Cuando se avanza en la defensa de las ideas de la libertad, uno se va encontrando cada vez más con oposiciones de todo tipo.
De todas partes salen acérrimos enemigos cuando se defiende la libertad individual frente a la colectiva o frente a la coacción estatal, cuando se dice abiertamente que contra la vida, la propiedad y la libertad de uno, nadie puede ir.
En una trinchera te ves cuando empiezas siquiera a dejar caer que nadie te debe obligar a ceder nada de lo tuyo a otros, que nadie es más que tú para obligarte a nada con lo tuyo. Y que da igual que eso lo haga una persona armada (ladrón), un Estado o un colectivo. Y que da igual si eso lo decide uno sólo o un grupo en democrática votación.
Y que es lo mismo si esto es sobre tus propiedades o sobre tu libertad.
Así que si cuestionas el orden establecido, el consenso progre, eres un apestado, exponiéndote a la “cancelación”, a la censura o al insulto de casi todos de los que te rodeas, por muy amigos tuyos que se hayan declarado en el pasado.
Los ataques de los progres son previsibles, se dan por descontado. Los que sorprenden, al principio, son los ataques de los que dicen defender lo mismo (vida, propiedad y libertad), pero que lo que pretenden en realidad es imponer su propia visión de las cosas. Una especie de progres camuflados.
Otro tanto pasa cuando se avanza en la defensa de la Fe.
Al principio a uno se le trata con recelo por los alejados de ella, por los que no creen. Todo vale para ir contra los cristianos, sabido es, así que, por más que a uno le miren como a un bicho raro, como a un alucinado, como a un tipo que vuelve voluntariamente a oscuros tiempos pasados, con la ayuda de Dios se sigue adelante sin más contratiempos que los habituales.
Total, la cancelación, la censura o insulto son cosas que ya se han vivido y se dan por hechos.
Y cuando se defienden a la vez la Fe y la libertad, la cosa se complica.
Porque entonces, los ataques son furibundos de algunos que dicen ser creyentes.
Herejes, subersivos a la fe y al orden cristiano, promovedores del pecado, son algunas de las lindezas que tenemos que leer o escuchar de gente.
Un instante de flaqueza lo tiene cualquiera, pero enseguida se da uno cuenta de que es lógico que así sea. Porque muchos no entienden sino lo que ellos piensan.
Muchos juzgan, aunque no deban.
Muchos creen que saben, pero no saben.
No seré yo quien me ponga a citar en este medio algún pasaje del Evangelio, algún otro del magisterio ordinario y mucho menos nociones sobre la libertad, la coacción, el pecado, la ira, la envidia, los errores o nociones de economía para auténticos torpes.
Pero sí seré yo quien diga que no me arredro. Ningún “exclamador”, ningún “repartidor de excomuniones”, ningún “guardián de la fe autoproclamado” me va a dar carnet de nada ni permiso para profesar mi Fe, como tampoco me va a dar lecciones sobre qué libertad o ideas defender, ni tampoco va a “declararme hereje” gratuitamente.
Solamente pediré a Aquél que puede dármela, Fe y humildad para continuar tras sus pasos.
Hasta que Él quiera.
Y pediré por los airados, así como por los progres.
Artículo original publicado en Tradición Viva.