En el año 2020 están saltando las pocas costuras que aún sujetan el estado nación fallido en el que vivimos.
La crisis del virus, epidemia evidentemente magnificada por las élites mundiales, está afectando de una forma curiosa a la política española. En primera instancia, cuando nos despertamos resacosos de la orgía 8emera y nos encontramos con un problema de salud pública, todo el mundo tuvo claro que había que cerrar filas con el gobierno central, el de la nación, para hacer frente a la situación.
Tímidas protestas del cacique catalán y algunas del vasco, enseguida enterradas por la magnitud de las cifras, pequeñas discrepancias en el sentir general. Poco después, ante la pasmosa inacción del gobierno, empezaron a levantarse voces que reclamaban otra vez poder de acción y decisión para las autonomías. Algunas, de color distinto al del partido en el poder, comenzaron a hacer la guerra por su cuenta, a desmarcarse de lo que establecían desde Moncloa.
La llamada desescalada y el fin del estado de alarma devolvieron el país a la configuración original, es decir, 17 regiones cuasi soberanas, aunque muchas de ellas sean dependientes financieramente de la estructura central que las sostiene.
Y en este estado de cosas, los reyezuelos autonómicos comenzaron su desenfrenada carrera para hacerse notar, para hacer ver quién manda en realidad, tomando medidas estrella, medidas en cascada que han conducido todo a una situación vivida anteriormente. A cada uno se le ha ocurrido una medida restrictiva más que a su vecino (nunca una medida a favor del ciudadano más que a su vecino), llegando al paroxismo de que uno de los más caciques de todos llegase a intentar poner una especie de frontera en su territorio, aunque fuera a base de hacer un registro de visitantes (forasteros en tu propio país).
Pero la situación se descontrola, aún no sabemos si en realidad o en propaganda, el pánico empieza a aparecer entre la población que no deja de recibir noticias sobre el coronavirus como si el mundo normal se hubiese esfumado y los presidentes autonómicos empiezan a barruntar que no van a ser capaces de hacer frente a nada.
Y se empieza a pedir que el gobierno actúe, otra vez, como si no hubiera sido suficiente con que actuase en primavera dejando casi 50.000 muertos en el suelo. Y el gobierno no quiere actuar, por cálculo político y dice que las competencias son autonómicas, todas y que atenderá llamamientos, requerimientos de ayuda.
Así que resulta que las otrora tan soberanas autonomías, que han arrancado al estado central las competencias que les correspondían y, con malas artes combinadas con bochornosos pactos políticos, también las competencias que no les correspondían, ahora dicen que lo que necesitamos es un plan único para todos.
Un plan único en educación para volver al colegio, un plan único para el rastreo y control de los casos positivos, un plan único para los hospitales, un plan único para las residencias de mayores, un plan único de ayudas a los sectores económicos afectados, un plan único para reactivación del turismo…
Pero estos mismos reyezuelos, caciques prepotentes, se han pasado décadas aprobando legislación en cuestión medioambiental diferente al resto, aprobando coberturas sanitarias más generosas que los de al lado en aquello que interesaba, imprimiendo cartillas sanitarias inservibles en la región vecina, cambiando calendarios escolares a conveniencia, cercenando horas de español y otras asignaturas molestas según su ideología, regulando actividades hoteleras, hosteleras, aprobando impuestos al turismo, a los carburantes, regulando horarios a los bares, a los comercios, inventándose cuerpos de policía, contratando descontroladamente funcionarios, construyendo edificios para sus propias instalaciones, y vendiendo la moto de que todo esto tenía que ser diferente porque sus territorios son diferentes. Se han pasado décadas pidiendo más financiación y más competencias, pidiendo más policías, más personal, más recursos y metiéndose con cualquiera que denunciara el caos, la locura, la pobreza y la disolución de la nación que esto suponía.
Pues ahora, estos señores, sin ruborizarse, sin pedir perdón, sin agachar la cabeza, piden unidad de acción. Ahora.
Auguro caos, 17 estados de alarma, a cual más liberticida y estrambótico, con medidas absurdas compitiendo en dureza contra la población y la economía.
Debería ser hora de que los españoles nos demos cuenta del gran absurdo que hemos construido y de lo difícil que va a ser poder recomponer nuestro país. Debería ser hora de que reconozcamos públicamente a aquellos que advirtieron de las nocivas consecuencias del invento de las autonomías, aquellos que fueron silenciados, enterrados civilmente y algunos asesinados por decirlo. Debería ser hora de hacer algo.
No albergo muchas esperanzas.
Artículo publicado originalmente en Tradición Viva.