Esta mañana he escuchado a un conocido periodista contar su experiencia de ayer por la tarde en un acto público. Resulta que asistía a un acto en un sitio cerrado, con un número elevado de asistentes (aunque no ha especificado cuántos) y, aunque se guardaban pulcramente las distancias, todos usaban las reglamentarias y obligatorias mascarillas, y el susodicho periodista está vacunado con la pauta completa, se marchó azorado porque no quería “exponerse a riesgos innecesarios”.
Esta persona tiene a sus espaldas el honor de haber sido de los pocos que advirtieron que una gran pandemia se cernía sobre nosotros cuando los chinos empezaron a enseñarnos su espectáculo circense, allá por febrero de 2020.
Y ha seguido, y sigue, insistiendo en que sobre nosotros tenemos el mal de todos los males, algo con lo que no se puede convivir, exigiendo a los gobernantes que hagan algo para remediarlo y poniendo a escurrir, sin educación ninguna, a cualquiera que se dirija a él en las redes sociales mostrando una opinión pelín diferente.
Yo lo sospechaba hace tiempo; este tío es un hipocondriaco y se le está yendo la olla con el asunto del coronavirus. Por eso, desde hace mucho tiempo no le hago ni caso en este asunto, y lo sigo aún porque da información de datos que considero importantes, aunque lo que diga ni lo leo ni lo escucho, porque tiene valor casi nulo.
Y hoy lo he constatado, que se le ha ido la olla, digo.
Entiendo que hay mucha gente víctima del gobierno, de los poderes mundiales y de los medios de comunicación. Mucha gente que solamente se guía por lo que se repite en televisiones y radios, por lo que los demás comentan en la calle, que no se detiene un minuto a analizar todo lo que escucha y que, por eso, hace y dice lo que le dicen que haga y diga.
Simples víctimas del sistema.
Pero este periodista en cuestión es víctima del sistema y de sí mismo, el pobre.
Porque manejando la cantidad de datos que maneja, dedicando el tiempo que dedica al asunto, en su programa, en los programas que interviene y en las redes sociales, es incapaz de hacer un análisis medianamente coherente de la situación.
Por no querer morir, es incapaz de volver a vivir.
Pobrete.
Me temo que ha de ser aquel al que un día admiramos por sus esfuerzos racionales de entender el 11-M,no?
¿No es capaz de hilar, de sospechar…? ¿Se trata solo de hipocondría? ¿No será que, como ya anunció Revel, la razón hace tiempo que ha sido dinamitada? No digamos ya el sentido común… Desaparecida la razón, sobreviene la colonización de mentes y cuerpos. Distopía a raudales.
Es un ejemplar nuevo (aunque peine canas). Es progresía en estado puro, con salsa de hipocondría y toques de pánico en crudo.
Un opinador nato.
Sin olvidarnos, por supuesto, de naturales intereses pecuniarias y de empresa…