Que acabamos de tener elecciones en Madrid es de todos conocido. Y que ha ganado el PP, también. Incluso hasta el más desconectado de la política de todos los ciudadanos españoles, sabe que un tal Iglesias, que estaba llamado a hacernos la revolución (otra vez), ha dejado todo y se ha largado.
El reparto de voto ha sido desigual, como siempre, pero esta vez no ha ganado el partido de la abstención. Entiendo que haya habido, no obstante, un número no desdeñable de madrileños que no haya acudido a votar. Entiendo que tengan motivos, entre otros la pereza (nunca bien tenida en cuenta), el hastío de tanta campaña o el no creer en la democracia (que no deja de ser solamente lo que es).
También entiendo que muchos de los habitantes de esa comunidad que está en el centro de la península hayan votado al PP. Comprendo que hayan querido premiar a la señora que ha defendido sus intereses en un año más que convulso, con fieras a su izquierda que se la querían merendar para depredar a los ciudadanos que se dejan la piel diariamente en sus trabajos, a una señora que ha mostrado una valentía nada frecuente en el resto de líderes de su partido y que ha tenido, además, que lidiar con traidores entre sus socios de gobierno.
Entiendo, como no, a los que han depositado el voto para Vox, cansados de ver cómo la “derecha” no pone firme a los totalitarios que quieren imponer su moral, su violencia, sus insultos y su ruina. Comprendo que busquen gente afín, gente sencilla que se comprometa con todo en lo que creen y que no se achanten, que demuestren que se puede hablar alto ante los comunistas y que se debe decir no a todas las categorías que estos se inventan.
Puedo entender a los que han votado a Más Madrid, pues aún nos quedan muchos comunistas convencidos. O engañados. Comprendo que las mentes poco reflexivas, esas que se dejan embaucar por cualquier pintamonas que les dice una tontería sobre hombres, mujeres, pobreza, redistribución de la riqueza y todas esas cosas, caigan rendidos ante una médico y madre.
Ya se sabe que uno de los males de nuestra sociedad posmoderna es la infantilización, o la adolescenciación, de la sociedad, y hay mucho “chavaluco” suelto que sigue creyendo que, esta vez sí, la utopía está a punto de llegar.
Puedo incluso, aunque ya me cuesta algo más, entender a los que han votado a Podemos. Si algo caracteriza al rematadamente tonto es su lealtad al líder. Pensar que has estado equivocado durante mucho tiempo, que has picado el anzuelo y has sido el tonto útil para que alguno se haga rico a tu costa, es difícil de asumir, así que nada mejor que insistir en el error y echar la culpa a otros (seguramente fascistas o algo parecido).
A los cuatro que han votado a Ciudadanos no les entiendo. No los he entendido nunca.
Pero a los que no comprendo nada es a todos esos que han votado al PSOE. De veras que no. A no ser que sea gente tan insensible, tan ciega, tan llena de odio, que valore tan poco su dignidad personal, que les de igual que les pongan a un espantapájaros de candidato o a una lavadora, que les den igual las mentiras mientras las digan los suyos, que estén ciegos a lo que ha pasado en su país desde marzo del 20, que prefieran que ganen los suyos a costa de lo que sea (aunque sea a costa de ruina y muerte), que les importe poco que quien gobierne (si es de su partido) les llame imbéciles a la cara y se vaya de vacaciones a la playa.
De todas formas, votar no suele resolver los problemas, y en ocasiones hasta los agrava, así que más vale que no bajemos la guardia, porque el enemigo está lejos de ser derrotado.
Y si no me creen, observen cómo evolucionan nuestras libertades en los próximos meses, cómo evolucionan las depravadas ideologías que nos quieren imponer, o si ven al Estado empequeñecer.
Artículo original publicado en Tradición Viva.