Sinceramente

Sinceramente

Estimado Sr. Rodríguez:

Me dirijo a Vd., como depositario que viene siendo de cuantos documentos, escritos, fotografías, caen en sus manos de unos años a esta parte, y como testigo de muchas de las pequeñas historias que acontecen a su alrededor, no siempre por casualidad, con la esperanza de que la guarde y conserve para que sea alguna vez releída, tal vez allá por la senectud si es que alguno de los dos, o ambos mejor, alcanza tan lejana edad.

Y con el ruego de que la dé a conocer a quien estime conveniente, pues sabe cómo hacérsela llegar a cuantos participaron de una forma u otra en la celebración que aconteció en su pueblo hace escasas fechas y en la que ambos participamos.

Uno, que de andar por la vida con los asideros justos para que el suelo parezca estable y que de ocultar afectos y dejarlos dentro sin que se noten sabe un rato, reconoce nada más verlo, cuándo tiene delante alguien a quien agradecerle su actitud.

Quieren, por tanto, ser éstas unas breves palabras de agradecimiento, de reconocimiento de lo diminuto que uno se siente ante el torrente de ilusión, solidaridad, complicidad, trabajo, comprensión y, sobre todo, cariño, que aquel día y anteriores desplegaron los que, desde hace mucho tiempo considero amigos de esos que se dice “de toda la vida”.

Permítame, no obstante, un par de citas que merecen, a mi humilde juicio, ser destacadas. La primera es el sincero (me consta) homenaje del sacerdote a mi suegra, agradeciendo su apoyo en una etapa importante de su vida. Las personas mayores merecen nuestro respeto y, aunque casual, la ocasión fue espléndidamente bien aprovechada.

La segunda son las palabras de agradecimiento de la Sra. Rita a un servidor durante la fiesta, a pesar de que le habíamos invadido su hogar, teníamos medio secuestrada a su familia y a las siempre demasiadas ocasiones en las que uno, que no tiene ya remedio, omite un mínimo saludo de cortesía.

Aunque, lo que nunca podría pasar por alto es que, gracias a todos, pude regalar una velada inolvidable y feliz a la persona que me acompaña desde hace ya más de 25 años y sin que la que, sin duda, mi vida hubiese sido infinitamente menos afortunada. Era una deuda, una gran deuda, contraída aún sin ser yo responsable de ella.

Que Dios les bendiga a todos.

Escrito desde mi Faber-Castell.

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