado por su colaboración con el régimen nazi, nunca pensó que lo que hacía era incorrecto. Y es que este militar alemán no era un monstruo o un psicópata. Más bien su colaboración con el fascismo la realizó sin medir las consecuencias de sus actos e integrándola dentro de la normalidad”.

Así que, los periodistas de la corriente opuesta a la “extrema derecha” se refieren a esta, a los partidos que en ella están o a los que dicen que los votan y a las personas que se identifican con ellos o con determinadas corrientes de pensamiento, como algo muy serio, algo xenófobo, machista, homófobo, autoritario, atacante directo a la tolerancia, igualdad, libertad, herederos del fascismo, banalizadores del mal, asimilados a colaboracionistas del nazismo, incapaces de medir las consecuencias de sus actos…

No es extraño, pues, que quienes esto escuchan o leen y no se paren ni dos segundos, dos, a pensar, se asusten cada vez que oyen las palabritas mágicas, las que son marcadores de todo lo malo.

Así que, unas veces sin darse cuenta de con quién hablan y otras con toda la intención del mundo, de vez en cuando le espetan a alguien cercano que es de “extrema derecha”, alguien que, por lo general, sabe lo que le están llamando, con lo que le están identificando, y alguien que sabe, en lo más profundo de su ser, que no es así.

Alguien que sabe que no se conduce por la vida de modo autoritario, que no ha impuesto (y no ha querido imponer) nunca su forma de vida a nadie. Que sabe que no es xenófobo, que no odia ni le tiene tirria a nadie por su color de piel o el país en el que haya nacido. Alguien que no es machista, sino que más bien ha combatido el machismo desde que tiene uso de razón. Que no es homófobo, si es que semejante cosa existe, que le da igual con quién coño se acueste cada uno, mientras no sea con él, que es tolerante excepto con la mala gente, que aprecia la igualdad ante la ley tanto como para no pedir favores para sí o para los suyos, que trabaja como puede y en lo que puede, que le gusta la libertad desde que era pequeño y no le dejaban hacer lo que deseaba, que detesta el fascismo, el nazismo y el comunismo más que los comunistas (algo obvio) y que intenta hacer el bien todo lo que es capaz con su fe, entendimiento y pobre y pecadora naturaleza humana.

Y no pocas veces, quien hiere sin medida, declara no saber bien de qué habla porque no se ha parado a oir, leer o escuchar al “extremista” y encima se guía por lo que le cuentan (con intenciones obvias) los medios de comunicación a los que sigue con adoración casi divina. Y se declara, voluntaria y conscientemente, seguidor de ideologías que avalan a quienes llevan en sus espaldas aproximadamente cien millones de muertos en un siglo, seguidor de ideologías y partidos que matan de hambre conscientemente a sus congéneres para obtener riqueza, seguidor de ideologías o partidos que expolian a los que viven bajo su gobierno, arrebatando el fruto de su esfuerzo a los trabajadores para repartirlo entre los que viven del bien pensado cuento.

Seguidor de quienes son partidarios de destinar millones de euros en adoctrinar a sus propios hijos en ideologías que los corrompen desde pequeños, que les niegan su condición humana, su condición biológica, que los pretenden adoctrinar en la cultura de la muerte, que les seducen a llevar una vida de dócil cerdito estabulado, alimentado y calentado por su amo.

Seguidor, en definitiva de quienes destruyen o avalan a los que destruyen al individuo y lo convierten en colectivo, en desechable, en incapaz, en inhumano. De quienes son déspotas, pero solo para otros, de quienes te multan por hablar si no asientes, de quienes asaltan tu iglesia.

La experiencia, hasta ahora, era que el interpelado, el marcado, o bien callaba, o bien argumentaba, balbuceante, unas tímidas explicaciones, excusas casi para poder seguir dignamente su camino, clandestino, pero suyo.

Ahora se revuelve y, unas veces despliega apabullantes razonamientos que dejan al “sin ideas” sin ideas que contraponer y otras grita (pues persona es) herido en su dignidad, pero siempre reacciona, sabedor de que es tan digno como cualquier otro ser humano y muestra, rotunda, la superioridad de sus ideas, de sus razonamientos, de su moral.

Cuando se da la vuelta, no siempre está orgulloso, no siempre acaba contento la contienda. Pero eso solamente queda en su conciencia, en su alma, algo entre él y Dios.

Esta entrada tiene un comentario

  1. Arsenio Bernal

    Hay que tener el rostro de cemento armado para utilizar a Arendt como baluarte para defender lo indefendible. Los mismos que la habrían defenestrado como lo hicieron en EEUU por escribir ese libro. Los mismos que custodian esas grandes palabras utilizadas para aplastar al individuo en beneficio del «cosmopolitismo». Y para mayor agravio, acusandonos de no ser conscientes realmente de lo que pensamos, como si fuésemos débiles mentales o tiernos infantes. O sea, la consabida superioridad moral de la izquierda.
    Si es como dicen que es, ¿por qué no nos enseñan en vez de agredirnos de continuo? ¿De qué lado está el extremismo? El sentido común lo tiene claro.

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