¿Así que no sabéis la diferencia entre un charro verdadero y un charro golpeao?. Pues aquí os voy a decir cómo descubrirla.
Solamente id hacia el oeste una tarde de verano, allí donde el sol se pone entre los amarillos campos, mientras las peñas dejan paso al Yeltes. Serpenteando, entrad en una villa vieja, hecha de piedra y sentaos en la plaza, en los cómodos maderos que os esperan.
Y escuchad.
Aprenderéis el camino entre Peralejos de Abajo y Sobradillo, pasando por Villavieja, siempre entre charros. Observaréis que acarrear leña en un carro, además de trabajo duro, se puede hacer con mimo, a dos o tres voces.
Que un tío que no es de este planeta puede tocar las castañuelas, o una sartén mientras te enseña portugués, ruso y hasta la tabla de multiplicar. Que otro tío que tiene más de una gaita conoce a casi todos los presentes y que no habla mal de su suegra por la cuenta que le trae.
Que la jota y el fandango son la misma cosa, o no, que el ronco pandero cuadrao sirve igual para un charro que para un ajechao, que el Sereno Viejo dejó en buenas manos sus conocimientos, que la gaita de Santiago Moro suena igual de bien que cuando la oyó Dámaso Ledesma, que Nazario tenía una pandereta.
Que el tío Frejón, la Tomasa, el tío Vicente y Manuel Francisco siguen dando vueltas por ahí buscando a la marrana del tío Mosco, mientras el de Bañobárez les mira pero no les dice nada, que si no estás cancamurrio puedes cantar y bailar.
Que las rondas, alboradas, pasacalles, pasodobles y las tonadas de primer orden son canciones de ayer, de hoy y puede que de mañana, que las campanadas del reloj también saben de música y que si miras bien arriba, al negro cielo, verás tus deseos reflejados.
Que lo bueno, si es entre amigos es dos veces bueno, que la gente de Villavieja se sabe las canciones, que tienen público en hispanoamérica y que Blanca quiso nacer en un concierto.
Que la música del oeste está allí y nosotros con ella.
Con ustedes, Baleo.