Una nueva especie ha sido descrita este fin de semana entre nuestra fauna nacional. Hasta ahora no había sido descubierta, tal vez porque vivía camuflada entre la prohibición de llevar la cara al aire por la calle.
Levantada esta prohibición, se ha podido comprobar cómo esta especie abunda y, según las primeras investigaciones, bien podría considerarse invasiva. No es de extrañar su proliferación en todos los ambientes, pues no necesitan prácticamente aire para respirar y sobreviven a cualquier temperatura. Y se ha hecho abundante, porque la propaganda bien regada durante más de un año ha dado sus frutos, que para eso se ha efectuado a conciencia.
Inasequibles al desaliento y a la comparación juiciosa de la lectura y la experiencia comparada, han tenido un gran éxito evolutivo, para alegría de los que nos pastorean.
Lo primero que llama la atención de semejantes especímenes, los llamados mascarillos (mascarillus mascarillus), es su integración en el paisaje. Da igual que vayan solos o en manada (siempre con un número no grande de ejemplares, atentos a no constituir lo que se llama una aglomeración), pasean por las calles de nuestras ciudades en silencio, o por lo menos procurando no alzar la voz. Y con la cabeza baja, que solamente levantan, como señal de alerta, ante la aproximación de una persona que lleve la cara descubierta.
Su seña distintiva es llevar un bozal (ellos lo llaman mascarilla) que les cubre el rostro, dejando solamente libres los ojos (aunque no siempre son visibles en los ejemplares que usan gafas) y las orejas que les sirven para detectar cualquier pisada de humano que se acerque, y para colgar el tapabocas en cuestión.
Coloniza todos los terrenos posibles y, si bien es preferentemente diurno, puede salir por las noches, aunque les da más miedito porque saben que desde el fin del toque de queda, son carne de cañón para un virus de gustos noctámbulos.
Para sorpresa de los naturalistas, también es frecuente en las calles y campos de nuestros pueblos, incluso en eso que han dado en llamar la España vaciada (sin que nadie sepa a ciencia cierta quién la ha vaciado).
Para su contemplación, pues, basta con dar una vuelta por cualquier sitio, aunque es una auténtica gozada verlos desde cualquier balcón cuando pasean en solitario a su mascota (perrillo de ciudad que ha gozado de los derechos a la respiración, esparcimiento y salidas de casa que no han tenido sus humanos “amos”) o cuando van a tirar la bolsa de basura al anochecer.
En esos momentos es cuando más a gusto se encuentran en la calle y, aunque no dejan de mirar a su alrededor, pasean confiadamente, bien pertrechados en la mascarilla y en la distancia enorme a cualquier humano de cara descubierta.
Como son tan abundantes, se han podido ya establecer diversas variedades, en función de sus hábitos o gustos. Está la mascarillus oficialistus, que usa el trapo porque sigue las recomendaciones de las autoridades sanitarias a rajatabla, y se cree una cosa y la contraria si éstas las dicen, aunque lo desmientan inmediatamente. Estos ejemplares caminan seguros de sí mismos, pues están recubiertos por la coraza que da la oficialidad de sus comportamientos, algo infalible en la lucha contra el virus. Se distinguen por sus miradas asesinas cuando se cruzan con un humano de cara descubierta y sus miradas inquisitoriales cuando localizan cerca a otro mascarillo al que el bozal le deja descubierto un mísero milímetro de las fosas nasales.
Solamente se sienten confiados en una terraza, porque, como todo el mundo sabe, sentadito bien pegado a otros congéneres, pero tomando algo, uno es inmortal.
Según todos los especialistas, su trato no es recomendable y es mejor esquivarlos, aunque suelen rehuir el conflicto con grupos de humanos de cara descubierta. En superioridad numérica o en compañía de algún policía, son implacables.
La subespecie masarillus oficialus doblemascarillus es la más peligrosa, pues usa una doble barrera de ffp2 y quirúrgica que le confiere, además de una protección infalible, una superioridad moral indiscutible.
También se puede encontrar la variedad mascarillus porsiacasus, que no se cree nada, pero tampoco razona mucho. Simplemente se la pone por si acaso, por si existe una remotísima casualidad de que le entre un virus, o no. Lleva bozal porque no han dicho que hay que ir a cuatro patas por la acera, que si no, iría. Pero sólo por si acaso.
La variedad mascarillus enlabarbillus es la más rara, pero se puede observar. Son ejemplares exóticos de por sí, porque su bozal ni protege de otros humanos de cara descubierta ni de multas, pero vaya, que por ahí andan dando vueltas. La ciencia está despistada (qué raro) con ellos, pero tampoco hay que pedirle a la ciencia que explique todo, visto lo visto.
Pero el verdadero mascarillo, el fetén, es el mascarillus voysoloenelcochus, verdadero antepasado del mascarillo actual, pues este ya colonizaba nuestras carreteras y calles antes del fin de la obligatoriedad. Siempre se mueve solo y con las ventanillas bien cerradas, para que no entre nada y se rumorea que sabe algo que los demás humanos de cara descubierta no saben. Algo importante será, cuando no han desaparecido.
Esta clasificación está hecha, según los expertos, deprisa y corriendo, así que les animo a que salgan a sus calles y estudien con detenimiento la fauna autóctona, pues en un país que alberga 17+1 dictaduras, la especies endémicas están al caer.
Y si no, al tiempo.