Llamada de auxilio

Llamada de auxilio

Que corren malos tiempos no hace falta que lo diga yo. Es más que evidente para cualquiera de mi generación y siguientes, esos que ya tenemos canas o menos pelo que el cascarón de Calimero.

Hasta hace muy poco tiempo, muchos no lo habíamos atisbado, no habíamos pensado en que esto pudiera suceder, no habíamos caído, tal vez por un exceso de ingenuidad, por un pasotismo propio de la modernidad, de la abundancia, del bienestar y la riqueza en la que nos criamos.

Pero ahora es inevitable verlo, sentirlo. Incluso los más condescendientes, los más tranquilotes y despreocupados, se ven desasosegados. Y no es para menos.

Las izquierdas, que al final no son más que una, la vieja y peligrosa izquierda, aliadas con ese poder en la sombra y que cada vez se hace más visible del gobierno global, apoyados por sus circunstancialmente aliados de la media luna, han desatado una feroz ofensiva. Al principio poco a poco, ahora desatadamente, atacan y socavan todo aquello que huele a tradición, a valores antiguos, a cristianismo, a libertad, a propiedad, a familia, a vida.

Sus estrategias, su táctica, es conocida de sobra. Disfrazados de los ismos más delirantes, creando falsos colectivos vulnerables, inventando falsos derechos de grupo, señalando a los disidentes, a los librepensadores, marcando a los creyentes, infiltrándose en las universidades, institutos, colegios, medios de comunicación, consiguen deslizar a los incautos por la pendiente resbaladiza y van moviendo la ventana de Overton a conveniencia.

Y a pesar de todo, cada vez oigo más voces que dicen darse cuenta, que dicen oponerse a esta perversa dinámica, que dicen querer resistir el empuje, por momentos inevitable, de la locura colectiva que nos quieren imponer.

Por eso, te digo a ti que me lees, a ti tradicionalista fervoroso, defensor de la herencia hispánica y de la fe católica. A ti, libertario, joven arrogante, defensor de la libertad por encima de todo y enemigo a muerte del Estado opresor. A ti, padre, madre, preocupada por sus hijos, a ti, tío, abuelo defensor de los valores de honradez, honestidad, esfuerzo, educación, trabajo y ahorro, independencia y responsabilidad, valores que estimas imprescindible transmitir a tus retoños.

A ti, liberal clásico, austríaco de pro, cansado de ver cómo el Estado, la política, se entromete cada vez más en tu vida y nos impide prosperar y labrarnos un futuro con propiedad y libertad. A ti, sacerdote, monja, religioso que no das crédito a lo que está pasando de unos años a esta parte, dentro y fuera de tu Iglesia.

A ti, ciudadano corriente, al que todo lo anterior siempre le ha traído sin cuidado, pero lo que tiene delante no le gusta nada y cree que su patria no merece ser destruida y humillada. A ti, creyente de a pie que crees estar solo. A ti, que hasta hace poco has estado atrapado en el radicalismo de los totalitarismos, engañado por falsas promesas de igualdad y paraíso en la tierra.

A todos, os digo que gritéis fuerte, tal y como yo lo hago esta noche. Que gritéis fuerte para que os puedan oir, para que nos podamos oir, para que podamos agruparnos, apretando las filas para resistir juntos.

Que cada uno traiga las armas que tenga, los escudos que estime convenientes. Valen las Biblias y los tratados de filosofía, vale desde Santo Tomás de Aquino hasta Hayek y Mises, valen teorías económicas, vale el catecismo, valen libros de historia de España desfacedores de la leyenda negra.

Cuando el combate acabe, o en alguna tregua junto a unas cervezas, podremos discutir, podremos ponernos todas las etiquetas posibles, mostrar orgullosos a nuestros maestros, nuestras banderas.

Pero mientras tanto, preparémonos para hacer frente al rodillo que intentará arrollarnos, dispersarnos. Preparémonos para ser odiados, expulsados, marcados, humillados, despreciados, para ser el objetivo de las élites y la carnaza para las masas obedientes. Hagamos frente al mal con humildad, pero con determinación, con firmeza.

Por mi parte, traigo una cabeza muy dura, una voz más fuerte de lo que hasta hace poco pensaba, un rosario en la mano, un enorme Detente cerca del corazón y la convicción de la victoria final, a pesar de todo.

Comienza mi grito.

Artículo original publicado en Tradición Viva.

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