La enésima reunión de comisión interterritorial de las comunidades autónomas, o como narices se llame el engendro que se reúne semanalmente para administrar las restricciones a nuestra libertad, ha concluido aprobando que los territorios autonómicos estarán cerrados en Semana Santa (y en el puente de San José).
Ni siquiera es una novedad, pues casi todas las comunidades están cerradas desde que tenemos el segundo estado de alarma por COVID-19. La noticia sería, en todo caso, que dicha comisión ha obligado a cerrar a aquellas dos que permanecían abiertas, lo que tampoco tiene excesivo sentido porque, nadie se podría desplazar desde esas a las cerradas y viceversa, pero éste es el absurdo estado de cosas que tenemos, el absurdo “sistema que nos hemos dado”.
Así que los sufridos ciudadanos se vuelven a encontrar en la tesitura de que, ante unos días de asueto, de merecido descanso del duro día a día, no pueden ir a ningún sitio que esté fuera de los límites del cacique que se enseñorea en el territorio en el que viven, un pedacito de lo que antes era una nación y ahora no es más que un Estado, el Estado español (Arsenio dixit).
Si en Navidad nuestros amos y señores se ablandaron y dejaron una puertecita abierta para que nos reuniéramos con nuestras familias (excepto los levantinos), esta vez no hay compasión y eso a pesar de que la situación epidemiológica (aceptando las mentiras que nos cuentan) es mucho mejor. La excusa es ahora que, por su blandura y nuestra irresponsabilidad, hemos pagado un precio muy alto y ahora nos protegen preventivamente.
De nada sirve que nos hayan puesto medidas restrictivas en todas nuestras actividades, incluido un toque de queda. De nada sirve que tengamos que llevar mascarilla o permanecer alejados de los demás. De nada sirve que la inmensa, inmensísima mayoría de nosotros estemos perfectamente sanos, de nada sirve que cumplamos las normas a rajatabla aunque solamente sea para no ser indignamente sancionados, de nada sirve que estemos pasando a ser vacunados, también indignamente. De nada sirve que esas normas sean las mismas en unos sitios que en otros. De nada sirve.
El asunto aquí no es sanitario, sino político. Ellos, el Estado, se arroga, no solamente la potestad para legislar, sino también para decidir qué puede usted hacer en su vida privada, en su casa y en su vida familiar. Ellos deciden lo que es el bien y el mal, deciden sobre su moral y sus costumbres, independientemente de lo que usted crea.
Y yo les voy a decir a ellos que puede que tengan la capacidad para legislar, para convencer a la mayoría que la ley es lo mismo que la legitimidad, que lo que dice la ley que ellos vomitan que está bien es lo mismo que lo que realmente está bien y que lo que dice ésta que está mal es lo mismo que lo que realmente está mal, pero que a mi no me han convencido.
De eso nada.
Su ley puede decir lo que quiera. Será ilegal, pero no está mal que los habitantes de lo que antes era la nación española se marchen a ver a sus familiares a muchos kilómetros de donde ellos viven ahora. No está mal que decidan pasar unos días en esa segunda vivienda que tanto trabajo y esfuerzo les costó comprar para desconectar de la rutina diaria y tomar baños de sol y sal. No está mal que se den una vueltecita por esos campos y montañas que tenemos y degusten unos buenos chuletones o un ternasco.
Será ilegal, pero no debería serlo. Será ilegal, pero antes es injusto, es inmoral que lo sea.
Y los que se salten la ley, puede que sean infractores a los ojos del demoníaco leviatán que hemos levantado entre todos, puede que sean infractores a los ojos de los que viven encantados de ser ganado pastoreado por sus envilecidos dueños, pero no son irresponsables, no son malas personas.
Serán infractores, pero no son contagiadores andantes, no son un peligro para nadie, más que para el poder.
Son personas, tienen una dignidad y una libertad que está por encima de la injusta ley estatal.
Y acabarán venciendo.
Al tiempo.
Pd.: quede claro que lo anteriormente expuesto no es una invitación a saltarse los confinamientos, pues soy consciente de las consecuencias de hacerlo. Cada uno es libre de decidir y, por tanto, responsable de guardar a buen recaudo su dinero.
Artículo original publicado en Tradición Viva.