No es la primera vez que ocurre, ya lo sé. Pero ha vuelto a ocurrir.
El mensaje que ha transmitido Pablo Casado a los parlamentarios de su partido y lo ha hecho públicamente, de cara a la moción de censura que se debate en el Congreso en estas fechas ha sido que no pueden romper la disciplina de voto, es decir, que tienen que votar lo que les diga él (o su partido).
En el artículo 1.2 de la “sacrosanta” Constitución Española del 78 dice bien claro que la soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan todos los poderes del Estado. En el artículo 66 dice, también bien clarito, que las Cortes Generales representan al pueblo español, ejerciendo la potestad legislativa y controlando la acción del Gobierno, entre otras funciones. Si alguno ha seguido leyendo, poco más adelante especifica que los miembros de las Cortes Generales no estarán ligados por mandato imperativo. Y en el artículo 79 aclara que el voto de los Senadores y Diputados es personal e indelegable.
Suponemos, porque nos lo repiten constantemente que estamos en una democracia, en un Estado de Derecho (social, pero de derecho). Suponemos también que en las democracias existe eso que se llama representación. Y suponemos, si nos creemos lo que nos dicen continuamente, que somos los soberanos en esta historia, en este sistema.
Pero si en lugar de suponer, de dar por sentadas las cosas, nos ponemos a observar cómo suceden los acontecimientos a diario, qué es lo que pasa realmente nos encontramos con cosas que parecen desmentir todo lo anterior.
Votamos listas cerradas, o sea, votamos a los señores que los partidos tienen a bien presentarnos en un papelito que se llama lista. Y que además vienen en orden, para que no haya sorpresas. Cierto es que esto no rige para el Senado, pero todos sabemos que, al menos en cuestiones legislativas (también en las mociones de censura), éste es realmente irrelevante.
Una vez votadas las listas, o sea, una vez que votamos a los partidos, que no a los señores, no tenemos ningún control, ningún medio de controlar la acción de estos señores. Nos da exactamente igual que tal o cual diputado haga bien las cosas, sea un perfecto inútil o un necio declarado. Puede que en las próximas listas que nos presenten aparezca de nuevo y, si el partido que le presenta es el que tiene el programa que más nos convence para depositar el papelito en la urna, tenemos que aguantarnos con susodicha señoría.
Una vez constituidas las cámaras nuestros flamantes representantes no son libres. Votan lo que el partido les obliga a votar. Si se declaran en rebeldía son sancionados (este es otro asunto de escándalo, que los partidos contemplen en sus estatutos sanciones para los diputados que votan lo que quieren) y seguramente, no volverán a estar en las listas. Si votan lo que su partido quiere aumentan las posibilidades de repetir en la tan preciada lista y puede que consigan un ascenso.
Total, que aún en el caso, harto improbable pues la circunscripción que se estila en España es tan enorme como una provincia, de que un número muy grande de los “soberanos”, de los electores, se dirija a su amable diputado para orientar su voto en alguna cuestión importante éste no hará el más mínimo caso, pues se juega su carrera. Y con los privilegios y prebendas que la política reparte a los que hacen de ella su medio de vida, no es un incentivo convincente echar a perder tu carrera por la opinión de un grupo de gente que no conoces y que poco pueden hacerte.
Es probable que algunos o muchos, aun sabiendo lo que ocurre, sigan pensando que esta Constitución y el sistema emanado de ella es el mejor de los posibles.
Pero, para ser un poquito más coherentes, podían entonces proponer un cambio en la misma que dijera cosas como:
- La soberanía nacional reside en los partidos políticos, de los que emanan todos los poderes del Estado, aunque dejan a los ciudadanos votar.
- Las Cortes Generales representan a los partidos políticos, ejerciendo la potestad legislativa y controlando la acción del Gobierno (siempre que no sea de su partido), entre otras funciones.
- Los miembros de las Cortes Generales estarán ligados por el mandato imperativo que le dicten sus respectivos partidos.
- El voto de los Senadores y Diputados no es personal, sino una delegación del de su partido.
Y ya si solamente eligiéramos a un diputado o senador por partido y multiplicáramos su peso en la cámara por el tanto por ciento de votos obtenido, nos ahorraríamos muchísimo dinero, demasiados debates que no conducen a nada y el bochorno de ver a sus señorías votar como borregos lo que les dice su amo.
Artículo original publicado en El Club de los Viernes.