Tengo una costumbre por la que mi abuelo, cuando yo era joven, pensaba que aunque parecía buen chico tenía algo raro en la cabeza. Andando el tiempo, resulta que es una costumbre que tiene mucha gente, casi toda ya entradita en años como un servidor. Para no perderla, salgo todas las tardes a correr por esas ciudades en las que vivo, que ya van unas cuantas.
Como en invierno oscurece a media tarde, gran parte del año me machaco ya de noche y la prudencia debida me hace alejarme de los oscuros caminos de las afueras y frecuentar las vías urbanas suficientemente iluminadas. Y alejadas del centro, por aquello de no tener que sortear atareados peatones e ir parando en semáforos (no me divierte estar dando saltitos como un tontín mientras cambia el disco, que uno tiene ya una edad).
La cosa es que siempre acabo en las rondas exteriores, casi todo el recorrido por anchas aceras, jardines y los interminables carriles-bici que abundan, casi todos lisitos y pintaditos de verde, una delicia.
Un avezado lector habrá detectado rápidamente que debo ser un peligro público, o cuando menos un estorbo si me dedico a correr por los carriles destinados a las bicicletas, esos vehículos tan ecológicos, tan sostenibles, tan del futuro, que no acaban de llenar nuestras urbes. Pero lo cierto es que no es así.
A pesar de haber recorrido muchos, pero muchos kilómetros por ellas, pocas veces, contadas con los dedos de una mano, me he tenido que apartar al paso de los ciclos, aunque para que no dé la impresión de que quien esto escribe es un mal vecino, me esfuerzo por ir atento a las que vienen y a las que van.
El motivo es bien sencillo: casi no circulan bicicletas. Solamente peatones, esos a los que les gusta dar largas caminatas de atardecida, y gente con mi misma afición, esforzados «runners». Algún que otro patinador, paseantes de perros y gente hablando por el móvil, caminando sin saber bien dónde están. También alcaldes, que ya van dos alcaldes que me encuentro paseando por el verde carril, con gorra o sin ella, pero mirando de soslayo a quien se cruzan, con cara de «no me saludes que estoy de incógnito». A ninguno he hecho ni ademán de decirle ni pío, claro está, pero me he quedado con ganas. Con ganas de parar y comentarle si ven alguna bicicleta por esos carrilitos tan monos e interrogarles si tienen alguna idea, por vaga e imprecisa que sea, del motivo de tal desierto de ruedas.
Preguntarles por el motivo de que dichos carriles se hagan a las afueras, en las rondas, en círculos que bordean la ciudad, si lo que nos venden es que el ideal de ciudad es esa en la que casi todos usemos la bici para ir al trabajo, a casa y a todos esos recados que nos mueven a diario, que si ir a la compra, que si llevar a los nenes al colegio, que si recogerlos, que si ir al cine, la peluquería, esas cosas y si no se extrañan de que, no conectando ningún punto de los más transitados, estén desiertos. A nadie se le ocurre tener que dar una vuelta completa a la ciudad para ir a un sitio que está en el centro de la misma. Y por las calles estrechas no suele haber carriles verdes. Si no les parece sospechoso que la gente, por más que aumenten el tamaño de las aceras, quiten sitios de aparcamiento, pongan radares de a 30, 20 km/h, aumenten las líneas y frecuencias de autobuses (a cargo de todos, sobre todo de los que no los usan), etc, sigan siendo reacios a desplazarse como ellos y otros iluminados les dicen.
De lo que estoy seguro es de que no les importa un comino para qué sirven los dichosos carrilitos.
Lo que no les importa, antes de construir otro par de kilómetros, es si se usan o no.
Lo que no les importa es si sus ciudadanos quieren o no.
Lo que verdaderamente les importa es recaudar fondos para eso y para muchas cosas más.
Lo que realmente les importa es que nadie sepa (sin tener que bucear horas en los farragosos presupuestos municipales) cuánto cuestan, cuántos los frecuentan, cuántos favores se pagan con ellos y cuántas subvenciones o apoyos de lobbys ecologistas dan y reciben.
Lo que les importa, y mucho, es que les sirven para inaugurar tramos cada cierto tiempo, haciéndose unas fotos la mar de ecológicas, sostenibles y comprometidas. Comprometidas con los fondos que manejan y que derrochan, por la sencilla razón de que no son suyos.
Lo que sacan en claro, antes que nada, es que kilómetro construido, impuesto cobrado, favor pagado, pintura que renovar, farolas que comprar, empresa de limpieza que contratar o aumentar la concesión y todas esas cosillas en las que hemos convertido a «la política municipal».
Lo que les importa es el poder. Dinero a mí, poder a mí, control a mí. Haz lo que yo de diga, no lo que yo haga.
Aunque ahora que caigo, a mi me vienen de perlas para correr. Son anchos, lisos, largos, poco transitados y bien iluminados. ¡Qué más quiero!
Si es que me quejo de todo.
Artículo original en https://www.elclubdelosviernes.org/mas-carril-bicicleta/