Hoy nos toca hablar de nuestros amigos los “sanitarios”.
Antes de nada, un par de salvedades: la primera es que me referiré a los sanitarios de la “pública”, la “nuestra”, la de “todos y todas” (y todes, y todes, sí), porque los de la privada, esos que son inmisericordemente vilipendiados por la progresía, han dado la cara (y bien lo sé, pues pasé un tiempo por allí). La segunda es que sé que hay, ha habido y habrá personas dentro del sistema sanitario que se han comportado como profesionales y como personas, pero su grupo, sus compañeros han hecho y están haciendo lo que están haciendo. De modo que, en el caso alto improbable de que lean esto, les dolerá, pero no por eso dejan de ser las cosas como son.
Volviendo al tema, nuestros queridos sanitarios, los que hacen frente profesionalmente a las enfermedades, se acojonaron a las primeras de cambio. Al grito del gobierno de que venía una pandemia y que había que cerrar las puertas, se echaron cuerpo a tierra y chaparon los centros de salud.
¡Que nadie entre, que nos contagian y nos van a matar!
Pero oiga, que esa gente está enfermita y necesitan atención…
Pues que se queden en su puta casa, que nosotros no queremos contagiarnos, leñe, que se vayan al mercadona o algo.
Ironías aparte, lo triste es que lo que pasó se asemeja a eso. Sí, porque los centros de salud cerraron en bloque, se blindaron y los médicos se quedaron dentro agazapados, tiritando de miedo, en humillante cobardía. Lo triste es que la consigna general fue que los “sospechosos de covid” se quedaran en sus casas, con una atención telefónica que era inexistente en la mayoría de los casos, y que solamente en estado agonizante se les permitía acercarse a un hospital.
Y aquí, en los hospitales, se perpetró otra de las grandes cobardías. En estas instalaciones, los enfermos sí eran atendidos. Tampoco quedaba otro remedio. Es cierto que hubo sitios y casos, pocos, en que se llenaron de gente con síntomas de tener el virus. Pero también lo es que muchos que tenían otras patologías fueron literalmente expulsados de allí o no admitidos a entrar. Y muchos, muchos ancianos no fueron admitidos, dejando entre todos que se murieran solos en sus residencias.
La sanidad dio su verdadera cara, la que realmente tiene. Es un sistema estatal caro, carísimo e ineficiente, como no podía ser de otra manera. ¿O es que podíamos esperar otra cosa de un sistema que lleva años creciendo bajo el dominio absoluto de esos que nos gobiernan? ¿O es que podemos esperar otra cosa de un sistema que lleva tiempo siendo punta de lanza de las políticas más socialistas?
¿O es que podemos esperar otra cosa de unos profesionales que llevan años siguiendo el juego de los políticos intervencionistas a cambio de una comodidad falsa, a cambio de puestos aseguraditos, de jugosas “liberaciones sindicales”? ¿O es que podemos esperar otra cosa de unos trabajadores que llevan tiempo repitiendo las absurdas consignas de la izquierda más radical, atacando a sus compañeros de la sanidad privada, o al menos dejando que esto suceda sin decir ni pío?
No. No podemos esperar otra cosa, más que cobardía, ineficiencia, protocolos infames, desatención y muerte.
No podemos esperar que, quienes defienden el socialismo, nos traten como a personas, porque el socialismo es lo más opuesto a eso. Podemos esperar, y eso es lo que ha ocurrido, que nos traten como a ganado, anteponiendo sus intereses y los intereses de los dueños verdaderos del sistema sanitario, el Estado y los políticos, a los intereses de los pacientes. Porque los médicos hoy, no son médicos. Son sanitarios, funcionarios adocenados, corrompidos por el sistema que los destruye como profesionales liberales que un día fueron, con prestigio por ser los que curaban y algo más a sus pacientes, por ser los que se ganaban el sueldo y el prestigio con sus meritorias acciones, no por ser un número más en un sistema infame y quebrado.
¿Y saben qué? Que yo me alegro. Me alegro que se haya destapado todo, aunque me entristezco y rezo por todos aquellos que han sido abandonados a su suerte mientras todo se desmoronaba. Y no me importa que la mayoría de la gente piense que esto ha ocurrido porque a la sanidad pública no se le ha dotado en condiciones, no. La realidad es la contraria, por más que no se quiera ver.
Iba a escribir ahora un párrafo para explicar las carencias (que sí hubo) en el equipamiento de los sanitarios, en su protección. Pero no lo voy a hacer, porque acabo de caer en que aún tuvimos que vivir alguna infamia más.
Por ejemplo la de que en ningún sitio (o casi) hubiera profesionales valientes que tuvieran humanidad para dejar que los familiares acompañaran a sus seres queridos en su últimos momentos, o que se les diera consuelo espiritual.
O que se prestaran, sin decir que no eran procedentes, sin decir que era una burla manipulación de los que nos pastorean, sin decir que lo que estaban haciendo no lo merecía, a recibir aplausos a las ocho cada tarde. Los carceleros organizando orgías de fiesta en su propio beneficio y los sanitarios prestándose al juego, manteniendo a la gente secuestrada y desatendida.
O que muchos de ellos hayan tenido intervenciones en los medios de comunicación en las que han esparcido el pánico, el miedo, el falso apocalipsis que se nos venía encima.
Y sobre todo, no se me olvidan los nauseabundos tik-toks que todos hemos visto, con esos macabros bailecitos en hospitales lejos del colapso, por esa gentuza que tenía tiempo para ensayar y grabar, mientras nos vendían la moto de que estaban cayendo como moscas.
Por mi parte, váyanse a la mierda o pidan perdón. O las dos cosas a la vez.