Aunque uno haya cambiado algo desde la infancia, en esta tierra el verano es calor, cielo azul, hierba amarilla y seca y sombra de encinas. Mañanas frescas y tardes interminables, paseos de atardecida con el polvo del camino y chapuzones efímeros en la helada piscina entre el griterío de los chiquillos. Encuentros y despedidas, preguntas por la fecha de partida justo al llegar, sillas a la fresca y pan y chorizo.
Entre todo este barullo, que se repite hasta perder la cuenta del día, la hora y los años que lo hemos vivido, y mientras esperamos la vuelta a las costumbres invernales, tan queridas, tan odiadas, añoramos algo: un buen concierto de Baleo que nos diga, en viejo verso, en qué tierra estamos.