La emergencia se ha acabado. Lo supe hace tiempo. Y el lunes pasado, el hecho de que mi compañera de trabajo, la huidiza, decidiera que podía tomar un café con los demás, fue una comprobación de campo.
Sí, ya sé que seguimos en “estado de alarma” con su correspondiente galimatías de la “desescalada por fases hasta alcanzar la nueva normalidad”. Pero es solamente un asunto político, que nada tiene que ver con ninguna enfermedad.
La enfermedad es la excusa. Nada más.
Esta diaria crónica nació por varios motivos. Uno, el desahogo de un servidor, pues la sensación de estar en manos de peligrosos impresentables, además de secuestrado vilmente y sin motivo, era casi insoportable. Y, claro, uno tiene que convivir con otras tres personas y no hubiera sido justo que cargaran con todo. ¡Bastante han tenido, bastante tienen!
Otro de ellos, para señalar que una situación absolutamente anormal, cualquier tragedia, cualquier emergencia, es aprovechada por los enemigos de la libertad, por los que quieren imponer la más cruel y salvaje de las ideologías, la más sanguinaria, la más asesina, para llevar a cabo sus planes, y que esa gente la tenemos en el poder, desgraciadamente, la tenemos en el poder.
Pocas ocasiones tan propicias como esta tendrán. A sus habituales campañas propagandísticas, mentirosas en las formas y en el fondo, podían añadir el control de la población por el miedo a la muerte, a la infección.
A sus habituales maniobras, añadían ahora el más ilegal y más absoluto medio de control, que ha sido y es el secuestro total de la población de un país. Por su bien, dicen, pero secuestro.
Y pocas ocasiones son tan propicias como ésta para denunciar los peligros que se ciernen sobre nosotros como sociedad, como personas. En realidad, hace mucho tiempo que convivimos en esta situación, algo más atenuada, pero igual de peligrosa.
Callar hubiese sido ser cómplice.
Un motivo más fue denunciar que, independientemente de su ideología, poner a los peores a gobernar y darles poderes absolutos, conduce inevitablemente al desastre. A un desastre a todos los niveles, en todos los aspectos de la vida, pero que en este caso cuesta vidas humanas. Y además, cuesta miles de millones de euros, muchos puestos de trabajo, muchos dramas, hipoteca a todos y a los que vengan detrás de nosotros.
Denunciar que para una crisis sanitaria hay que tomar medidas sanitarias, no policiales. Que las medidas sanitarias se dirigen a salvar vidas, a detectar tempranamente contagios, a dar atención adecuada a todos los enfermos, a administrar urgente y eficazmente los recursos disponibles y hacer acopio de muchos más que se necesiten, a trazar y ejecutar planes de contingencia.
Pero las medidas policiales no salvan vidas. Pueden tranquilizar a quien no hace crítica, a quien tiene miedo, a quien no analiza la situación, pero no salvan vidas. Solamente destruyen. Destruyen la libertad y la hacienda. Y generan muchas injusticias, convierten en delincuentes a todos sin excepción y son tan arbitrarias como se ha hecho ver a lo largo de los días.
Y un motivo más ha sido seguir señalando que el estado no es la solución, que por mucho que se empeñen los que se empeñan, un grupo reducido de personas no tienen ni la información, ni la inteligencia, ni la legitimidad para disponer de todo lo de los demás. Y todo es la vida, la libertad y la propiedad.
La realidad es tozuda. Lo es. Siempre.
¿Que nos empeñamos aún así a ir en contra de la realidad y optamos por más estado, por más redistribución de la riqueza, por más impuestos, por más regulación, por más intervencionismo, por más socialismo? Pues allá nosotros, pero la realidad es la que es.
Lo que sí hago notar es que los que quieren que sigamos avanzando en la dirección equivocada nos arrastran a todos, nos hacen pagar a todos sus errores. La dictadura de las mayorías es así. Si se equivocan, joden a todo el mundo, no sólo a los que se equivocan. Y luego no pagan por sus errores.
Pagamos todos.
Y la dictadura será inevitable. Y con ella, el sufrimiento y la miseria.
Callar hubiese sido ser cómplice.
Considero cumplidos los objetivos. Me he desahogado y ahora, con las medidas de “relajación del confinamiento” que graciosamente me han concedido mis amados líderes, no me hace falta más. Y he señalado de forma explícita todo lo que he dicho anteriormente.
Por otra parte, las decisiones de seguir con este estado de cosas son ya tan claramente políticas y presumo que se dilatarán en el tiempo tanto, que invitan a continuar con la vida habitual, aún sin dejar de permanecer atento y actuante.
Y a la vez, ya hay debate y confrontación en la sociedad. Ya hay quien se opone, quien critica, quien lucha por sus derechos, por su hacienda y por su libertad.
La crisis del virus ha pasado. Ahora nos queda otra crisis, que no es nueva, que es la crisis de la nación en la que vivimos. No es nueva. Pero es.
Y la crisis del mundo en el que vivimos, que tampoco es nueva.
Lo que nos ocurra no es posible saberlo.
A mis lectores, que alguno hay aunque parezca mentira, les doy las gracias por el esfuerzo, por la atención, especialmente a aquellos que me han hecho comentarios, públicos o no.
Al gobierno, al sepulturero profanador, a su compinche bolchevique, a los ministros, ministras, ministres, ministrines, astronautas y otras rarezas, al tonto simón, a podemos televisión y demás mercenarios de los medios de comunicación les diré que sé quienes son y lo que quieren. Y que no me engañan.
Y que aún sigo en pie.
Y a mi amable general, ese que me monitoriza, le diré que no me pierda de vista.
A los sanitarios, que no son héroes, sino víctimas. A la población en general, que son reos sin juicio, además de víctimas. A los superfluos, que tampoco son héroes y que vigilen sus conciencias.
Y a los familiares de los fallecidos, mi más sincero pésame. Si tienen fuerzas, si tienen ganas, miren las cifras, estudien, pues flota en ellas el asqueroso tufillo a algo que empieza por eu y acaba por asia.
Nos vemos en las trincheras.
Que Dios nos bendiga.
No pares, sigue sigue, no pares, sigue sigue…
Hacer un alegato así es propio de un ser humano cabal. Incluso quien esté en desacuerdo y sepa argumentar sin sectaria acritud en contra.
Lo que aterra es intuir que un día, llenos de un ardor inducido, seamos los más vehementes censores de lo que un día defendimos. Ese día desconfiaremos como máquinas, delataremos como animales, incluso nos dirigiremos gustosos al patíbulo en un acto de generoso sacrificio. Entonces habremos construido ese Infierno donde la guerra es la paz, la libertad es esclavitud y la ignorancia es la fuerza.
Sin reparar en ello, las sendas de la historia nos han conducido a este punto. A partir de aquí, nadie es capaz de asegurar la propia integridad. +
Vaya, después de leerme cincuenta del tirón, le había cogido yo el gustillo a leer tus tribulaciones a diario. Pero bueno ya toca descansar. Y al general que monitoriza también!