Tribulaciones en la crisis del virus (día 16)

78.797 casos y subiendo. ¿He dicho alguna vez que los datos son, además de escasos, falsos?

Lo que es escasa es la inteligencia de nuestros políticos favoritos. Y de los que los apoyan.

El día, dejando a un lado (que es mucho dejar) las cifras de fallecidos y las tragedias personales y familiares que arrastran, ha sido más bien anodino.

Otro domingo en casa, a la fuerza.

Una cosa relevante ha sido que la tetaministra de igual-me-dá ha dado positivo otra vez en coronavirus. Tenemos pocos testes para hacer, por lo visto, pero aquí la feminoide lleva gastados al menos tres. Y con síntomas leves, que es esa situación en la que le dicen a la gente del común, a los demás, a los lúmpenes, que se queden en casa y que no molesten cuatro, que bastante jaleo hay en los hospitales.

Pero para eso vino ella a esta arena. Para tener casoplón, cartera ministerial, criados, servicio de seguridad propio, testes propios, hacerse vídeos con las colegas y sacar una pasta gansa. Ella siempre lo supo, los que no lo supieron y aún no lo saben bien, son la caterva de tontos útiles que la votaron. Y que la seguirán votando.

Igual que a la chiqui, que hoy ha sido la encargada de darnos cuenta de los acuerdos del consejo de ministros, ministras, ministres, ministrines y astronautas, esos que ayer anticipó el sepulturero profanador. O lo ha intentado, porque a esa señora no la entiende nadie cuando habla, llego a pensar que no se entiende ni ella.

En resumen, lo de ayer, todos en casa, por si no se había enterado alguien. Excepto los sanitarios, los de los supermercados y los superfluos.

Estos últimos además, cabreados como monos porque no les dan material. Menos humos, que os queda mucho que sufrir, pero mucho. Veremos cuando, con el mismo material, haya que reprimir a las multitudes, vecinos vuestros que solamente quieran libertad y algo de comer. Entonces sí que serán tiempos duros.

Eso sí, de superfluos a esenciales, seguro.

Y una cosa que me llama la atención es que en los últimos días salen siempre en los telediarios de podemos televisión sanitarios hablando, contando sus cosillas. Hay que dar jabón para que no se enfaden demasiado, para que sigan arrimando el hombro sin demasiadas quejas.

Lo que no sale nunca es el nombre de nadie que haya fallecido. De nadie. Ni familiares derrotados, hundidos, indignados. Nunca. Y es curioso porque en las últimas tragedias ocurridas ocupan un tiempo preferente. Siempre se da voz a los afectados, nos regodeamos en el dolor hasta la naúsea. Los medios de comunicación están perfectamente domados, esclavos del todo.

Y agradecidos.

Y para colmo, lo que no se les ha olvidado es cambiar la hora. El cambio de hora más estúpido de todos los que hemos tenido. Este es uno de los síntomas más claros de que lo que está ocurriendo es un disparate. Una institución fantasma, inútil y depredadora, como la ue y unos políticos desconectados del todo de la realidad, retrasando y avanzando relojes arbitrariamente, soñando con cambiar el tiempo, los hábitos, las conciencias, en pos de ideales vacíos, irreales, dañinos.

Lo malo es que muchos siguen confiando en ellos (o en otros, es igual) para que nos dirijan la vida, la hacienda y la libertad.

Es tarde. Mañana tengo que madrugar más de la cuenta por estos aprendices de dioses de pacotilla.

Y seguimos muriendo.

Hoy recordamos la definición, esta es mía, de muy peligroso: nuestro gobierno.

Mientras, recordamos la definición de imbécil de la RAE, que debería ser de obligada lectura antes de votar (aun sin que muchos la comprendan): Tonto o falto de inteligencia.

Recordamos también la definición de criminal, según la RAE, 4ª acepción: que ha cometido o procurado cometer un crimen.

Y recordamos la definición de mentiroso de la RAE: que miente, y especialmente si lo hace por costumbre.

Y, como no, la definición de secuestrar, según la RAE: retener indebidamente a una persona para exigir dinero por su rescate, o para otros fines.

Y deseamos, de corazón, la total y completa recuperación de cuantos aquí se citan.

P.d.: el (no) uso de las mayúsculas es, cómo no, deliberado.

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