Al poco de empezar este asunto de la pandemia, me dio en la nariz que las cosas no eran lo que nos querían hacer creer. No es que me sienta especial por ello, porque sé que le ha pasado a muchos otros y porque sé que no hace falta ser un genio para detectarlo.
Así que empecé a escuchar otras opiniones, a leer otras cosas que no fueran la prensa del régimen y pasé (aún lo hago) muchas horas atando cabos, contrastando información, investigando y descartando lo increíble. Sobre todo al comprobar cómo el gobierno (y con él la práctica totalidad de los gobiernos del mundo) y la prensa oficialista mentía descaradamente y hacía lo imposible (reconocido públicamente y comprobado en redes) por silenciar toda crítica, todo atisbo de pensamiento apartado de las consignas y por etiquetar como negacionista (infame hay que ser para meter al holocausto en esto) a cualquiera que se apartara del pensamiento impuesto.
Después de año y medio de distopía, y descartadas algunas teorías por inverosímiles (y algo más), el resumen de lo que decían (y siguen diciendo) los negacionistas puede ser el siguiente: dijeron que el virus había salido de un laboratorio de investigación que hay en la ciudad de Wuhan (China), que nos estaban encerrando ilegalmente violando nuestros derechos fundamentales, que los confinamientos no servían para luchar contra los contagios, que nos harían llevar una mascarilla en todo momento, que se sucederían las olas para así mantenernos en un estado de restricciones permanentes para que no pudiéramos hacer vida normal, que las pruebas PCR estaban hechas específicamente para que los casos se contaran por millones, que los asintomáticos no contagian, que nos harían pasar por el aro de una vacunación masiva y obligatoria con unas vacunas no aprobadas, de técnica novedosa nunca antes probada en humanos, que se nos venderían las vacunas como el remedio a la pandemia, pero que una vez vacunados seguiríamos con el bozal puesto y las restricciones, que la vacunación se tendría que repetir por la llegada de nuevas cepas, y que pasaría a ser anual, que se implantaría una especie de certificado de vacunación imprescindible para el acceso a sitios públicos, sin el que uno no podría ganarse la vida, que las vacunas no iban a inmunizar ni a detener los contagios.
Tu gobierno, querido lector, negó todo esto.
Pero todo esto ha ocurrido, está ocurriendo y se empeñan en que ocurra.
Y no lo digo yo, ni lo dicen solamente los que son tachados como criminales disidentes. Lo dicen ya abiertamente los gobiernos (aunque ocultan escabrosos detalles como que las vacunas no están aprobadas por organismo oficial alguno para no alarmar demasiado a la sumisa población), y lo dicen abiertamente porque el discurso del miedo ha calado tan hondo que nadie se plantea que negaron lo que ahora dicen.
Por cierto, y a modo de absurdo chiste, antes negaron que la pandemia fuera tal y la dejaban en una gripecilla.
A la vista de todo lo anterior, se me ocurre darle una vueltecita más a las teorías absurdas de los disidentes. Muchos opinan que, por medio de las vacunas se puede conseguir diezmar a la población por el ya famoso ADE o bien introduciendo ciertos cambios en el genoma humano, eso sí, disfrazando todo con variantes o nuevos virus mucho más peligrosos que obligarían a vacunaciones adicionales.
¿Los gobiernos lo niegan? ¿Sucederá?
No olvidemos algunas cosas que nos deben llevar a la reflexión y a la cautela. Los gobiernos negaron lo anterior, y ha sucedido. La tecnología usada en las vacunas puede ser utilizada para realizar múltiples alteraciones y manipulaciones en los receptores de las mismas (tal vez ahora está en mantillas, pero es más que posible). El pasaporte sanitario hará que la población entera pase por los centros de vacunación anualmente. Los mismos que defienden la vacunación masiva y la financian (además de los gobiernos) son los defensores de la alocada teoría esa que dice que la población humana mundial es excesiva y además nociva y los mismos que legislan para imponer la eutanasia y el aborto a escala planetaria, entre otras cosas lindas como los confinamientos, las prohibiciones de viajes, las restricciones a tu propiedad, a tu libertad de expresión.
Podemos ser negacionistas, como el gobierno.
Podemos resignarnos a tomar cañas en las terrazas, dejando que las cosas ocurran (o no). Podemos ser poco más que ovejas que manejan móviles de última generación.
Podemos limitarnos a no tener nada y ser felices.
O podemos pensar.
Artículo original publicado en Infohispania.