Los indultos y el triunfante final del régimen del 78

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Los indultos y el triunfante final del régimen del 78

Una de las cosas que más me enerva durante el ya interminable calvario que supone esta legislatura que aguantamos, es escuchar y leer a personajes de todo pelaje decir que el presidente que tenemos hace lo que hace por aguantar unos meses más en el poder.

Es que me pone negro.

Por un lado, y sin que esto invalide lo que he dicho o voy a decir, es lógico que lo que haga sea para aguantar más tiempo en el poder, pues es eso lo que hacen todos esos políticos que te piden el voto. Intentan llegar al poder e intentan no irse.

Pero dejando a un lado lo evidente, lo que hace no lo hace por un cálculo cortoplacista. No. Lo que no acaba de comprender la indolente sociedad española, si es que a estas alturas existe ya, es que lo que está pasando forma parte del plan.

Sí, del plan.

Lo bueno de tener ya una edad es que se recuerdan mejor las cosas vividas y escuchadas cuando uno era un muchacho que lo que hiciste hace solamente unos meses. Y yo, de adolescente, escuchaba en casa que esto acabaría así, que votar a favor de la constitución nos llevaría a esta situación poco a poco. Que se necesitarían décadas, sí, pero que era inevitable llegar hasta donde ahora nos encontramos.

Lo escuchaba en casa y en la universidad, y hasta mi esposa me recuerda constantemente que a ella se lo decían en la facultad de derecho los catedráticos que sabían, hasta que fueron asesinados a balazos o cancelados (como se dice ahora).

El hecho de que yo y muchos otros no le diéramos la importancia debida en el momento preciso no significa que no la tuviera, como tampoco significa que no fuera cierto, que no sea cierto.

La constitución que da nombre al régimen en el que vivimos desde el 78 es el instrumento más importante de que se sirven los que tienen el plan. Solamente hay que leerla detenidamente y comprenderla. Por supuesto que no es el único instrumento, porque también se sirven de la violencia, del terrorismo, de los medios de comunicación, de la televisión, de apoyos extranjeros, de la UE, de ese engendro que se hace llamar conferencia episcopal española y de muchos, pero muchos, resentidos, por poner algunos nada edificantes ejemplos.

Y también se sirven (y se han servido) de usted y de mí. Y lo hacen cada vez que votamos a quienes hacen leyes que nos consideran extranjeros en nuestra patria y lo aceptamos, cada vez que votamos a quienes hacen leyes que nos impiden hablar o escribir en nuestra lengua y lo aceptamos, cada vez que votamos a quienes insultan a nuestro país, a nuestra bandera, a usted y a mí y lo aceptamos sin protestar. Cada vez que votamos a quienes hacen leyes para dar privilegios a unos compatriotas sobre otros y lo aceptamos sin rechistar. Cada vez que aceptamos que se digan los nombres de nuestras ciudades en el idioma que digan unos pocos y nos los llamamos imbéciles a su cara.

Cada vez que votamos a quienes hacen leyes que se inventan la historia y lo aceptamos, cada vez que votamos a quienes obligan a los maestros a contar mentiras en los colegios y lo aceptamos sin descubrirles.

Cada vez que callamos y agachamos la cabeza.

Pero aún no he dicho cuál es el plan, aunque a estas alturas es bastante obvio. El plan es romper España y hacer otra cosa (sin que eso signifique necesariamente que todos sepan qué hacer con ella o que todos quieran lo mismo). Era el plan original a principios del XX y, como no salió bien, sigue siendo el plan ahora, solo que macerado durante cuarenta largos años.

¿Y quiénes son los que quieren y llevan a cabo el plan? Pues todos los que hemos puesto a gobernarnos en este régimen del 78. Y como acabo de notar que alguno ha torcido el gesto, repetiré que todos los que hemos puesto al frente, junto con los muchos resentidos que les arengan.

Unos lo decían claramente, como el nefasto Felipe y su vil escudero (a España no la conocerá ni la madre que la parió), otros más sibilinos hablaban en la intimidad en el idioma ese que hablan los supremacistas, mientras concedían y concedían, otros abrían cunetas mientras nos vendían por trocitos, y algunos más cobardes aún les faltó decir en alto que habían cumplido con todo lo pactado cuando fueron tan humillados en el hemiciclo, que tuvieron que pasar el trago bebiendo en el bar de la esquina.

Y todos (todos) los caciquillos autonómicos que han aprovechado el tiempo para hacer minipaíses en sus dominios, arrogándose a las claras una soberanía que no tienen más que en la letra pequeña de la carta magna.

Así que el nada ejemplar que tenemos de presidente no hace lo que hace para seguir ahí, sino que cumple con rigurosidad y entrega encomiable con el plan, ahora que está tan maduro que parece que llega a su triunfante final.

Podemos despertar o seguir echándole la culpa al inquilino actual del cargo, podemos abrir los ojos o seguir pensando que cuando lo quitemos de ahí se acabarán los problemas. O podemos seguir tomando cañitas a la sombra y seguir diciendo que como aquí no se vive en ningún sitio.

Pero si saben contar, no cuenten conmigo para defender el régimen, la constitución del 78 o la monarquía. Y tampoco para decir Sánchez solamente nos vende por unos meses de Moncloa.

Avísenme sólo cuando sea para defender a España porque lo piden los españoles.

Artículo original publicado en InfoHispania.

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