Mascarillas y otras covidioteces

Después de los confinamientos, la medida estrella de este distópico año ha sido la puñetera mascarilla.

Mucho dio que hablar allá por la primavera pasada la mascarilla. Que si los chinos la llevan mucho, que si los japoneses viven con ella, que si la vamos a tener que llevar.

Los medios de comunicación, esos mamporreros del poder, casi todos de izquierda, se reían haciendo bromitas con los que salían a la calle con el bozal puesto o con aquellos que advertían que eran muy convenientes para prevenir la enfermedad.

¿Y cómo hemos acabado llevándola todo el tiempo?

Pues esa es una de las covidioteces de españa. Los que nos gobiernan y los que nos administran las noticias que “debemos” ver cambian de criterio según su interés, y los que nos dejamos pastorear obedecemos tanto cuando dicen una cosa como la contraria.

Así que, primero eran inútiles o contraproducentes, luego recomendables, después obligatorias y finalmente tan obligatorias que hay que llevarlas en todo momento. Lo más gracioso es que los que nos dicen una cosa y luego otra siguen teniendo la vitola de líderes morales. Toma ya.

Somos el único país del mundo donde hay que llevarla hasta cuando estás en un descampado, en solitario y casi no tiene nada que ver el hecho de que tengamos un montón de caciques que compiten entre sí por ser los más “defensores” de sus siervos, digo ciudadanos, no se me vaya a enfadar algún digno votante (o votanta, o votanto).

Así que vamos todos con el trapito en la cara, tan humillados como si nos hicieran una PCR por el culo a diario, que, aunque parezca chusco, existen, oiga, existen.

Eso sí, tenemos la cepa más avispada del virus. La cepa hispanocovid-19 es la más lista. Si vas solo por la calle, o estás en medio del campo, te ataca sin piedad, especialmente si tienes alguna duda sobre todo el carajal que estás viviendo. En cambio, si estás en un plató de televisión, puedes estar tranquilamente sin abozalar, que no te hará nada de nada. Eso sí, si eres uno de los vomitivos presentadores, tertulianos, furcias o maromos que salen por la pantalla, porque si eres cámara, regidor o un simple electricista, te contagia y te lleva directo a la UCI, por eso van todos con su mascarilla obligatoria.

Si eres un vulgar ciudadano, tápate la cara bien, por encima de la nariz, te lo digo yo desde mi plató o desde mi atril, porque a los políticos cuando dan discursos, el virus también les trata como si fueran de la familia. Se ha dado el caso tan hilarante de que los mismos que no se la ponen (la mascarilla) tildasen de egoista la FFP2 cuando la daba la ayuso y ahora la recomienden para ir por la calle.

De cemento armado tienen la cara, que se les ve bien.

Dejando de lado a esta caterva de rastreros esparcidores de miedo, está claro que el puñetero bozal no sirve para nada, excepto en algún caso concreto. No hay más que echar un ojo a los datos oficiales sobre casos, enfermos y fallecidos antes y después de la obligatoriedad dichosa. O de ver la desternillante estadística que dice que la gripe ha desaparecido por el bozalito, pero el corona se ha multiplicado exponencialmente.

En fin, seguiremos tapados, porque ni a los caciques les importamos, ni las policías dejan de perseguirnos, ni nosotros nos plantamos. Sabemos que no sirven para nada, sabemos que es humillante, sabemos que no deberíamos consentirlo, pero…

Otro sonsonete que nos machaca a diario. La distancia social, que digo yo que la deberían llamar distancia asocial, porque no hay nada más asocial que estar separados. El caso es que no te acerques a nadie, para no pegarle lo que no tienes. ¡Válgame!

Oiga, que llevo mascarilla y usted también. Pues da igual, se aleja y ya está. Y no me toque, ni se le ocurra tener contacto con nadie. Besos, abrazos, palmetazos en la espalda, prohibido. ¿Ni a mi nieto? Sobre todo a su nieto.

Las policías han llegado a cortar calles preventivamente para que no se produjeran aglomeraciones, aunque yo esta tarde he visto a seis, seis locales hablando en un corrillo bien apretadito, en medio de la calle, a la vista de todos. Con miedo al contagio no se les veía, no.

Para que nos acostumbremos al pastoreo sin perros que nos ladren, nos ponen en todos los centros comerciales, marcas en el suelo, flechas para seguir, carteles variados de peligro, cintas en zig-zag para hacer colas, dispensadores de gel…

Porque somos irresponsables, somos como niños pequeños que no se saben comportar, que no saben dónde está el peligro, pobrecitos. Menos mal que está papa gobernante que mira por nosotros, que si no, nos habíamos muerto todos, ahogados en nuestra propia saliva.

De las cosas más impactantes, aunque nos hayamos acostumbrado (algunos) a no oírlas, son las locuciones que constantemente están sonando en los sitios públicos, avisándonos de las normas que debemos seguir. Impactantes porque las habíamos visto y oído en las películas de mundos apocalípticos o totalitarios. ¡Y están con nosotros desde marzo pasado!

Luego está el saludito con el codo. Esta sí que es buena. Resulta que no te puedes acercar, pero saludar con el codito sí, en ese acercamiento no hay riesgo alguno. Por eso lo usan los políticos, que no se privan de hacer el ridículo bailecito, codito con codito.

Eso sí, si el saludo es más formal, hay que llevarse la mano al corazón y poner la cara de estupendo que pone nuestro querido sánchez, el presidente.

Bonito circo se nos ha quedado.

Mañana más.

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