Pocas cosas reconfortan más que un gesto de asentimiento, que un saludo, que una leve sonrisa o una familia reunida, que un silencio.
De un vistazo sabemos por qué éste es el lugar elegido. Escondido en un rincón al oeste de casi todo, bien asentado en el granito gris, alumbrado por el sol desde que despunta hasta que se pone allá por la lusitania y casi rozado en las noches claras, por una enorme y blanca luna.
Desde aquí se divisa al norte la dehesa charra, vieja y dura donde encontraste, y al sur la enorme llanura extremeña, que llega hasta la sierra plagada de olivares donde todo comenzó. Solitario y protegido por el manto de Nuestra Señora, a salvo de las hienas que amenazan hoy nuestro mundo.
Ahora volveremos a bajar a nuestras vidas, con un motivo más, junto a la belleza, los íntimos recuerdos y la devoción, para volver.
En las culpas y penas de mi pobre alma, la Virgen de la Peña es mi esperanza.