Hace poco he visto salir a muchos policías a las calles para protestar por el proyecto de reforma de la ley de seguridad ciudadana. Han salido, según ellos, para que todos nos enteremos de que van a dejarles sin herramientas suficientes para mantener el orden público en nuestras ciudades, para que nos enteremos de que van a ser incapaces de proteger las libertades públicas. Y de que esto va a suceder porque los políticos que ahora gobiernan tienen interés en que esto suceda, tienen interés en hacer leyes que nos lleven a una determinada situación.
En redes sociales también han mostrado su disconformidad con el proyecto de ley los sindicatos policiales y asociaciones profesionales de la Guardia Civil y muchos a título personal, con el ánimo de que los ciudadanos se solidaricen con su causa y se forme el suficiente debate sobre la cuestión.
A primera vista parece que la gente de bien, los ciudadanos que acatan (acatamos) y respetan (respetamos) la ley y el orden tendrían (tendríamos) que estar de acuerdo con esos planteamientos y deberíamos apoyarles en sus reinvidicaciones si queremos una sociedad en paz, con respeto a la ley, a nuestros derechos fundamentales.
A primera vista.
Pero hace bien poco que han ocurrido los mayores ataques a nuestros derechos fundamentales que en tiempo de paz se recuerdan y la policía no dijo nada al respecto.
No he sido justo. Sí dijo algo.
Las cúpulas policiales salían en las televisiones a diario apoyando explícitamente las medidas claramente ilegales tomadas por los mismos políticos que ahora pretenden cambiar una ley. Apoyando las medidas ilegales y sermoneando a los ciudadanos. Salían presumiendo, además, de su efectividad para reprimir a la población que no acataba las medidas ilegales, que pretendía vivir conforme a sus derechos fundamentales.
Los mismos sindicatos y asociaciones profesionales que ahora se manifiestan decían que la labor de la policía era, simplemente, hacer cumplir las leyes que estaban en vigor, y que no era su misión plantearse cuestiones tales como la ilegalidad de las mismas o su inconstitucionalidad.
Abiertos muchos debates en redes sociales sobre estos temas, muchos policías a título personal también defendían estos planteamientos. Nosotros solamente cumplimos con nuestro deber, nosotros solamente obedecemos las órdenes y hacemos cumplir la ley. ¿Que estamos pisoteando sus derechos, caballero? No, nosotros no entramos en eso, caballero, nosotros multamos y detenemos a los infractores, reclame usted a los políticos, a mi plin.
Cientos de miles de denuncias, miles de detenidos, incontables dramas que luego resultaron todos de una ilegalidad tan meridianamente clara como parecía.
Ni una disculpa después, ni un reconocimiento de que, como mínimo, tendrían que haber pensado algo en el asunto y tendrían que haber hecho saber, públicamente alguna sospecha de que lo que se les estaba pidiendo no estaba del todo ajustado al ordenamiento jurídico vigente.
Ni un reconocimiento de que tal vez deberían haber hecho cumplir esas normas con la misma flexibilidad que otras, con cierta comprensión. ¿Acaso son multados todos los peatones cuando cruzan un semáforo en rojo, por ejemplo?
Es más, sí he leído declaraciones insistiendo en lo dicho durante los ilegales confinamientos, los indecentes secuestros de la población. Y asegurando que, en cuestiones políticas, ellos no pueden ni deben entrar.
Y sigo viendo persecuciones indecentes a ciudadanos que lo único que hacen es tomar algo en un bar de copas, operativos policiales pensados para amedrentar a gente que no es delincuente. Otra vez sin medida, sin reflexión, sin avisos, otra vez como obedientes dóbermans.
Y ahora salen a protestar por una ley que ni siquiera lo es aún. Porque ahora que afecta a algo que ellos consideran importante, las condiciones de su trabajo, ahora sí entran en política.
Durante un milisegundo me plantee si debían darme pena, si debería solidarizarme con ellos.
Pero no.
No cuela, chavales. Quien obedece de una manera tan servil a un amo, pisoteando a esos a quienes dice defender, no puede ahora reclamar ayuda de los pisoteados. Por si no se han dado cuenta, el amo sigue siendo el mismo. Obedezcan pues el ordenamiento jurídico que ese amo tenga a bien promulgar y cállense.
O pidan perdón y hablaremos entonces.
Artículo original publicado en Tradición Viva.